viernes, 14 de marzo de 2014

¡No lo Puedo Creer!

A los ojos de una visitante del otro lado del mundo que visita Guatemala por primera vez, surge la imagen de un país extremadamente complejo 
Hace algunos días estuve reunido con  una analista de la Pacific Investment Management Company –Pimco-, quien con un grupo de enviados de distintos bancos de inversión hacía una gira por Centroamérica para evaluar la situación económica y política. Pimco es una empresa californiana que gestiona y administra activos de inversión de renta fija alrededor del mundo y es, de hecho, uno de los tres inversionistas en bonos más grandes del mundo, incluyendo bonos guatemaltecos (tanto gubernamentales como de empresas privadas).
Guatemala era la última escala de la gira que esta analista, originaria de subcontinente indio, hacía para evaluar los riesgos de las inversiones que su empresa (y las que otras empresas, a su vez, le confían a Pimco) en la Región. Era su primera visita a nuestro país y tuvo una primera impresión positiva, no sólo al ver las cifras macroeconómicas y los importantes montos de inversión que atraen los bonos guatemaltecos, sino también al percibir un cierto nivel de pujanza y modernidad relativamente mayor que en otras ciudades centroamericanas. Le resultaba evidente que Guatemala era el país más grande y con mayor potencial de los visitados.
Pero cuando la conversación giró hacia temas de productividad, pobreza y gobernabilidad, sus certezas comenzaron a desvanecerse. “No lo puedo creer”, me dijo al percatarse de la gran diferencia entre el PIB per cápita de Costa Rica (alrededor de US$9.3 miles en 2012) respecto del guatemalteco (US$3.5 miles) y, especialmente, al ver que el de El Salvador también era superior (US$3.9 miles).
Ciertamente no es fácil explicar cómo nuestro vecino inmediato muestra mucho mejores indicadores de nivel de vida, al tiempo que está sumido –desde hace años- en una situación macroeconómica bastante más frágil y riesgosa: enorme déficit externo, ingente desequilibrio entre gastos e ingresos fiscales, creciente endeudamiento público, altísima dependencia del financiamiento externo y, sobre todo, escasísimo dinamismo de los sectores productivos. En todas esas áreas el desempeño de Guatemala es notablemente superior.
A los ojos de una visitante del otro lado del mundo, junto a las cifras contradictorias surge la imagen de un país extremadamente complejo y con obvios síntomas de trastorno de identidad disociativo (o doble personalidad). Junto con la Guatemala de sólidos indicadores macroeconómicos, responsable manejo de la deuda, baja inflación y estabilidad cambiaria, coexiste la otra que duele ver, con indicadores africanos de desnutrición, mortalidad infantil, bajo desempeño educativo y corrupción.
Por un lado está el país cuyo clima para hacer negocios lo ubica en el puesto 79 a nivel mundial en el índice Doing Business, muy por encima de El Salvador, que ocupa el puesto 118. Por el otro, está la Guatemala donde la salud, la educación y el estándar de vida, que son los componentes principales del denominado Índice de Desarrollo Humano la ubican en el puesto 133, a la par de algunos de los países más pobres del planeta y lejos del puesto 107 que ocupa El Salvador.
Esta dualidad se manifiesta en dos aspectos clave: la pobreza y la falta de productividad. Ambos son las dos caras de la misma medalla. Los indicadores de persistente pobreza y desigualdad frenan el crecimiento y dificultan la gobernabilidad, mientras que la baja productividad y su lento crecimiento reflejan la ineficiencia de la economía informal donde se ocupa la mitad de la población y que no permite cerrar la brecha que nos separa de los países más avanzados.
Para superar esta situación es necesario revertir la históricamente baja productividad de la economía guatemalteca, enfrentando sus causas estructurales: informalidad económica, escasa infraestructura, regulaciones inadecuadas, insuficiente competencia y acceso al crédito (y, por ende, poca innovación). Además, la atención al capital humano necesario para la productividad es extremadamente precaria.
Mientras el Estado no tome las acciones necesarias para propiciar una mejora sustancial en el capital humano (salud, nutrición y educación), físico (infraestructura) y social (imperio de la ley e instituciones eficientes), nuestro país de doble personalidad seguirá pareciendo una alucinación increíble para los visitantes (e inversionistas) provenientes de lejanas tierras.

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