Pareciera que en Guatemala todos estamos
bajo sospecha de tener una agenda oculta
Hace algunos días un amigo y mentor me envío una
columna de Arturo Pérez-Reverte que me pareció sencillamente fascinante. Aunque
dirigida por el escritor y periodista español al público ibérico, la columna
(titulada Conmigo o Contra Mi) que critica el triste estado del sistema
político y –especialmente- el alto grado de responsabilidad que los propios
ciudadanos tienen en el deterioro de dicho sistema, es absolutamente aplicable
y relevante al caso de Guatemala.
El escepticismo sobre el futuro del sistema político y
el desencanto con la “casta parásita que nos gobierna” es atribuible, según al
autor, a la ignorancia y abulia política de los propios gobernados, que los
convierte en ovejitas indefensas en manos de los viejos lobos políticos. Sin
una participación activa ni decisiones educadas por parte de los ciudadanos, no
habrá democracia plena aunque haya elecciones periódicas. Además, el sistema
actual no soluciona los asuntos de estado mediante el diálogo y el debate de
argumentos serios, sino que –casi por instinto- recurre a la descalificación,
al enfrentamiento visceral, a la polémica teatral. Y así, no hay manera de que
las decisiones políticas se basen en el sentido común ni que procuren el bien
común.
La incapacidad de debatir es igual de grande que la
tendencia a encasillar ideológicamente al oponente. Pérez-Reverte da ejemplos concretos
de esta tendencia en España, pero igualmente se pueden encontrar para
Guatemala. Si alguien opina que Árbenz perdió el control de la Revolución del
44 al confiar ciegamente en los comunistas, no encontrará argumentos respecto a
si confió o no confió en ello, sino furibundas críticas que, aderezadas con el
infaltable ataque contra la oligarquía criolla, tildarán de fascista y genocida
a quien así osó opinar. O si opina que la Revolución de 1871 cometió enormes
abusos contra los indígenas y contra la Iglesia Católica, el opinante será
acusado de rechazar al glorioso ejército nacional o de ser un cachureco
irredento.
Pareciera además que, al igual que Pérez-Reverte lo
percibe para España, en Guatemala todos estamos bajo sospecha de tener una
agenda oculta, de militar en algún bando ideológico o en un grupo de interés. Y
desde el “juicio por genocidio” se ha acentuado esta inclinación en encasillar en
el bando enemigo a quien sea discrepe: sos rojo o sos crema. Qué importa si sos
probo, detestás la corrupción y está dispuesto a combatirla; y qué importa si
creés que la impunidad se combate con el imperio de la ley, aplicado por parejo
a todos; y qué importa si creés que la desnutrición crónica infantil es la peor
vergüenza que podamos sentir los guatemaltecos, y actuás en consecuencia. Me
vale. Si sos del bando contrario, sos mi enemigo y cuanto digás carece de
validez.
Con esas actitudes resulta fácil entender la Guerra
Civil. La de España, según Pérez-Reverte; pero quizá también la guatemalteca.
Según el escritor, los abusos y crímenes que ambos bandos cometieron en el
conflicto de 1936-39 ya no son repetibles, pero la pulsión vil de destruir sin
misericordia al adversario permanece en el inconsciente colectivo español. En
el caso de Guatemala uno podría ser, incluso, menos optimista: los abusos y
crímenes extremos son aquí algo real y presente. Un nuevo conflicto interno
violento es algo más que un riesgo.
Ojalá que este autodestructivo clima de desconfianza
pueda cambiar. Quizá, como Pérez-Reverte lo diagnostica para su país, la
solución pase por reconocer una historia conflictiva y enseñarla correctamente
a las nuevas generaciones para que –a diferencia nuestra- la asuman, desde las
guerras intestinas antes de la Conquista, hasta el abuso y la explotación de
después, pasando por revoluciones y contrarrevoluciones excluyentes, dirigidas
por grupos de interés y líderes de poca calidad moral. Y pasa también, como en
España, por tener dirigentes políticos lúcidos, probos y dispuestos a decir la
verdad sobre el país que hemos construido.
En ausencia de líderes internos que llamen a la conciliación, conviene
escuchar el reciente llamado a la paz, a la tolerancia y al diálogo del Papa
Francisco (http://www.vatican.va/holy_father/francesco/homilies/2013). O reflexionar,
a la luz de la situación guatemalteca, el artículo de Pérez-Reverte (http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso).
Como platicábamos la otra vez, sigo en mi ilusión de plasmar en celuloide (hoy digitaloide) una historia mas honesta, para que las generaciones venideras consideren sus raíces y de alguna manera colabore con un cambio mas filosófico en su visión de si mismos como nación del futuro.
ResponderEliminarMe refiero a que estoy de acuerdo en principio con lo que propone Reverte y nos trasladas hoy.