Guatemala con un 83% de los encuestados manifestando un alto grado de "satisfacción vital" está, como no podía ser de
otra manera, entre los cinco países más felices del mundo
Aunque incomprendido y criticado, el Producto Interno
Bruto –PIB- continúa siendo la estadística económica primordial de cualquier
país y una variable fundamental para las decisiones de política económica. Sin
embargo, el reproche más común que se le hace al PIB se basa en la obviedad de
que la vida y el bienestar de las personas abarcan mucho más que la economía y
los bienes materiales.
Incluso como medida de la producción de bienes y
servicios, el PIB presenta muchas limitaciones: sólo mide los flujos (y no el stock)
de los bienes materiales; no toma en cuenta el deterioro ambiental; sólo mide
lo que se produce dentro de las fronteras del país; y, claro, no nos dice cuán
felices somos o cuán satisfactoria es nuestra vida.
Esas críticas pueden ser válidas, pero están fuera de
foco. De mismo modo que no debe esperarse que una radiografía o tomografía nos
diga cuán confortable se siente un paciente, tampoco puede pedirse que el PIB
nos diga más allá de aquello para lo que fue diseñado. El PIB mide el desempeño
productivo de la economía; la efectividad con la que ese potencial productivo
se utiliza es un tema importante, pero diferente.
Ciertamente el PIB per cápita es un indicador muy limitado
para medir el bienestar, y es precisamente por ello que existe toda una paleta
de indicadores del desarrollo social. Entre ellos destaca el Índice de
Desarrollo Humano –IDH- que, además del ingreso per cápita, clasifica a los
países según su esperanza de vida y su nivel educativo. El último IDH del 24 de
julio pasado colocó (de nuevo) a Noruega en primer lugar y a Estados Unidos en
el quinto. Guatemala está en el puesto 125, mientras que Níger y el Congo
ocupan los últimos lugares (186 y 187).
Pero el IDH tampoco es una medida infalible del
bienestar de las personas. Por eso han surgido otros índices basados en
encuestas que, subjetivamente, preguntan cómo se sienten las personas respecto
de su bienestar y su felicidad. En los años setenta del siglo pasado, el
economista Richard Easterling comparó el nivel de ingresos con el nivel de
satisfacción personal para un gran número de países. Su hallazgo (que se
conoció como la Paradoja Easterling) fue que, al interior de los países,
mientras más alto era el nivel de ingreso, más elevada resultaba la
satisfacción de las persona; pero eso no ocurría al comparar a los países entre
sí: los de menor nivel de ingresos podían mostrar niveles de satisfacción más
elevados que los países más ricos.
Dicha paradoja continuó teniendo vigencia con el World Values Survey (1999-2002), una
encuesta realizada en más de 80 países en la que los encuestados calificaban su
grado de "satisfacción vital" y su "sentimiento de
felicidad". Al comparar la tasa de satisfacción de cada país con su renta
per cápita, se comprueba que en general a más renta más satisfacción, pero con enormes
variaciones: con una similar renta per cápita, hubo tasas de satisfacción (de 1
a 10) muy divergentes entre el 6.5 de Japón y el 8.3 de Dinamarca, o entre Turquía
con 5.5 y México con 8.
Hace unos días The
Economist publicó una comparación similar entre el más reciente IDH contra
datos de una encuesta de Gallup a nivel mundial que preguntaba si el día
anterior las personas habían reído o sonreído, y si se sentían descansadas y
respetadas. Con este indicador, Paraguay resulta ser el lugar más feliz del
planeta con un porcentaje de “emociones positivas” de 87%. Chad es el más
infeliz con 52%. Guatemala con 83% está, como no podía ser de otra manera,
entre los cinco países más felices del mundo.
Y la paradoja Easterling sigue presente: hay poca
correlación entre el ingreso monetario y el indicador de felicidad. Por
ejemplo, Lituania tiene una puntuación de felicidad de un 53%, pero su nivel de
ingreso debería haberla ubicado cerca del 70%. En contraste, otros países como
Mali, Nicaragua o, por supuesto, Guatemala, son mucho más felices de lo que sus
niveles de ingreso sugieren.
Quizá también el sentirse feliz tenga que ver con aspectos culturales:
los europeos orientales o los asiáticos centrales se siente menos positivos a
pesar de tener niveles de vida razonables, mientras que los de América Latina, con
menos nivel de ingreso, tienden a ser alegres. Los cinco países más felices
(incluyendo Guatemala) son latinoamericanos. Por algo será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE LOS LECTORES: