Una cosa es plantear bien las prioridades y
otra muy distinta implementar las acciones de gobierno que permitan lograrlas
Hace algunos días fui invitado a participar como
panelista en un foro para evaluar los primeros dieciocho meses del “Pacto
Fiscal para el Cambio” que el Presidente Pérez Molina anunció a principios del
año pasado como uno de sus tres pilares de gobierno. Me acompañaron como
panelistas el diputado Mario Taracena y el analista Ricardo Barrientos del
ICEFI (organizador del evento), quienes plantearon sus opiniones desde sus
respectivas ópticas. Las mías las resumo a continuación.
En primer lugar, resulta positivo que el gobierno haya
focalizado su agenda en tres grandes pilares: el Pacto Hambre Cero, el Pacto
por la Seguridad y la Justicia, y el Pacto Fiscal. No todos los gobiernos
logran identificar desde el principio de su mandato las prioridades sobre las cuales
se plantean concentrar sus esfuerzos y sus metas y, con ello, tener una guía
ordenada para sus decisiones de política
pública.
Dicha identificación de una agenda prioritaria fue,
además, bien estructurada. Por un lado, la desnutrición es el problema más
grave, la herida más lacerante, para el Estado guatemalteco, lo cual justifica
plenamente el Pacto Hambre Cero. La inseguridad ciudadana, por su parte, es el
problema número uno para la ciudadanía, según todas las encuestas de opinión,
lo cual justifica el Pacto por la Seguridad. En consecuencia, para emprender
los esfuerzos en esos dos campos prioritarios es indispensable que el Estado
cuente con los recursos financieros y con el marco regulatorio que permita que
dichos recursos se gasten de forma efectiva, todo lo cual justifica claramente
la inclusión del Pacto Fiscal como tercer pilar prioritario.
Por desgracia, una cosa es plantear bien las
prioridades y otra muy distinta implementar las acciones de gobierno que
permitan lograrlas, sin desvíos ni distracciones. Mucho tiempo y esfuerzo
utilizado en otras iniciativas inciertas (como la despenalización de las
drogas, la reforma magisterial, le ley de desarrollo rural o las reformas
constitucionales) distrajo al gobierno y a la ciudadanía, desviándolos de las
prioritarias acciones requeridas por los pactos anunciados. Solamente de forma
tardía (y discreta) fueron lanzadas la Política de Seguridad (que daría
consistencia al Pacto por la Seguridad) y la Política de Nutrición (al Pacto
Hambre Cero), mientras que –como veremos a continuación- el Pacto Fiscal sólo
avanzó muy parcialmente.
El único componente del Pacto Fiscal para el Cambio que
tuvo avances fue la Actualización Tributaria, impulsada con celeridad y
aprobada en tiempo récord por el Congreso a inicios de 2012. Ningún gobierno en
la historia democrática había logrado tal efectividad en sentar las bases del
flujo de ingresos tributarios requeridos para i sus programas. Los resultados
de la reforma tributaria han sido, sin embargo, mixtos. Por un lado, ha habido
un aumento en la recaudación de impuestos sobre la renta (en los que se centró
la reforma), pero al mismo tiempo se ha producido una caída en la recaudación
de impuestos asociados a las importaciones, la cual puede explicarse por la
descoordinación que hubo todo el año entre las autoridades del Ministerio de
Finanzas y las de la SAT, así como por una gran evasión en las aduanas.
Los otros componentes del Pacto Fiscal para el Cambio
son el combate al contrabando y a la evasión; la transparencia y calidad del
gasto público; la asignación prioritaria de los recursos; y, el crecimiento
económico. Respecto de los tres primeros es muy difícil ver algún avance
positivo, a no ser por la presentación por parte del gobierno de una propuesta
de leyes de transparencia, las cuales aún claman por ser aprobadas en el
Congreso, pero que no han recibido el necesario espaldarazo del Ejecutivo.
Entonces, si por el lado del aumento de los ingresos solamente hay avances
parciales, y por el lado de la calidad del gasto los avances son nulos, resulta
improbable que ocurran avances en al último componente del Pacto Fiscal: el crecimiento
económico. Este requiere no sólo de esfuerzos por mantener la disciplina fiscal
y monetaria y la estabilidad macroeconómica, sino también (y principalmente) de
acciones concretas en materia de inversión efectiva en salud, nutrición,
educación, seguridad, justicia e infraestructura que, como van las cosas, se
ven muy difíciles de alcanzar.
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