sábado, 24 de noviembre de 2012

PAX EUROPAEAE


Europa sigue siendo –pese a sus incoherencias, su antigua arrogancia y su crisis actual- un ejemplo a seguir
Europa está viviendo sus horas más bajas de los últimos 60 años. La crisis económica, en pleno apogeo, amenaza con destruir la unión monetaria, descarrilar el Euro y minar el proyecto de integración económica más exitoso de la historia. Todo ello en medio de grandes desajustes económicos, gigantescos niveles de desempleo en los países mediterráneos, crecientes protestas callejeras, tensión política, y desconfianza entre gobiernos (y entre estos y sus ciudadanos).
En este escenario intimidante, la mano amiga del comité noruego vino a dar una bocanada de oxígeno al otorgarle a la Unión Europea el Premio Nobel de la Paz 2012. Claramente se trata de una medida política bien calculada en apoyo al concepto mismo de la integración económica y política de los países que componen una de las regiones más prósperas del planeta. Pero ello no es nada nuevo ni, necesariamente, criticable.
En años recientes los académicos que otorgan este premio han sido criticados por favorecer a personas o entidades que “hacen el bien”, aunque no promuevan directamente el final de las guerras, como fue el caso de la Cruz Roja o de la Madre Teresa. Se les ha criticado también porque algunos premios han sido, digamos, prematuros, como los casos de Kissinger, Sadat, Aung San, Kim u Obama, que lo obtuvieron antes de lograr algo concreto. También se les ha criticado por dar el premio no al desempeño del premiado sino al símbolo que éste representaba, como a Walesa, Martin L. King o nuestra propia Rigoberta. O, de plano, por dar el premio con la intención puramente política de avergonzar a alguna dictadura, como los casos de Sakharov, Dalai Lama o Liu Xiaobo.
Quienes critican esos parámetros vivirían más tranquilos si aceptaran que, efectivamente, durante las últimas décadas el Premio Nobel de la Paz es más un símbolo, un mensaje, que una recompensa que reconozca logros específicos y concretos. Puede ser que el comité noruego del Nobel se haya equivocado algunas veces, pero hace tiempo que tomó la decisión de considerar que la lucha por la paz no se limitaba a terminar guerras, sino que incluía preservar los derechos humanos y combatir el hambre, la pobreza y el temor a vivir.
Esa visión amplia de la construcción de la paz implica que los laureados no necesariamente tienen que ser gigantes morales o seres perfectos, sino que pueden ser personas o entes que hayan contribuido a la paz mediante acciones que hagan de la vida cotidiana de las personas un asunto más digno y civilizado. Y la Unión Europea cae en esta categoría: el Premio Nobel de la Paz (claro está, no el de Economía) le fue conferido hace unos días «por su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación, la democracia, y los derechos humanos en Europa».
En tal sentido, el Nobel de 2012 tiene la intención de exaltar y recordar lo que la Unión Europea ha logrado en el sentido de transformar Europa de ser un continente de guerra –las Guerras Mundiales de 1914 a 1945 fueron esencialmente europeas- a ser una región de paz y de valores humanos, poniendo en evidencia, de paso, la peligrosa resurgencia en el mundo –también en Europa- de peligrosas corrientes extremistas,  nacionalistas y etnicistas.
El innegable progreso material, cultural y social alcanzado por Europa desde 1945 le debe mucho a la institucionalidad que se fue construyendo alrededor del concepto de una gradual integración económica y política, la cual desembocó en la creación de la Unión Europea. Hoy es impensable, por ejemplo, que el ejército alemán invada Bélgica o Francia. Por su parte, países como España, Portugal y Grecia –pese a su crisis económica- son sólidas democracias que, saliendo de sus respectivas dictaduras, se inspiraron en los ideales de la Europa moderna. Y los países de Europa Oriental transitan rápidamente hacia la modernidad y el estado de derecho teniendo como referente su integración al resto de Europa.
El Nobel de la Paz 2012 está bien concedido. Europa sigue siendo –pese a sus incoherencias, su antigua arrogancia y su crisis actual- un ejemplo (para nuestros países) de cómo una visión de una sociedad pacífica, próspera y civilizada puede ser hecha realidad mediante la construcción de instituciones basadas en reglas, el respecto de esas reglas por todas las partes, la perseverancia y el diálogo.

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