A los ojos de una visitante del otro lado
del mundo que visita Guatemala por primera vez, surge la imagen de un país extremadamente complejo
Hace algunos días estuve reunido con una analista de la Pacific Investment
Management Company –Pimco-, quien con un grupo de enviados de distintos bancos
de inversión hacía una gira por Centroamérica para evaluar la situación económica
y política. Pimco es una empresa californiana que gestiona y administra activos
de inversión de renta fija alrededor del mundo y es, de hecho, uno de los tres
inversionistas en bonos más grandes del mundo, incluyendo bonos guatemaltecos
(tanto gubernamentales como de empresas privadas).
Guatemala era la última escala de la gira que esta analista,
originaria de subcontinente indio, hacía para evaluar los riesgos de las
inversiones que su empresa (y las que otras empresas, a su vez, le confían a
Pimco) en la Región. Era su primera visita a nuestro país y tuvo una primera
impresión positiva, no sólo al ver las cifras macroeconómicas y los importantes
montos de inversión que atraen los bonos guatemaltecos, sino también al
percibir un cierto nivel de pujanza y modernidad relativamente mayor que en
otras ciudades centroamericanas. Le resultaba evidente que Guatemala era el
país más grande y con mayor potencial de los visitados.
Pero cuando la conversación giró hacia temas de
productividad, pobreza y gobernabilidad, sus certezas comenzaron a
desvanecerse. “No lo puedo creer”, me dijo al percatarse de la gran diferencia
entre el PIB per cápita de Costa Rica (alrededor de US$9.3 miles en 2012) respecto
del guatemalteco (US$3.5 miles) y, especialmente, al ver que el de El Salvador también
era superior (US$3.9 miles).
Ciertamente no es fácil explicar cómo nuestro vecino
inmediato muestra mucho mejores indicadores de nivel de vida, al tiempo que está
sumido –desde hace años- en una situación macroeconómica bastante más frágil y
riesgosa: enorme déficit externo, ingente desequilibrio entre gastos e ingresos
fiscales, creciente endeudamiento público, altísima dependencia del
financiamiento externo y, sobre todo, escasísimo dinamismo de los sectores
productivos. En todas esas áreas el desempeño de Guatemala es notablemente
superior.
A los ojos de una visitante del otro lado del mundo,
junto a las cifras contradictorias surge la imagen de un país extremadamente
complejo y con obvios síntomas de trastorno de identidad disociativo (o doble
personalidad). Junto con la Guatemala de sólidos indicadores macroeconómicos,
responsable manejo de la deuda, baja inflación y estabilidad cambiaria,
coexiste la otra que duele ver, con indicadores africanos de desnutrición,
mortalidad infantil, bajo desempeño educativo y corrupción.
Por un lado está el país cuyo clima para hacer
negocios lo ubica en el puesto 79 a nivel mundial en el índice Doing Business, muy por encima de El
Salvador, que ocupa el puesto 118. Por el otro, está la Guatemala donde la
salud, la educación y el estándar de vida, que son los componentes principales
del denominado Índice de Desarrollo Humano la ubican en el puesto 133, a la par
de algunos de los países más pobres del planeta y lejos del puesto 107 que
ocupa El Salvador.
Esta dualidad se manifiesta en dos aspectos clave: la pobreza
y la falta de productividad. Ambos son las dos caras de la misma medalla. Los
indicadores de persistente pobreza y desigualdad frenan el crecimiento y
dificultan la gobernabilidad, mientras que la baja productividad y su lento
crecimiento reflejan la ineficiencia de la economía informal donde se ocupa la
mitad de la población y que no permite cerrar la brecha que nos separa de los
países más avanzados.
Para superar esta situación es necesario revertir la
históricamente baja productividad de la economía guatemalteca, enfrentando sus
causas estructurales: informalidad económica, escasa infraestructura,
regulaciones inadecuadas, insuficiente competencia y acceso al crédito (y, por
ende, poca innovación). Además, la atención al capital humano necesario para la
productividad es extremadamente precaria.
Mientras el Estado no tome las acciones necesarias para propiciar una
mejora sustancial en el capital humano (salud, nutrición y educación), físico
(infraestructura) y social (imperio de la ley e instituciones eficientes),
nuestro país de doble personalidad seguirá pareciendo una alucinación increíble
para los visitantes (e inversionistas) provenientes de lejanas tierras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE LOS LECTORES: