sábado, 18 de octubre de 2014

Inseguridad y Corrupción: ¿Fenómenos Culturales?

El combate a la corrupción y a la delincuencia no requieren de “cambiar la cultura”, sino de voluntad política
         
En el Encuentro Nacional de Empresarios –ENADE- de la semana anterior, el conferencista central del evento, Rudolf Giuliani –ex fiscal contra la corrupción y ex alcalde de Nueva York- , enfatizó en varias de sus intervenciones la íntima y perversa relación que existe entre la inseguridad pública y la corrupción en las estructuras gubernamentales. La corrupción no solamente abona un terreno propicio para la inseguridad ciudadana sino que es, per se, un fenómeno delincuencial que violenta los derechos esenciales de la ciudadanía. De allí que Giuliani  haya enfatizado que no puede haber una política de seguridad exitosa que no incorpore medidas efectivas para combatir la corrupción en todos los niveles de gobierno.
Otro de los conferencistas del evento, Mauricio López Bonilla –Ministro de Gobernación-, presentó los avances que han tenido las políticas de seguridad gubernamentales e hizo especial hincapié en los costos financieros que dichos esfuerzos conllevan de cara al futuro. Fue llamativo que, en un momento de su alocución, el Ministro hiciera referencia a que en Guatemala se vive una “cultura de violencia”. Las numerosas, pequeñas y grandes tragedias que la corrupción y la inseguridad hacen sufrir diariamente a los guatemaltecos, así como la actitud aparentemente resignada y acomodaticia de la ciudadanía ante las mismas, podrían hacer pensar que, en efecto, se trata en ambos casos de fenómenos culturales.
Sin embargo, es muy delicado catalogar la corrupción o a la violencia como fenómenos culturales, pues ello conlleva el mensaje implícito de que poco puede hacerse para combatirlas frontalmente. Puede que esa actitud derrotista explique el sorprendente hecho (que comentamos la semana pasada) de que la agenda de prioridades que las autoridades del Ejecutivo, Judicial y Ministerio Público asumieron hace apenas unas semanas no haya incluido el combate a la corrupción.
Si la violencia y la corrupción fuesen parte de la cultura nacional, los miles de migrantes guatemaltecos que radican en el Norte estarían poblando las cárceles estadounidenses. La realidad es que su comportamiento allá es tan bueno –o mejor- que el de los propios ciudadanos de aquél país y, en muchos casos, mejor que el que mostraban cuando vivían en Guatemala. Ello se debe a que en el entorno estadounidense los migrantes guatemaltecos perciben incentivos totalmente distintos a los de casa: saben que allá la aplicación de la ley es mucho más estricta y certera.
Tanto en Estados Unidos como en Guatemala hay corrupción. La diferencia es que aquí  muy pocas veces se persigue a los funcionarios corruptos y las excepcionales veces en que se les lleva a juicio  terminan en oscuros sobreseimientos. En Estados Unidos, en cambio, suelen haber persecuciones y condenas exitosas en casos de corrupción.
Para muestra un reciente botón. El mes pasado el ex gobernador del estado de Virginia, Robert McDonnel, lloró en la corte cuando fue hallado culpable de 11 cargos de corrupción. Su esposa, Maureen, también fue condenada en el mismo juicio por otros 7 cargos asociados. McDonnell se creyó tan listo que intentó explotar algunas lagunas legales para embolsarse 177 mil dólares en regalos de lujo y préstamos preferenciales. Pero fue descubierto, perseguido, condenado y podría ser encarcelado hasta por 30 años. No por desfalco o apropiación indebida (como suele ser el caso en nuestros países), sino por soborno y tráfico de influencias.
Por ende, la delincuencia –y, por extensión, la corrupción- no es un fenómeno cultural. Ya en 1968 el economista Gary Becker (premio Nobel de Economía) estableció que los delincuentes y los corruptos sopesan los costos y beneficios de infringir la ley. El costo previsto de la conducta criminal depende de dos factores fundamentales: uno es la probabilidad de ser atrapado; y el otro es la severidad del castigo que recibirán en caso de ser atrapados.
De manera que el combate efectivo de la corrupción y de la delincuencia que afligen cotidianamente a los guatemaltecos no pasa por “cambiar la cultura”, sino por la voluntad política y social de no tolerar esos actos y, principalmente, de aplicar las leyes de manera pronta y cumplida. Según dijo Giuliani, esa sería una manera ideal de atraer inversión, generar empleo y lograr prosperidad para nuestro país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTARIOS DE LOS LECTORES:

ENERGÍA ELÉCTRICA: SE ACABARON LAS VACAS GORDAS

URGEN MEDIDAS PARA EVITAR UN DÉFICIT DE SUMINISTRO   Durante años, el sistema eléctrico nacional tuvo un superávit de oferta; es decir, su c...