viernes, 24 de enero de 2014

Faltan Matices

Sin una visión política balanceada nuestro sistema democrático seguirá a la deriva
A veces Guatemala da la impresión de estarse convirtiendo en un país sin matices ideológicos. Quizá a causa de la ansiedad colectiva por encontrar certezas para un entorno desordenado y un futuro sombrío, se nos pide auto-etiquetarnos con precisión: izquierdista o derechista (en lo político), pro mercado o pro estado (en lo económico), conservador o liberal (en lo social). Y dependiendo de la etiqueta, así será la forma en que seremos tratados, en que se confiará o no en nosotros, o en que seremos aceptados o rechazados.
Eso que ocurre en el ámbito intelectual, también se replica en materia de las políticas públicas. Los políticos parecen ignorar cada día más a los tecnócratas, a quienes suelen considerar ingenuos, poco prácticos y hasta molestos. Los tecnócratas, por su parte, tienden a ver a los políticos como inconsistentes, cortoplacistas, empíricos y hasta peligrosos. Los primeros olvidan que el ejercicio del poder, si no está sustentado en ideas, es pura improvisación. Y los segundos ignoran que los planes y técnicas, sin pragmatismo ni respaldo político, son sólo sueños.
Por supuesto que tener una posición ideológica no solo es conveniente, sino necesario para orientar adecuadamente el rumbo del Estado, pero el radicalismo y la polarización suelen imponer obstáculos poderosos a la buena marcha de la política y las políticas. Para encontrar el balance requerido, quienes aspiran a ser líderes nacionales deben tener convicciones ideológicas claras, basadas en ideas firmes, pero al mismo tiempo deben tener la capacidad de ser flexibles y ceder cuando al rival lo asiste la razón.
Líderes como Margaret Tatcher (por la derecha) o Felipe González (por la izquierda) transformaron sus países con base en sus convicciones e ideas claras que inspiraron confianza en el futuro y engendraron el surgimiento de un Tony Blair (por la izquierda) ni un José María Aznar (por la derecha) quienes, a su vez, fueron capaces de amoldar sus propias convicciones para reconocer las virtudes de lo andado por sus predecesores.
Ese liderazgo que combina las convicciones con el pragmatismo –dentro de una visión de Estado- es un bien escaso que nuestro país precisa con urgencia, pero que se ve impedido de surgir por una polarización ideológica que parece empeñarse en revivir la guerra civil y por un sistema político light cuyo principal objetivo es el acceso al poder para practicar el patrimonialismo.
El resultado es un vacío de ideas que se convierte en campo fértil para ofertas políticas simplonas, protestas callejeras que demandan un regreso a los “gloriosos” años setenta, y descalificaciones superficiales del rival que es percibido como enemigo. La polarización se ve alimentada por la propia naturaleza de los enfoques políticos tradicionalmente opuestos: cómo controlar el poder de los mercados versus cómo controlar el poder del estado.
Lo ideal sería que ambas tradiciones ideológicas evolucionen y se renueven aprendiendo una de otra, pero ello es casi imposible en un ambiente polarizado y en un sistema patrimonialista. Por ello es importante que en el espectro ideológico existan matices que permitan el avance de políticas y acciones de gobierno conducentes al progreso económico y social. Matices que desde la izquierda comprendan las virtudes de la destrucción creadora generada por la competencia y los mercados, y que desde la derecha acepten que el estado debe hacerse cargo de las víctimas de dicha destrucción creadora. Matices que se percaten de que el rol del estado como garante del buen funcionamiento del mercado puede ser un mal necesario que, sin embargo, debe mantenerse limitado y controlado.
Sin una visión política balanceada, nuestro sistema democrático seguirá a la deriva en las aguas del patrimonialismo. Y mientras el sistema esté a la deriva, los votantes podrán ser víctimas de la demagogia que ofrece soluciones falsas a problemas autogenerados. La única forma en que los demagogos (de izquierda y de derecha) pueden ser derrotados, es mediante la guía de líderes moderados (de izquierda y de derecha) dispuestos a aprender de sus adversarios, a negociar con ellos, a huir de la polarización –hoy tan generalizada- y, sobre todo, a brindar esperanza a sus conciudadanos sobre un futuro que puede ser moldeado en favor del interés general.

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