Pese al nerviosismo (injustificado) que ocasionó la semana pasada, el reciente aumento del tipo de cambio es
simplemente normal y su magnitud, relativamente pequeña
En el último par de semanas abundaron las noticias que
reportaban un alza en el tipo de cambio y las reacciones de inquietud por parte
de algunos empresarios y políticos al respecto. El alza en el precio del dólar
(que subió en agosto de Q7.84 a Q7.97), la primera que se produce en forma
sensible en lo que va del año, aunque no fue realmente de una magnitud
significativa, sí generó noticias y nerviosismo.
Sin embargo, tanto las noticias como el nerviosismo
resultan francamente exagerados a la luz de las circunstancias que rodean el
comportamiento cambiario reciente. Por un lado, a lo largo de los primeros
siete meses del año el tipo de cambio ha permanecido extremadamente estable
(excepto por una levísima apreciación ocurrida en las primeras semanas del año),
por lo que es simplemente normal que –por fin- tenga algún movimiento; además,
el tipo de cambio en Guatemala tiene una cierta estacionalidad que hacía
prever, de cualquier modo, que habría algún alza en el valor de dólar a partir
de agosto.
Por otro lado, los movimientos de capitales alrededor
del mundo están mostrando una tendencia generalizada (aunque aún no se sabe si
permanente) de un regreso de los capitales desde las economías emergentes hacia
los Estados Unidos. El anuncio del banco central de ese país (la Reserva
Federal) de un posible cese –en un futuro sin precisar- de su política
monetaria expansiva ocasionó alzas en las tasas de interés estadounidense y una
consiguiente llegada de capitales proveniente del resto del mundo, incluyendo
posiblemente desde Guatemala, lo cual en algo habrá contribuido al reciente
movimiento del tipo de cambio quetzal-dólar.
Los dos factores comentados explican que el reciente
aumento del tipo de cambio es simplemente normal, pero también hay que indicar
que la magnitud de aumento ha sido muy pequeña. De hecho, hace un año, el tipo
de cambio era de Q7.96 por dólar, es decir que en un año la depreciación es de
apenas un centavo o 0.1%. En contraste, y a manera de comparación con otros
países con regímenes cambiarios similares al guatemalteco, la depreciación de
sus respectivas monedas en el mismo periodo de tiempo ha sido de 5% en
Colombia, 6% en Chile, 7% en Perú y 12% en Brasil.
En estos países, como en todos aquellos que manejan
tipos de cambio flexibles, las fluctuaciones cambiarias no sólo son mucho más
frecuentes sino que mucho más pronunciadas que las que vemos en Guatemala, por
lo que los agentes económicos están habituados a este tipo de variaciones y han
aprendido a diversificar las monedas en sus operaciones financieras y a
realizar las coberturas cambiarias que les permitan minimizar los riesgos de
pérdidas por las fluctuaciones cambiarias.
En Guatemala, en cambio, los agentes económicos se han
malacostumbrado a un tipo de cambio muy estático por muchos años y,
equivocadamente, creen que una moneda fuerte es el reflejo de una economía
sana. Como sociedad, deberíamos entender
que, si tenemos un régimen de tipo de cambio flexible, es para que éste fluctúe
(para arriba y para abajo) y los empresarios deberían hacer uso de los
instrumentos que el mercado de futuros les ofrezca para protegerse de dichas
fluctuaciones.
Para que el tipo de cambio sea en verdad flexible es
necesario, por un lado, que el Banco de Guatemala relaje la regla de
participación que actualmente aplica para comprar y vender divisas, pues la
misma ha creado un ambiente de poca tolerancia ante la normal volatilidad del
tipo de cambio y ha impedido que se desarrolle un mercado cambiario más
profundo, líquido y activo. La segunda es que dicho mercado incluya un
componente de productos derivados y a futuro para que los participantes se
protejan ante los riesgos de fluctuaciones cambiarias.
Las autoridades y el público deberían perderle el temor a la
flexibilidad del tipo de cambio, pues la misma ha mostrado su utilidad en otros
países que, como el nuestro, privilegian la estabilidad de precios internos.
Eso sí, para que el sistema de tipo de cambio flexible funcione, para que se
aprovechen sus virtudes y se minimicen sus riesgos, la política económica en
general, y el área fiscal en particular, deben evitar excesos (como por
ejemplo, elevados déficits fiscales o niveles insostenibles de deuda pública)
que amenacen la estabilidad de la moneda.
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