Sin acuerdos nacionales mínimos sobre temas fundamentales para cualquier sociedad civilizada (como, por ejemplo, los impuestos y su uso transparente y eficiente, o el sistema de partidos políticos, o la convivencia respetuosa entre diferentes etnias), es imposible el
progreso del país
Los hechos acontecidos recientemente en Totonicapán
son indignos de un país civilizado y nos avergüenzan ante el concierto de las
naciones. Resulta inadmisiblemente simplista pensar que sólo hay una persona o
un solo bando responsable de las muertes, cuando evidentemente se trata de una
confluencia de factores que ponen en evidencia muchas de las fallas de nuestro
débil Estado, las cuales deben llamarnos como sociedad a meditar profundamente
sobre qué hacer para que una tragedia así no vuelva a repetirse.
Para empezar, podríamos partir de dos realidades que,
aunque dolorosas, debemos aceptar para enfrentar el problema. Una es que
existe, innegablemente, una dolorosa sensación de marginalidad y exclusión por
parte de amplios sectores de la población guatemalteca. La otra es la ausencia
de mecanismos de diálogo que permitan canalizar satisfactoriamente las
preocupaciones de los distintos grupos sociales respecto de sus conflictos
actuales y de su prosperidad futura.
En tal sentido resultó muy oportuna la reciente visita
a nuestro país del doctor (en Economía) Álvaro García Hurtado, ministro chileno
de Economía (1994-1998) y de Energía (1998) durante la presidencia de Eduardo
Frei, y ministro secretario general de la Presidencia (2000-2002) del régimen
de Ricardo Lagos. García Hurtado estuvo el Guatemala en el marco del Encuentro
Nacional de Empresarios –ENADE- 2012 para compartir su experiencia en procesos
de diálogo y en la potencialidad que para esos fines puede tener el Consejo
Económico y Social –CES-.
Mientras no existan mecanismos de diálogo efectivos en
una sociedad, no será posible llegar a acuerdos sobre el país al que se aspira,
y sin esos acuerdos nacionales no hay progreso posible. De acuerdo con las
experiencias de los CES que el doctor García Hurtado ha analizado alrededor del
mundo en años recientes, existen al menos tres características que las
instancias de diálogo deben tener para conducir a acuerdos sostenibles que
orienten el accionar de las partes en conflicto hacia resultados positivos.
En primer lugar, los mecanismos de diálogo deben
incorporar a todos los actores relevantes, quienes deben actuar de buena fe, conocerse,
respetarse y reconocer su mutua legitimidad como interlocutores. En segundo
término, debe haber una interacción igualitaria entre los dialogantes, quienes
para el efecto deben manejar un nivel similar de información y análisis. Y, por
último, el proceso de diálogo debe ser transparente frente a la ciudadanía y
realizarse con autonomía respecto de los factores de poder.
Lamentablemente, las condiciones imperantes en
Guatemala dificultan que se configuren las tres características antes
indicadas. Para empezar, la enorme debilidad institucional hace que existan muy
pocas entidades que puedan considerarse verdaderamente representativas: las
organizaciones sindicales, cooperativas, indígenas, estudiantiles, o de
consumidores están atomizadas y débiles, sin mencionar el triste caso de los
partidos políticos que deberían ser el principal vínculo entre la ciudadanía y
los poderes del Estado. Esta débil institucionalidad impide que surjan
mecanismos de diálogo confiables.
Lo anterior incide en que la cantidad y la calidad de
la información y del análisis que deberían servir de base para cualquier
diálogo sea, por lo general, muy pobre. Instancias como el CES necesitan que el
Estado patrocine sus actividades (incluyendo las de investigación y análisis
independiente de los problemas nacionales), pero ello demanda recursos fiscales
de por sí escasos en Guatemala.
La recomendación de García Hurtado ante estos
obstáculos fue contundente: los guatemaltecos deben invertir en el capital
social indispensable para que se produzcan las condiciones necesarias para un
diálogo efectivo. Ello implica construir confianza mutua entre los
guatemaltecos, con base en normas efectivas y redes sociales, lo cual pasa por fortalecer
la institucionalidad del Estado –en materia de seguridad y justicia,
descentralización y sistema de partidos políticos-.
Esperemos que nuestro recién estrenado CES logre sortear estos
obstáculos y sea capaz de fomentar la colaboración social entre los diferentes
colectivos de la sociedad guatemalteca, para que de ello surjan oportunidades
que puedan ser bien aprovechadas por la ciudadanía.
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