viernes, 14 de febrero de 2014

Después de la Crisis: Visión Pesimista

El momento para implementar políticas de largo plazo es hoy mismo, y para ello no hay que inventar el agua azucarada
Hace cinco años el crac financiero estadounidense explotaba como recesión mundial al contagiarse a la deuda soberana de varios países europeos. Guatemala sobrevivió esta gigantesca crisis económica mundial más o menos incólume. La lectura de dicha sobrevivencia puede hacerse con lentes pesimistas, que nos ayuden a sacar lecciones de la forma en que –como tantas veces- desaprovechamos la oportunidad que nos brindó la crisis de tomar medidas de largo plazo para progresar sostenidamente. O pude hacerse con lentes optimistas, que nos permitan ver las fortalezas –muchas veces menospreciadas- que nos ayudaron a afrontar la crisis. Pongámonos hoy los pesimistas.
El desafío de enfrentar la crisis, para un país pequeño y vulnerable como Guatemala, se dibujaba en dos planos. Por un lado, el del corto plazo, se trataba de adoptar medidas paliativas para reducir los costos y la duración del inevitable ajuste económico que conllevaba el shock externo; afortunadamente no caímos en la tentación de adoptar medidas populistas o antitécnicas para enfrentar el ajuste, pues ello solamente lo habría tornado más prolongado y costoso. Por otro lado, el del largo plazo, se trataba de prepararnos para el futuro, y allí no fuimos tan afortunados: aunque no caímos en el error de aplicar políticas equivocadas para atender la coyuntura, cometimos –una vez más- el igualmente grave error de desatender las políticas de largo plazo: nos dedicamos únicamente a lo urgente mientras relegamos lo importante.
Es una tragedia que, una vez superadas las amenazas de la crisis, Guatemala no haya avanzado en los aspectos que le permitan acelerar sostenidamente su crecimiento económico y reducir la pobreza. Un estudio que por aquellos años de inicios de la crisis publicó el Banco Mundial, luego de convocar a un grupo de pensadores y hacedores de políticas públicas, identificó seis aspectos comunes a las 13 economías que desde 1950 tuvieron un crecimiento promedio de 7% anual durante 25 años o más. Es en esas seis características donde, la experiencia así lo dice, deberían enfocarse países como el nuestro durante la época de vacas flacas a fin de potenciar las posibilidades de sacarles provecho a las vacas gordas, cuando vengan.
La primera es el aprovechamiento de la economía mundial; es decir, tener un grado de apertura al mundo que permita importar tecnología e innovación y, al mismo tiempo, producir bienes y servicios que otros países requieren. La segunda es el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica para contar con un ambiente de certeza que facilite la toma de decisiones correctas y eficientes por parte de productores y consumidores. En estas dos características, por ventura, se han hecho avances de forma sostenida en Guatemala durante más de dos décadas.
La tercera característica es la presencia de altas tasas de ahorro e inversión; y, en esto, sí que estamos mal: Guatemala (aquejada de inseguridad, criminalidad, debilidad institucional, conflicto social, escasa infraestructura, desnutrición y poca calificación del capital humano) es uno de los países con más bajos niveles de ahorro e inversión en el mundo. La cuarta es permitir que el mercado sea quien asigne los recursos económicos; y, aquí, el gran riesgo es el poco compromiso que el liderazgo político y –crecientemente- la opinión pública tienen respecto de la economía de mercado.
La quinta es la presencia de gobiernos (locales y nacionales) que sean capaces, creíbles y comprometidos, lo cual pasa, evidentemente, por tener dirigentes que no practiquen ni toleren la corrupción, el nepotismo y los privilegios. Y, por último, la sexta característica para que el crecimiento económico sea sostenible es que exista paz y cohesión social, ya que la conflictividad social es el caldo donde se cultivan las políticas populistas y la debilidad institucional. Entonces, lo importante para las políticas públicas debería ser la búsqueda permanente de estas características, independientemente de las preocupaciones de corto plazo. El momento para implementar políticas de largo plazo es hoy mismo, y para ello no hay que inventar el agua azucarada: sólo acercándose a esas características podrá mejorar la productividad de Guatemala y aumentar así el ingreso per cápita y, con él, el bienestar material de los guatemaltecos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTARIOS DE LOS LECTORES:

ENERGÍA ELÉCTRICA: SE ACABARON LAS VACAS GORDAS

URGEN MEDIDAS PARA EVITAR UN DÉFICIT DE SUMINISTRO   Durante años, el sistema eléctrico nacional tuvo un superávit de oferta; es decir, su c...