En Guatemala coexiste, por un lado, un estado moderno con instituciones
de mercado funcionales y, por el otro, un estado que tolera el crimen y la corrupción
Si fuese una persona, Guatemala podría estar
diagnosticada con trastorno disociativo de personalidad, por las dicotomías que
presenta. Por un lado está la personalidad de la economía más grande, estable y
sofisticada de Centroamérica, con su enorme riqueza cultural y sus sectores de
alta productividad –como el azúcar, entre los más eficientes del mundo-. Por el
otro, está el país cuasi-africano en sus indicadores de nutrición y pobreza, de
negocios pequeños que crecen muy lentamente en el mar de la informalidad. En el
mismo territorio coexiste un estado moderno con instituciones de mercado
funcionales, y el estado que tolera el crimen y la corrupción.
La más reciente Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos
–ENEI II 2013-, publicada recién por el Instituto Nacional de Estadística
(INE), ha revelado muchas de estas dicotomías. La gran división que existe entre
estos tipos de economía es uno de los factores que ha impedido que el
crecimiento económico de Guatemala rebase los mediocres niveles registrados en
las últimas décadas que reflejan, fundamentalmente, a una baja productividad
del factor trabajo.
La ENEI, que se llevó a cabo en octubre de 2013,
muestra que la tasa de desempleo abierto, que representaba sólo el 4.2% de la
población económicamente activa (PEA) en 2011, se redujo a 3.0% en la encuesta
más reciente. Si bien es cierto que la tasa de desempleo es baja si se le
compara con otros países, su nivel esconde un grave problema de subempleo que,
en Guatemala, hace las funciones de lo que sería un seguro de desempleo para
aquellos que carecen de acceso a puestos de trabajo en el mercado formal.
El subempleo mide el grado de informalidad laboral,
incluyendo los trabajadores que perciben ingresos inferiores al nivel normal y
que laboran menos del horario completo. La tasa de subempleo visible reportada
por el INE se situó en 14.4%, mientras que el número de personas con empleo
informal se mantuvo en un muy elevado 69.2%; esta categoría incluye a las
personas que aunque reciban ingresos promedio, no tienen acceso a prestaciones
de seguridad social (solamente el 36% de los asalariados están afiliados). La
informalidad es mucho mayor en las zonas rurales que en el área metropolitana
(78% frente a 46%) y afecta a los pueblos indígenas (82%) mucho más que a los
no indígenas (60%).
La actividad que absorbe el mayor porcentaje de
personas en la informalidad es la agricultura, con 40.5%; seguida por el
comercio, con 31.2%; otras actividades de servicios con 10.4%; y la industria
con 9.1%. Estas cuatro actividades absorben el 91.2% de la población en el
sector informal. La estructura ocupacional altamente desigual de Guatemala es más
evidente en los datos de ingresos: el 20% de los trabajadores de menores
ingresos (quintil 1), perciben en promedio un ingreso mensual de Q297, mientras
que el 20% de los trabajadores con mayores ingresos (quintil 5) recibe en
promedio Q4,590 mensuales. El ingreso promedio nacional (que en cierta medida
mide la productividad laboral) es de sólo Q1,893 al mes, por debajo del salario
mínimo legalmente obligatorio; esta proporción se eleva a Q2,714 mensuales en
la zona metropolitana, nivel muy superior a los Q1,478 que se registra en las
zonas rurales. Las personas que trabajan en la agricultura perciben los
ingresos más bajos, con sólo Q991 mensuales, mientras que los mejor remunerados
están en los sectores inmobiliario (Q5,392 al mes) y de información y
comunicaciones (Q3,508). La ENEI también muestra que sólo 17.2% de los ocupados
activamente terminó la escuela primaria, una tasa que, por mucho, es una de las
más bajas de América Latina.
Identificar las políticas necesarias para mejora la productividad es
relativamente fácil: educación, salud, infraestructura, impartición de justicia.
Lo difícil es llevarlas a cabo, pues
ello implica abandonar costumbres y prácticas arraigadas, lo cual requiere no
sólo de la consabida voluntad política, sino también de construir nuevas
capacidades y formas de hacer negocios. En última instancia, la capacidad que tenga
Guatemala de crecer aceleradamente depende de que podamos construir una
economía moderna donde las empresas florezcan y prosperen siendo formales,
cumpliendo con sus obligaciones (incluyendo las de tributar), e inspirando a
otras a imitarlas en su éxito.
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