Un paso concreto para robustecer la
institucionalidad del Legislativo es el rescate y fortalecimiento de la
interpelación
La palabra “depuración” se asomó la semana pasada como
un fantasma sobre los pasillos del Congreso de la República. Más de algún
diputado incluso la mencionó, quizá en tono de amenaza, quizá en tono de
esperanza. En todo caso, la aparición del tema no es buena para el país, ni
para la democracia o sus instituciones, ya que no es posible “depurar” el
Congreso sin violar la ley y romper el orden constitucional.
El solo hecho de que personas inteligentes y con
buenas credenciales democráticas lleguen siquiera a considerar semejante
solución para resolver los problemas institucionales del Legislativo no solo es
indicativo de cierto grado de inconciencia respecto de la importancia de la
división de poderes en una República, sino que, más grave aún, es una señal de
desesperación, frustración y desencanto con las instituciones democráticas, que
en nada contribuye a generar un clima favorable al desarrollo ordenado de la
vida política, económica y social del país.
Antes de pensar en soluciones desesperadas convendría
recordar en todo momento que el Estado guatemalteco se organiza bajo un régimen
republicano en procura de lograr el bien común y la prosperidad para todos. La
República se fundamenta en el imperio de la ley y la igualdad ante la ley como
la forma de frenar los posibles abusos de los poderosos, de los gobernantes y
de las mayorías, a fin de proteger los derechos fundamentales y las libertades ciudadanas.
En ese sentido, un pilar fundamental de la República es la división de poderes
y su control recíproco, razón por la cual un Organismo Legislativo disfuncional
e ineficiente se convierte en un obstáculo a la realización del régimen
republicano. Lejos de buscar eliminar el Congreso, el logro del bien común y de
la prosperidad de los guatemaltecos como fin supremo de la República, requiere
que el Legislativo sea fortalecido como institución clave en el sistema de
pesos y contrapesos del Estado.
Una de las razones principales que han exacerbado el
desencanto ciudadano con el Congreso es el abuso y desnaturalización que ha
sufrido en los últimos años la figura de la interpelación; por lo tanto, un
paso urgente para robustecer la institucionalidad del Legislativo debería ser
el rescate, depuración y fortalecimiento del proceso de interpelación de los
ministros de Estado. La interpelación es, en esencia, una herramienta noble,
consagrada en la Constitución, que permite al poder legislativo interrogar a un
miembro del Gabinete de gobierno acerca de un tema específico, con el fin de evidenciar
la eventual responsabilidad política de dicho funcionario en un tema
determinado. En un país con régimen presidencial como el nuestro, la
interpelación debería ser un mecanismo excepcional, por lo que debería estar
regulada de manera especial, con amplias facultades que permitan a los
diputados ejercer un contrapeso contra la autoridad presidencial mediante un juicio
político, pero con limitaciones para que no se preste a abusos (como los
ocurridos en el Congreso guatemalteco) que llegan a desnaturalizar y debilitar
la propia figura de la interpelación.
Por todo lo anterior, y para detener cuanto antes la caída en picada de
la imagen del Congreso ante la ciudadanía, es preciso que se aprueben las necesarias
reformas a la Ley Orgánica del Legislativo para rescatar, mediante su adecuada
regulación, la herramienta de la interpelación. Los ajustes legales que deben
realizarse no son para nada complejos, y deben enfocarse en evitar que el
sagrado derecho de los diputados a interpelar a un ministro no sea utilizado
como un arma política para entorpecer el avance de la agenda y del debate
parlamentarios. Se trata, por un lado, de permitir que las etapas de preguntas
básicas y adicionales durante las interpelaciones puedan desarrollarse con la
figura de quorum reducido (prevista en
el artículo 70 de la ley). Y, por otro lado, de permitir que las
interpelaciones se realicen un día específico a la semana, dejando otro día de
sesiones reservado a los asuntos ordinarios del debate legislativo (modificando
el artículo 142). Si los diputados quieren empezar a revertir las críticas y
rumores en contra del Congreso, bien pueden empezar por apartar un espacio en
sus ocupadas agendas para hacer estas necesarias reformas a la Ley Orgánica del
Legislativo.
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