viernes, 7 de marzo de 2014

Instituciones Degeneradas

El gobierno representativo siempre ha sido un sueño difícil de alcanzar en nuestro medio
Hace cinco años que la gran crisis económica mundial alcanzó su clímax en las economías desarrolladas. Y hace un par de años que salió publicado un libro que, con una visión un tanto fatídica, anunciaba el declive de la civilización occidental y de sus grandes potencias. Niall Ferguson, historiador escocés y profesor en la universidad de Harvard, publicó en 2012 su pequeño, oportuno e interesante estudio La Gran Degeneración: Cómo Decaen las Instituciones y Mueren las Economías, que trata sobre el vínculo que existe entre las instituciones y el desempeño económico y social.
Ferguson ofrece en su libro en su libro una descripción de los factores que llevaron, en su visión, al estancamiento de las potencias occidentales. Los síntomas de este declive incluyen el aumento de la criminalidad, de la deuda pública, del envejecimiento poblacional, de la pobreza y de la desigualdad, acompañado de una reducción del crecimiento económico y de la calidad educativa, entre otros.
Detrás de esos síntomas está la degeneración de las instituciones, que son el intrincado marco en que las fuerzas sociales actúan para el progreso o caída de la civilización. Las cuatro instituciones básicas que, según Ferguson, constituyen los pilares de la civilización occidental son el gobierno representativo, el mercado libre, el imperio de la ley y la sociedad civil. Estas instituciones (y no la ubicación geográfica o el clima) fueron las que colocaron a las potencias occidentales en el camino del progreso, hasta su reciente decadencia.
Si esta visión, francamente pesimista, tiene muchos elementos que deben hacer reflexionar a los líderes de los países industrializados, resulta mucho más desafiante para países con menor grado de desarrollo, como Guatemala, no tanto porque nuestras instituciones estén en decadencia sino, lo que es peor, porque quizá nunca en nuestra historia hemos contado con ellas.
Muchos de los síntomas –y otros- que aquejan a las potencias de Occidente están entre nosotros desde hace tiempo: altos niveles de pobreza y desigualdad, criminalidad y comportamiento antisocial, insuficiente crecimiento económico, creciente insatisfacción con los servicios gubernamentales, juventud desempleada y desesperanzada. Y lo más preocupante, quizá, es que ni siquiera estamos dando los pasos necesarios para fortalecer los cuatro pilares institucionales antes mencionados.
El pilar del gobierno representativo siempre ha sido un sueño difícil de alcanzar en nuestro medio, poco acostumbrado a vivir en una democracia republicana en la que los pesos y contrapesos mantengan enfocados y controlados los poderes del Estado minimizando los riesgos de que se abuse del poder y se caiga en el autoritarismo, nefasto para la innovación y el ejercicio de la libertad individual. Lejos de consolidar un gobierno representativo, nuestros países parecen estar retrocediendo hacia un Estado patrimonialista, típico de sociedades premodernas cuya característica primordial es la tendencia de los poderosos a apropiarse de los bienes públicos.
El pilar del mercado libre no puede desarrollarse mientras la clase media sea tan pequeña, la pobreza tan generalizada, la innovación tan escasa y la competencia tan limitada. El mercado tampoco puede funcionar si el tercer pilar, el imperio de la ley, se ve impedido de funcionar debido a un sistema de justicia atrasado, atrofiado y corrupto.
Finalmente, el pilar de la sociedad civil –compuesta por las asociaciones, sindicatos, gremios y grupos de interés- no puede jugar su papel clave en la construcción de una sociedad próspera si sus líderes únicamente buscan privilegios, rentas y canonjías del gobierno o de gobiernos extranjeros, y si la ciudadanía permanece apática, pasiva e ignorante, limitando su participación únicamente a votar resignadamente cada cuatro años.
Una de las conclusiones del libro de Ferguson es la importancia que para la construcción de las instituciones esenciales, y para el progreso de las sociedades, reviste la colaboración entre las organizaciones de la sociedad civil, el gobierno y las empresas privadas para resolver los serios problemas que nos afectan. Ello requiere que los líderes políticos, cívicos y empresariales de nuestro país asuman su responsabilidad con decisión y visión de país.

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