viernes, 24 de octubre de 2014

Esperanza en la Infraestructura

El gasto en infraestructura es altamente beneficioso sólo si se prioriza en función de los retornos que genere

El crecimiento de la economía guatemalteca es mediocre; y lo es desde hace lustros. Un ritmo de aumento anual del PIB de 3.5% es apenas superior al crecimiento de la población; eso significa que es imposible generar empleos formales, disminuir la pobreza o reducir la desigualdad de oportunidades. El mediocre crecimiento de la economía en nada contribuye a mejorar el clima de gobernabilidad ni a la paz social.
La producción nacional responde a los factores de demanda agregada que la mueven: el consumo de los hogares, la demanda externa, el gasto del gobierno y la inversión física. Hasta ahora, el principal motor del crecimiento ha sido el consumo de los hogares, que representa más del 85% del PIB. Este factor evoluciona vegetativamente a medida que crece la población y que siguen ingresando remesas familiares de los emigrantes. A menos que se produzca un súbito aumento de la población o una masiva migración de trabajadores hacia Estados Unidos (ambos eventos muy poco probables), no podemos esperar que esta economía –tan dependiente del consumo- pueda crecer más.
A veces, cuando la economía estadounidense se dinamiza o los precios de los bienes primarios que exportamos aumentan, nuestras exportaciones se convierten en una fuente temporal de dinamismo para la producción nacional. Pero hoy resulta evidente que la era en que podíamos encomendar nuestro crecimiento a los dioses externos (la economía estadounidense o los precios de los bienes primarios) ya se terminó. Por su lado, el gobierno es extremadamente pequeño como para incentivar la actividad productiva mediante un aumento en el gasto público.
De manera que ni el consumo privado, ni las exportaciones, ni el gasto público pueden ser las claves para dinamizar la producción. El único factor que podría revertir la mediocridad de nuestra economía es la inversión en infraestructura. Por desgracia, hace algunas semanas comentamos el dramático desplome que ha sufrido esta inversión en nuestro país en las últimas décadas.
En el ambiente económico mundial actual (con capacidad ociosa y bajos costos del financiamiento) la inversión en infraestructura podría ser muy favorable para generar crecimiento y empleo. Pero una serie de falencias y obstáculos hacen imposible un aumento eficiente y significativo de la inversión en infraestructura en nuestro país. En primer lugar, el liliputiense tamaño del Estado y las crecientes restricciones presupuestarias implican una evidente incapacidad del gobierno para dedicar recursos suficientes a la inversión física.
En segundo lugar, otro factor que obstaculiza la inversión en infraestructura es la mediocridad de las políticas públicas. Esto se ve claramente en el presupuesto del Estado y su ejecución, en el que cada año los gastos corrientes aumentas mientras disminuye la inversión, de suerte que para 2015 se prevé que apenas la quinta parte del gasto se destine a inversión física. Y lo poco que se destina a infraestructura se gasta de manera ineficiente.
El gasto en infraestructura pública es altamente beneficioso sólo si se prioriza en función de los retornos sociales que genere. Esa priorización es crucial cuando, como en el caso guatemalteco, los recursos fiscales son tan escasos. Un esfuerzo serio de priorización fue el Plan Multimodal de Obras de Infraestructura que realizó el Programa Nacional de Competitividad hace ya casi seis años, en el que se establecieron los lineamientos para un sistema de transporte multimodal integrado, identificando diez proyectos estratégicos en las áreas vial, aeroportuaria, portuaria y de mantenimiento. Tres gobiernos han ofrecido cumplir este plan, pero ninguno lo ha hecho.
Y el tercer gran impedimento es la corrupción y opacidad con la que se maneja la inversión pública, reflejo de la débil institucionalidad y la mal entendida descentralización del gasto, que han convertido esos recursos públicos en un fondo de clientelismo político e ineficiencia estatal.
Un esfuerzo para incrementar significativamente la infraestructura sería altamente beneficioso, no sólo en el corto plazo mediante la creación de empleos, sino que especialmente en el largo plazo al aumentar el potencial de crecimiento de la economía. Pero ello requiere de una claridad de ideas y de una voluntad política que el país extraña con desesperación.

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