Sin una visión política balanceada nuestro
sistema democrático seguirá a la deriva
A veces Guatemala da la impresión de estarse
convirtiendo en un país sin matices ideológicos. Quizá a causa de la ansiedad
colectiva por encontrar certezas para un entorno desordenado y un futuro
sombrío, se nos pide auto-etiquetarnos con precisión: izquierdista o derechista
(en lo político), pro mercado o pro estado (en lo económico), conservador o
liberal (en lo social). Y dependiendo de la etiqueta, así será la forma en que
seremos tratados, en que se confiará o no en nosotros, o en que seremos
aceptados o rechazados.
Eso que ocurre en el ámbito intelectual, también se
replica en materia de las políticas públicas. Los políticos parecen ignorar
cada día más a los tecnócratas, a quienes suelen considerar ingenuos, poco
prácticos y hasta molestos. Los tecnócratas, por su parte, tienden a ver a los
políticos como inconsistentes, cortoplacistas, empíricos y hasta peligrosos.
Los primeros olvidan que el ejercicio del poder, si no está sustentado en
ideas, es pura improvisación. Y los segundos ignoran que los planes y técnicas,
sin pragmatismo ni respaldo político, son sólo sueños.
Por supuesto que tener una posición ideológica no solo
es conveniente, sino necesario para orientar adecuadamente el rumbo del Estado,
pero el radicalismo y la polarización suelen imponer obstáculos poderosos a la
buena marcha de la política y las políticas. Para encontrar el balance
requerido, quienes aspiran a ser líderes nacionales deben tener convicciones
ideológicas claras, basadas en ideas firmes, pero al mismo tiempo deben tener
la capacidad de ser flexibles y ceder cuando al rival lo asiste la razón.
Líderes como Margaret Tatcher (por la derecha) o
Felipe González (por la izquierda) transformaron sus países con base en sus
convicciones e ideas claras que inspiraron confianza en el futuro y engendraron
el surgimiento de un Tony Blair (por la izquierda) ni un José María Aznar (por
la derecha) quienes, a su vez, fueron capaces de amoldar sus propias convicciones
para reconocer las virtudes de lo andado por sus predecesores.
Ese liderazgo que combina las convicciones con el
pragmatismo –dentro de una visión de Estado- es un bien escaso que nuestro país
precisa con urgencia, pero que se ve impedido de surgir por una polarización
ideológica que parece empeñarse en revivir la guerra civil y por un sistema
político light cuyo principal
objetivo es el acceso al poder para practicar el patrimonialismo.
El resultado es un vacío de ideas que se convierte en
campo fértil para ofertas políticas simplonas, protestas callejeras que
demandan un regreso a los “gloriosos” años setenta, y descalificaciones
superficiales del rival que es percibido como enemigo. La polarización se ve
alimentada por la propia naturaleza de los enfoques políticos tradicionalmente
opuestos: cómo controlar el poder de los mercados versus cómo controlar el poder del estado.
Lo ideal sería que ambas tradiciones ideológicas
evolucionen y se renueven aprendiendo una de otra, pero ello es casi imposible
en un ambiente polarizado y en un sistema patrimonialista. Por ello es
importante que en el espectro ideológico existan matices que permitan el avance
de políticas y acciones de gobierno conducentes al progreso económico y social.
Matices que desde la izquierda comprendan las virtudes de la destrucción creadora
generada por la competencia y los mercados, y que desde la derecha acepten que
el estado debe hacerse cargo de las víctimas de dicha destrucción creadora.
Matices que se percaten de que el rol del estado como garante del buen
funcionamiento del mercado puede ser un mal necesario que, sin embargo, debe
mantenerse limitado y controlado.
Sin una visión política balanceada, nuestro sistema democrático seguirá
a la deriva en las aguas del patrimonialismo. Y mientras el sistema esté a la
deriva, los votantes podrán ser víctimas de la demagogia que ofrece soluciones
falsas a problemas autogenerados. La única forma en que los demagogos (de
izquierda y de derecha) pueden ser derrotados, es mediante la guía de líderes
moderados (de izquierda y de derecha) dispuestos a aprender de sus adversarios,
a negociar con ellos, a huir de la polarización –hoy tan generalizada- y, sobre
todo, a brindar esperanza a sus conciudadanos sobre un futuro que puede ser
moldeado en favor del interés general.
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