Europa sigue siendo –pese a sus
incoherencias, su antigua arrogancia y su crisis actual- un ejemplo a seguir
Europa está viviendo sus horas más bajas de los
últimos 60 años. La crisis económica, en pleno apogeo, amenaza con destruir la
unión monetaria, descarrilar el Euro y minar el proyecto de integración
económica más exitoso de la historia. Todo ello en medio de grandes desajustes
económicos, gigantescos niveles de desempleo en los países mediterráneos,
crecientes protestas callejeras, tensión política, y desconfianza entre
gobiernos (y entre estos y sus ciudadanos).
En este escenario intimidante, la mano amiga del comité
noruego vino a dar una bocanada de oxígeno al otorgarle a la Unión Europea el
Premio Nobel de la Paz 2012. Claramente se trata de una medida política bien
calculada en apoyo al concepto mismo de la integración económica y política de
los países que componen una de las regiones más prósperas del planeta. Pero
ello no es nada nuevo ni, necesariamente, criticable.
En años recientes los académicos que otorgan este
premio han sido criticados por favorecer a personas o entidades que “hacen el
bien”, aunque no promuevan directamente el final de las guerras, como fue el
caso de la Cruz Roja o de la Madre Teresa. Se les ha criticado también porque
algunos premios han sido, digamos, prematuros, como los casos de Kissinger,
Sadat, Aung San, Kim u Obama, que lo obtuvieron antes de lograr algo concreto.
También se les ha criticado por dar el premio no al desempeño del premiado sino
al símbolo que éste representaba, como a Walesa, Martin L. King o nuestra
propia Rigoberta. O, de plano, por dar el premio con la intención puramente
política de avergonzar a alguna dictadura, como los casos de Sakharov, Dalai
Lama o Liu Xiaobo.
Quienes critican esos parámetros vivirían más
tranquilos si aceptaran que, efectivamente, durante las últimas décadas el
Premio Nobel de la Paz es más un símbolo, un mensaje, que una recompensa que
reconozca logros específicos y concretos. Puede ser que el comité noruego del
Nobel se haya equivocado algunas veces, pero hace tiempo que tomó la decisión
de considerar que la lucha por la paz no se limitaba a terminar guerras, sino
que incluía preservar los derechos humanos y combatir el hambre, la pobreza y
el temor a vivir.
Esa visión amplia de la construcción de la paz implica
que los laureados no necesariamente tienen que ser gigantes morales o seres
perfectos, sino que pueden ser personas o entes que hayan contribuido a la paz
mediante acciones que hagan de la vida cotidiana de las personas un asunto más
digno y civilizado. Y la Unión Europea cae en esta categoría: el Premio Nobel
de la Paz (claro está, no el de Economía) le fue conferido hace unos días «por
su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación,
la democracia, y los derechos humanos en Europa».
En tal sentido, el Nobel de 2012 tiene la intención de
exaltar y recordar lo que la Unión Europea ha logrado en el sentido de
transformar Europa de ser un continente de guerra –las Guerras Mundiales de
1914 a 1945 fueron esencialmente europeas- a ser una región de paz y de valores
humanos, poniendo en evidencia, de paso, la peligrosa resurgencia en el mundo
–también en Europa- de peligrosas corrientes extremistas, nacionalistas y etnicistas.
El innegable progreso material, cultural y social
alcanzado por Europa desde 1945 le debe mucho a la institucionalidad que se fue
construyendo alrededor del concepto de una gradual integración económica y
política, la cual desembocó en la creación de la Unión Europea. Hoy es
impensable, por ejemplo, que el ejército alemán invada Bélgica o Francia. Por
su parte, países como España, Portugal y Grecia –pese a su crisis económica-
son sólidas democracias que, saliendo de sus respectivas dictaduras, se inspiraron
en los ideales de la Europa moderna. Y los países de Europa Oriental transitan
rápidamente hacia la modernidad y el estado de derecho teniendo como referente
su integración al resto de Europa.
El Nobel de la Paz 2012 está bien concedido. Europa sigue siendo –pese a
sus incoherencias, su antigua arrogancia y su crisis actual- un ejemplo (para nuestros
países) de cómo una visión de una sociedad pacífica, próspera y civilizada
puede ser hecha realidad mediante la construcción de instituciones basadas en
reglas, el respecto de esas reglas por todas las partes, la perseverancia y el
diálogo.
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