Campañas políticas anticipadas, transfuguismo de diputados, millonadas de dinero sucio en la política, partidos políticos que no se pronuncian sobre los temas de Estado, apatía ciudadana... Lo que en el fondo posibilita estos problemas
es la debilidad de las dos instituciones clave del sistema político: los partidos políticos y la autoridad electoral
La semana pasada comentamos que el fortalecimiento de
la democracia es complementario con el desarrollo económico y social, y que
dicho fortalecimiento pasa, sobre todo, por construir y fortalecer las
instituciones que configuran un sistema democrático en el área de seguridad y
justicia, en el campo republicano de los pesos y contrapesos y, especialmente,
en el sistema electoral propiamente dicho.
Nuestra joven y frágil democracia está en riesgo pues
el sistema electoral ha involucionado hasta convertirse en un gran mercado de
intereses, privilegios y negocios que se alimenta, sin llegar nunca a saciarse,
del erario público. El cortoplacismo que guía al sistema impide, a su vez, que
el Estado persiga políticas públicas de largo plazo que conduzcan al desarrollo
y al bienestar de la población.
Los síntomas de la disfuncionalidad del sistema
político son abundantes y evidentes: flujo de dineros ilícitos hacia la
política, transfuguismo irrefrenable, ausencia de debate político e ideológico
en torno a los temas importantes, campañas prolongadas y fuera de los periodos
legales, poca participación ciudadana en los partidos políticos, bajísima
credibilidad ciudadana en el Congreso, y un largo etcétera. Pero estos son sólo
los síntomas.
Lo que posibilita que se produzcan estos problemas es
la debilidad e inefectividad de las dos instituciones clave de cualquier
sistema electoral: los partidos políticos y la autoridad electoral (en nuestro
caso, el Tribunal Supremo Electoral –TSE-). Por un lado, los partidos políticos,
como intermediarios que deberían ser entre la ciudadanía y los organismos del
Estado, son uno de los elementos más importantes dentro del sistema electoral y,
por lo tanto, son una de las piezas clave que deben ser fortalecidas en una
cada vez más urgente reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos.
Por otro lado, el TSE debe ser fortalecido para que
cumpla efectivamente con su rol fundamental de aplicar, como autoridad máxima, el
conjunto de normas que regulan el proceso a través del cual las preferencias de
los electores se articulan en votos y estos, a su vez, se convierten en puestos
de autoridad gubernamental. Si se lograra reformar la Ley Electoral en estos
dos aspectos institucionales (partidos políticos y TSE), todos los demás
síntomas de descomposición del sistema electoral serían más fácilmente
superables.
Por desgracia, muchas de las propuestas de reforma a
dicha ley que están siendo impulsadas en distintos foros se están centrando en
temas que, o bien son sólo síntomas de un mal mayor, o en bien son demasiado
contenciosos como para lograr avances que viabilicen las reformas necesarias.
Ya sea por descuido o por diseño, o quizá por tratarse de temas más mediáticos,
muchas de las propuestas se empantanan en temas secundarios (como el número de
diputados, el transfuguismo, o el monto de financiamiento público al proceso
electoral).
Esos temas secundarios bien podrían dejarse para una
etapa posterior de reformas, y permitir así que los esfuerzos se centren, en el
caso de los partidos políticos, en propiciar una mayor legitimidad y
representatividad de los mismos, reforzar su democratización interior, modernizar
los procedimientos de elección de candidatos a elección, y modificar la forma
de integración del Congreso de la República para lograr una estabilidad en su
conformación.
En cuanto al TSE, las reformas deberían centrarse en
fortalecer la independencia de sus magistrados, ampliar el plazo de su mandato,
mejorar su capacidad de ejercer legítimamente su autoridad mediante sanciones
drásticas y efectivas, así como en robustecer su calidad de tribunal supremo en
materia electoral.
Desafortunadamente, las reformas institucionales no dan frutos de
inmediato, lo que las relega en las agendas de los activistas que persiguen
metas impactantes. Y como este tipo de reformas toca la médula el sistema de
privilegios y de tráfico de influencias del que medran los políticos
tradicionales, su aprobación legislativa se ve obstaculizada y boicoteada por
los mismos funcionarios que deben aprobarlas. Pero sólo mediante la construcción
de instituciones electorales –partidos políticos y autoridad electoral- fuertes
y efectivas, será posible consolidar nuestra débil democracia y salir del
atraso integral que nos asfixia.
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