Debe hacerse lo posible por minimizar las
consecuencias negativas de emitir bonos para pagar la “deuda flotante”
La anunciada intención de emitir bonos para pagar la
llamada “deuda flotante” debe ser analizada cuidadosamente. En primer lugar,
por el origen espurio de dicha “deuda”, que se origina por el pago pendiente de
obras que el gobierno supuestamente ya recibió, pero que no estaban debidamente
presupuestadas. Se trata, pues, de compromisos que surgieron improvisadamente,
mediante la decisión de algún funcionario que incumplió con el requisito de
solicitar al Congreso que modificara el presupuesto, como la ley manda.
La decisión de colocar bonos para financiar tales
pagos podría acarrear consecuencias negativas para la credibilidad
institucionalidad, la moral tributaria y, por supuesto, en el ámbito
macroeconómico. En el primer caso, resulta evidente que el pago de una supuesta
deuda que nunca fue formalmente contraída según las normas legales minaría la
credibilidad de las instituciones –como la Contraloría de Cuentas o los
ministerios de Comunicaciones y de Finanzas-, que deberían ser las primeras
preocupadas por no avalar las prácticas anómalas y opacas que se han venido
dando desde hace años y que han dado origen a la “deuda flotante”.
De dichas malas prácticas han sido también
responsables las empresas constructoras que durante años han aceptado operar de
esa manera poco seria. La perversidad de estas prácticas se manifiesta también
en que, por tratarse de obras improvisadas y sin presupuestar, se dificulta
fiscalizar que las mismas cumplan con estándares mínimos de calidad.
Para evitar mayores daños a la institucionalidad y a
la moral fiscal, debería hacerse pública la auditoría externa que el gobierno
anterior contrató en enero de 2011, que se supone se envió a la Contraloría
para su análisis en enero de 2012, y con base en la cual el actual mandatario
(cuando era presidente electo) se comprometió a determinar si era lícito hacer
los pagos y si se deducirían responsabilidades legales a quienes hubieran
contratado obras sin partida presupuestaria.
En el ámbito macroeconómico deben prevenirse los
impactos negativos sobre las variables monetarias y el déficit fiscal. Es
evidente que cualquier colocación de deuda pública tiene efectos sobre la
liquidez de la economía, por lo cual es indispensable tener certeza del
verdadero tamaño de la “deuda flotante” (con base en la comentada auditoría
externa), así como de las condiciones en las que se colocarían los bonos (en
qué moneda, en qué mercados y a qué plazos). Una manera de reducir estos
impactos sería que, en vez de colocar los bonos en el mercado, se utilicen para
pagar directamente (con bonos) a los contratistas que, según la mencionada
auditoría, sean acreedores legítimos.
El efecto macroeconómico más importante, sin embargo,
sería el impacto sobre el déficit fiscal, por sus repercusiones sobre la
calificación de riesgo-país, las tasas de interés y el costo de la deuda
pública y de la política monetaria. Y es que para emitir bonos destinados a
pagar “deuda flotante” primero debe reconocerse presupuestariamente el gasto,
lo cual requiere una probación del Congreso que amplíe el presupuesto y, en
consecuencia, un incremento del déficit fiscal del año en que se efectúen los
pagos. Si se emitieran bonos por Q3,500 millones como se ha estado mencionando,
el déficit fiscal de 2013 subiría del 2.5% del PIB (según el presupuesto recién
aprobado) a un 3.3%, cifra que sin dunda preocuparía muchísimo a las
calificadoras de riesgo.
En todo caso, si luego de publicar los resultados de la auditoría
externa y de efectuar los cuidadosos análisis técnicos y políticos que la
situación amerita, resulta inevitable pagar parte de la “deuda flotante”, es
menester realizar todos los esfuerzos necesarios para que nunca más vuelva a
repetirse este problema, fruto del desorden y la opacidad en el gasto público.
Al respecto, vale la pena recordar que el Fondo Monetario Internacional
recomendó hace meses (en otro estudio que tampoco se ha hecho público) que se
establezcan sanciones legales más fuertes, que se implementen controles
administrativos más estrictos, y que se castigue efectivamente a los
funcionarios responsables. Además, es necesario que el Congreso apruebe con
urgencia las reformas a la Ley Orgánica del Presupuesto que el propio Ejecutivo
envió en marzo pasado.
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