Nuestro país sobrevivió esta crisis mundial
de mejor manera que en otras crisis del pasado, y con menos problemas que los países vecinos
La semana pasada señalamos, en tono pesimista, que la
gran crisis económica mundial del quinquenio pasado fue una oportunidad perdida
para Guatemala ya que, a pesar de que nuestra economía superó con escasos
rasguños los embates de la crisis, fracasó en las reformas (en educación,
salud, infraestructura e instituciones) que eran necesarias para sacarle
provecho (en términos de productividad y bienestar) a las muy favorables condiciones
financieras que prevalecieron en los mercados internacionales, así como al
nuevo entorno mundial post-crisis.
No obstante ello, es menester reconocer que nuestro
país sobrevivió esta crisis mundial de mejor manera que en crisis anteriores
(que fueron incluso de menor escala) y con un mejor desempeño que los países
vecinos: la producción se estancó, pero no cayó; las exportaciones y el crédito
cayeron, pero repuntaron luego rápidamente; la inflación y el tipo de cambio se
mantuvieron bajo control. Viendo con lentes de optimismo, debemos admitir que
este buen desempeño se debió a que, pese a todo, contamos con un conjunto
aceptablemente bueno de instituciones y políticas macroeconómicas.
Un reciente documento de trabajo preparado por el
economista José de Gregorio, publicado en diciembre pasado por el Fondo Monetario Internacional –FMI-,
sobre la capacidad de resistencia y adaptación de las economías
latinoamericanas ante la crisis mundial, pone los focos sobre aquellos aspectos
que nos permitieron defendernos exitosamente de las muy adversas condiciones
económicas mundiales. Según dicho estudio, se pueden distinguir cinco factores
clave.
El primero es que, cuando empezó la crisis, contábamos
con buenas condiciones macroeconómicas: el déficit fiscal era bajo (menor a 2%
del PIB), la deuda pública estaba bajo control, y la inflación era baja y
estable; todo ello permitió enfrentar la crisis con políticas fiscales y
monetarias moderadamente anticíclicas, lo cual contribuyó a aliviar los efectos
de la crisis.
El segundo factor es el marco de flexibilidad del tipo
de cambio; no es que el quetzal (a diferencia de otras monedas) se haya
devaluado durante la crisis, sino que el simple hecho de saber que el tipo de
cambio podía ajustarse eliminó la tentación de especular contra el valor de la
moneda, lo cual conjuró el riesgo de movimientos cambiarios bruscos como los
experimentados en crisis previas.
El tercero es que tuvimos buena suerte: antes de la
crisis gozamos de buenas condiciones y precios internacionales que hicieron
crecer el valor de las exportaciones; además, en el caso de Guatemala esta
buena suerte se vio complementada por una base exportable cada vez más
diversificada y con penetración creciente en nuevos mercados.
El cuarto factor es la solidez y buena regulación del
sistema financiero: los indicadores de solvencia, utilidades y calidad de la
cartera estaban en franca mejora antes de la crisis, y mejoraron aún más una
vez superado el primer año del shock externo (2009), lo cual hizo posible que
el sistema financiero pudiera reiniciar rápidamente (en 2010) el crecimiento
del crédito al aparato productivo.
El quinto fue el elevado nivel de reservas monetarias
internacionales (más de US$ 5 millardos en 2009) que se venían acumulando
durante los años pre-crisis a fin de evitar una apreciación abrupta del
quetzal; esos niveles de reservas ayudaron a disuadir cualquier ataque contra
la moneda y a eliminar cualquier temor de impago de las deudas con el exterior,
al tiempo que proporcionaron un colchón ante la amenaza de falta de
financiamiento externo durante la crisis.
Puestos, pues, a ver el lado positivo de la crisis,
debemos sacar la conclusión de que la prudencia en la política fiscal, aunada a
la existencia de las reglas claras e institucionalizadas en las políticas
monetaria y financiera, fueron elementos fundamentales en el accionar de las
instituciones públicas que deberían preservarse como un valioso activo de la
economía nacional.
La lección que nos deja la crisis mundial que parece estar finalizando
es que, como país pequeño y abierto, debemos preservar a toda costa la
disciplina macroeconómica pero, al mismo tiempo, debemos emprender cuanto antes
las reformas estructurales que nos permitan, por fin, emprender una ruta
sostenida de prosperidad y desarrollo integral.
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