El gobierno representativo siempre ha sido
un sueño difícil de alcanzar en nuestro medio
Hace cinco años que la gran crisis económica mundial
alcanzó su clímax en las economías desarrolladas. Y hace un par de años que
salió publicado un libro que, con una visión un tanto fatídica, anunciaba el
declive de la civilización occidental y de sus grandes potencias. Niall
Ferguson, historiador escocés y profesor en la universidad de Harvard, publicó
en 2012 su pequeño, oportuno e interesante estudio La Gran Degeneración: Cómo
Decaen las Instituciones y Mueren las Economías, que trata sobre el vínculo que
existe entre las instituciones y el desempeño económico y social.
Ferguson ofrece en su libro en su libro una
descripción de los factores que llevaron, en su visión, al estancamiento de las
potencias occidentales. Los síntomas de este declive incluyen el aumento de la
criminalidad, de la deuda pública, del envejecimiento poblacional, de la
pobreza y de la desigualdad, acompañado de una reducción del crecimiento
económico y de la calidad educativa, entre otros.
Detrás de esos síntomas está la degeneración de las
instituciones, que son el intrincado marco en que las fuerzas sociales actúan
para el progreso o caída de la civilización. Las cuatro instituciones básicas
que, según Ferguson, constituyen los pilares de la civilización occidental son
el gobierno representativo, el mercado libre, el imperio de la ley y la
sociedad civil. Estas instituciones (y no la ubicación geográfica o el clima)
fueron las que colocaron a las potencias occidentales en el camino del
progreso, hasta su reciente decadencia.
Si esta visión, francamente pesimista, tiene muchos
elementos que deben hacer reflexionar a los líderes de los países
industrializados, resulta mucho más desafiante para países con menor grado de
desarrollo, como Guatemala, no tanto porque nuestras instituciones estén en
decadencia sino, lo que es peor, porque quizá nunca en nuestra historia hemos
contado con ellas.
Muchos de los síntomas –y otros- que aquejan a las
potencias de Occidente están entre nosotros desde hace tiempo: altos niveles de
pobreza y desigualdad, criminalidad y comportamiento antisocial, insuficiente
crecimiento económico, creciente insatisfacción con los servicios
gubernamentales, juventud desempleada y desesperanzada. Y lo más preocupante,
quizá, es que ni siquiera estamos dando los pasos necesarios para fortalecer
los cuatro pilares institucionales antes mencionados.
El pilar del gobierno representativo siempre ha sido
un sueño difícil de alcanzar en nuestro medio, poco acostumbrado a vivir en una
democracia republicana en la que los pesos y contrapesos mantengan enfocados y
controlados los poderes del Estado minimizando los riesgos de que se abuse del
poder y se caiga en el autoritarismo, nefasto para la innovación y el ejercicio
de la libertad individual. Lejos de consolidar un gobierno representativo,
nuestros países parecen estar retrocediendo hacia un Estado patrimonialista,
típico de sociedades premodernas cuya característica primordial es la tendencia
de los poderosos a apropiarse de los bienes públicos.
El pilar del mercado libre no puede desarrollarse
mientras la clase media sea tan pequeña, la pobreza tan generalizada, la
innovación tan escasa y la competencia tan limitada. El mercado tampoco puede
funcionar si el tercer pilar, el imperio de la ley, se ve impedido de funcionar
debido a un sistema de justicia atrasado, atrofiado y corrupto.
Finalmente, el pilar de la sociedad civil –compuesta
por las asociaciones, sindicatos, gremios y grupos de interés- no puede jugar
su papel clave en la construcción de una sociedad próspera si sus líderes únicamente
buscan privilegios, rentas y canonjías del gobierno o de gobiernos extranjeros,
y si la ciudadanía permanece apática, pasiva e ignorante, limitando su
participación únicamente a votar resignadamente cada cuatro años.
Una de las conclusiones del libro de Ferguson es la importancia que para
la construcción de las instituciones esenciales, y para el progreso de las
sociedades, reviste la colaboración entre las organizaciones de la sociedad
civil, el gobierno y las empresas privadas para resolver los serios problemas
que nos afectan. Ello requiere que los líderes políticos, cívicos y
empresariales de nuestro país asuman su responsabilidad con decisión y visión
de país.
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