sábado, 28 de septiembre de 2013

Cuotas Electorales

La igualdad de oportunidades, no los privilegios forzados, debe ser el norte para revertir las injusticias y discriminaciones

{Aunque el tema de las cuotas electorales puede considerarse entre los más importantes para solucionar la disfuncionalidad de nuestro sistema político, preocupa mucho que los avezados políticos han insistido durante los últimos días en levantarle el perfil al tema, sabedores (como buenos conocedores de la idiosincrasia chapina) que generarían con él una gran polémica y, con ello, lograrían (como lo están logrando) que nadie ponga atención en el resto de reformas que están impulsando en la ley electoral (como el aumento casi ad-infinitum del financiamiento con recursos fiscales a los partidos políticos) y que tampoco se ponga atención a los temas que están omitiendo incluir en la reforma (como el devolverle la autoridad al TSE o el obligar a los partidos a ser más democráticos en su gobierno interno: no dicen nada respecto a la necesidad de que el voto en las asambleas partidarias sea secreto). Así, mientras los conglomerados de mujeres celebran prematuramente la inclusión de cuotas (sin haber reflexionado sobre la forma en que está redactada la propuesta que, no por accidente, va a hacer que la norma sea engorrosamente inaplicable en la práctica), y mientras los columnistas intercambiamos opiniones, el sistema político continúa corrompiéndose y corrompiendo a la sociedad para que al final cada grupo (mayas, ladinos, garífunas, xincas, criollos, descendientes de alemanes, mujeres, hombres, homosexuales, bisexuales, transgéneros, minusválidos, ciegos, sordomudos, médicos, abogados, empresarios, sindicalistas, maestros y sexoservidoras) tengamos nuestra respectiva cuota de nada.}

Ahora que la actividad en el Congreso de la República empieza a desentramparse, ha cobrado fuerza la idea de retomar la reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Resulta curioso que, tratándose de una reforma tan importante, mucha de la discusión se esté centrando en el tema (complejo, sí, pero francamente secundario) de las cuotas por género para los puestos de elección popular.
Es muy posible que el querer obligar a que la mitad de todos los candidatos a elección popular sean mujeres tenga la mejor de las intenciones: es innegable que históricamente Guatemala ha vivido una situación de injusticia y discriminación hacia las mujeres (y hacia otros conglomerados sociales), por lo que la introducción de medidas que favorezcan a este grupo parece ser una forma rápida y efectiva de construir una sociedad más justa.
Sin embargo, este tipo de medidas ya ha sido aplicado en otros lares sin que sus supuestos resultados positivos superen a los negativos. Las cuotas violan el principio elemental de que las decisiones de política pública deben ser ciegas ante la raza, sexo o religión de los ciudadanos implicados. Su aplicación implica que el propio estado estaría discriminando a miembros de un conglomerado al otorgarles un tratamiento preferencial. Cuando las plazas de trabajo (incluyendo los puestos de elección popular) son repartidas con base en criterios distintos a la capacidad y el mérito, las instituciones (y el Estado) se vuelven más incompetentes.
Aunque la política de cuotas empiece con la intención de favorecer a un colectivo específico, inevitablemente tiende a expandirse a una gran diversidad de conglomerados que empiezan a clamar por un trato similar. Pronto estarán otros “colectivos” que agrupan a personas con diferente orientación sexual o identidad de género pidiendo sus respectivas cuotas electorales, como también lo harán los grupos étnicos, los gremios, las personas con capacidades diferentes, y un largo etcétera.
Además, una vez puestas en práctica, las políticas de cuotas son muy difíciles de desmantelar y pueden resultar contrarias a sus objetivos iniciales. Por ejemplo, ¿qué pasaría si se adopta la cuota propuesta por nuestros políticos (50% de los candidatos deben ser hombres) y un partido político feminista quisiera postular solo mujeres?
Aunque cualquier Congreso se beneficia de la diversidad de ideas y opiniones, no es correcto utilizar el género como un parámetro de la diversidad. Cualquiera que piense que por el hecho de ser mujer se va a pensar distinto que los hombres en materia de corrupción, educación o economía, es porque tiene una chata visión de las capacidades intelectuales del ser humano. Las cuotas remplazan las injusticias viejas por nuevas; tienden a dividir a la sociedad en vez de unirla; contravienen la meritocracia; y, minan  gravemente el principio de la igualdad de oportunidades.
Es cierto que el machismo (y el racismo) son lastres pesados que impiden el progreso de nuestra sociedad. Pero la búsqueda de la igualdad de oportunidades debe ser el norte para revertir las injusticias y discriminaciones actuales. Para desgracia de quienes siempre buscan atajos y soluciones mágicas, ello implica políticas de largo plazo y un arduo trabajo que, para empezar, debe enfocarse en la educación de niños y niñas para erradicar el machismo. Debe orientarse también a medidas de apoyo a las mujeres jóvenes de familiar pobres y marginadas. Y debe incluir acciones de las instituciones políticas (incluyendo los partidos) para atraer a sus filas a los mejores talentos ofreciéndoles los incentivos adecuados y, en el caso de personas de escasos recursos económicos, brindándoles ayuda financiara. Si se ha de otorgar preferencias, que sea con base en el nivel de ingresos, y no con base al género, raza o religión de las personas.
Hay otras muchas reformas más importantes y urgentes qué hacer en el sistema electoral, empezando por devolverle la autoridad al alicaído Tribunal Supremo Electoral. El tema de las cuotas más parece un conveniente distractor que busca desviar la atención de los temas de fondo (como el combate a la corrupción en los partidos políticos) o, al menos, un atajo cómodo para aliviar el sentimiento de culpa de políticos machistas que buscan congraciarse con los “colectivos” de mujeres.

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