viernes, 20 de junio de 2014

Probidad e Impuestos: el Círculo Vicioso

La forma más viable y eficaz de romper con ese círculo vicioso es mediante el combate a la corrupción

Las calificadores de riesgo internacionales centran sus preocupaciones sobre Guatemala en dos temas interrelacionados: el poco dinamismo en el crecimiento económico y el estructuralmente bajo nivel de recaudación tributaria. Ambos factores contribuyen crucialmente a incrementar los riesgos que desde el exterior se perciben respecto de que el país no pueda eventualmente honrar sus obligaciones financieras.
El argumento de las calificadoras es que el lento ritmo de crecimiento de la economía nacional impide reducir significativamente los niveles de pobreza existentes, lo cual no sólo implica que se produzcan tensiones sociales que amenazan la gobernabilidad, sino que también significa que el potencial de consumo de la clase media no se aprovecha cabalmente. A su vez, la escasez de recursos tributarios entraña dos amenazas: por un lado limita la capacidad del gobierno para invertir en el capital físico (infraestructura) y humano (salud y educación) requerido para acelerar el crecimiento económico; y, por el otro, restringe la capacidad del Estado de repagar sus deudas. Por lo tanto, las agencias calificadoras parecen implicar que un elemento clave para mejorar la nota de riesgo-país de Guatemala es el aumento en la cantidad y calidad de los recursos que el gobierno destina a la inversión física y social.
Hace unos días compartí esta visión con los empresarios que conforman el Grupo Económico de Análisis que mensualmente reciben el reporte de Consultores para el Desarrollo –COPADES-; uno de los participantes señaló con mucho tino que dicha interpretación evidenciaba un círculo vicioso, pues la incapacidad del Estado de recaudar impuestos está asociada con la baja moral tributaria de los contribuyentes y ésta, a su vez, está influida por la percepción generalizada de poca transparencia, probidad y eficacia en el uso de los recursos. De manera que mientras no se perciba una mejora sustancial en la transparencia y calidad del gasto, será muy difícil mejorar la recaudación.
De ahí resulta evidente que la forma más viable y eficaz de romper con ese círculo vicioso es mediante el impulso a la transparencia y el combate a la corrupción. Un reciente estudio del Center for Strategic and Internacional Studies –CSIS- sobre los costos de la corrupción en el mundo equipara dichos costos con una carga impositiva para las empresas, de manera que una reducción en la corrupción disminuye los costos de producción y libera recursos que pueden ser utilizados en inversiones constructivas. La reducción de la corrupción, además, atrae inversiones extranjeras y aumenta el apoyo electoral a los funcionarios que buscan hacer cambios constructivos pero políticamente difíciles.
Aunque la mayoría de encuestas sobre corrupción se basa en percepciones, existen diversas estimaciones para cuantificar su impacto en la sociedad y los negocios: en promedio en el mundo, la corrupción eleva en 10% el costo de hacer negocios y en 25% el costo de los contratos gubernamentales. El Reporte Kroll Anti-Soborno de 2013 reportó que el 43% de las empresas encuestadas a nivel mundial sufrió un aumento de costos por corrupción. Sesenta y siete de las 144 economías encuestadas por el Foro Económico Mundial el año pasado identificaron la corrupción como uno de los tres principales desafíos para hacer negocios en su país. El CSIS estima que el costo de la corrupción en los países en desarrollo alcanzó los US$515 mil millones en 2012.
El combate a la corrupción debería, pues, ser una prioridad en la agenda de políticas públicas, tanto para los estamentos políticos como para las organizaciones empresariales y de la sociedad civil, así como para la comunidad internacional involucrada en la cooperación para el desarrollo. Según el documento del CSIS, la falta de avances en la agenda anti-corrupción reduce los flujos de inversión extranjera y de financiamiento para el desarrollo, disminuye las posibilidades de éxito de las reformas institucionales en los países en desarrollo, y ralentiza los esfuerzos para reducir la pobreza. Ojalá que en Guatemala la agenda anti-corrupción se constituya en la plataforma de un esfuerzo nacional que logre concitar voluntades desde la derecha hasta la izquierda en el espectro político y desde las ONGs hasta el empresariado organizado en el ámbito social.

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