El momento para implementar políticas de
largo plazo es hoy mismo, y para ello no hay que inventar el agua azucarada
Hace cinco años el crac financiero estadounidense
explotaba como recesión mundial al contagiarse a la deuda soberana de varios
países europeos. Guatemala sobrevivió esta gigantesca crisis económica mundial
más o menos incólume. La lectura de dicha sobrevivencia puede hacerse con
lentes pesimistas, que nos ayuden a sacar lecciones de la forma en que –como
tantas veces- desaprovechamos la oportunidad que nos brindó la crisis de tomar
medidas de largo plazo para progresar sostenidamente. O pude hacerse con lentes
optimistas, que nos permitan ver las fortalezas –muchas veces menospreciadas-
que nos ayudaron a afrontar la crisis. Pongámonos hoy los pesimistas.
El desafío de enfrentar la crisis, para un país
pequeño y vulnerable como Guatemala, se dibujaba en dos planos. Por un lado, el
del corto plazo, se trataba de adoptar medidas paliativas para reducir los
costos y la duración del inevitable ajuste económico que conllevaba el shock
externo; afortunadamente no caímos en la tentación de adoptar medidas
populistas o antitécnicas para enfrentar el ajuste, pues ello solamente lo
habría tornado más prolongado y costoso. Por otro lado, el del largo plazo, se
trataba de prepararnos para el futuro, y allí no fuimos tan afortunados: aunque
no caímos en el error de aplicar políticas equivocadas para atender la
coyuntura, cometimos –una vez más- el igualmente grave error de desatender las
políticas de largo plazo: nos dedicamos únicamente a lo urgente mientras relegamos
lo importante.
Es una tragedia que, una vez superadas las amenazas de
la crisis, Guatemala no haya avanzado en los aspectos que le permitan acelerar
sostenidamente su crecimiento económico y reducir la pobreza. Un estudio que
por aquellos años de inicios de la crisis publicó el Banco Mundial, luego de
convocar a un grupo de pensadores y hacedores de políticas públicas, identificó
seis aspectos comunes a las 13 economías que desde 1950 tuvieron un crecimiento
promedio de 7% anual durante 25 años o más. Es en esas seis características donde,
la experiencia así lo dice, deberían enfocarse países como el nuestro durante
la época de vacas flacas a fin de potenciar las posibilidades de sacarles
provecho a las vacas gordas, cuando vengan.
La primera es el aprovechamiento de la economía
mundial; es decir, tener un grado de apertura al mundo que permita importar
tecnología e innovación y, al mismo tiempo, producir bienes y servicios que
otros países requieren. La segunda es el mantenimiento de la estabilidad
macroeconómica para contar con un ambiente de certeza que facilite la toma de
decisiones correctas y eficientes por parte de productores y consumidores. En
estas dos características, por ventura, se han hecho avances de forma sostenida
en Guatemala durante más de dos décadas.
La tercera característica es la presencia de altas
tasas de ahorro e inversión; y, en esto, sí que estamos mal: Guatemala
(aquejada de inseguridad, criminalidad, debilidad institucional, conflicto
social, escasa infraestructura, desnutrición y poca calificación del capital
humano) es uno de los países con más bajos niveles de ahorro e inversión en el
mundo. La cuarta es permitir que el mercado sea quien asigne los recursos
económicos; y, aquí, el gran riesgo es el poco compromiso que el liderazgo
político y –crecientemente- la opinión pública tienen respecto de la economía
de mercado.
La quinta es la presencia de gobiernos (locales y nacionales) que sean capaces,
creíbles y comprometidos, lo cual pasa, evidentemente, por tener dirigentes que
no practiquen ni toleren la corrupción, el nepotismo y los privilegios. Y, por
último, la sexta característica para que el crecimiento económico sea
sostenible es que exista paz y cohesión social, ya que la conflictividad social
es el caldo donde se cultivan las políticas populistas y la debilidad
institucional. Entonces, lo importante para las políticas públicas debería ser
la búsqueda permanente de estas características, independientemente de las
preocupaciones de corto plazo. El momento para implementar políticas de largo
plazo es hoy mismo, y para ello no hay que inventar el agua azucarada: sólo acercándose
a esas características podrá mejorar la productividad de Guatemala y aumentar
así el ingreso per cápita y, con él, el bienestar material de los
guatemaltecos.
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