La cultura y sus actividades generan flujos
económicos, rentas y empleos que pueden --y deben- ser cuantificados. Ello nos permitiría tener una conciencia más clara del gigantesco potencial de la cultura en un país como Guatemala y de la consecuente conveniencia de darle un apoyo significativamente mayor.
La economía y la cultura se interrelacionan y afectan
mutuamente. La cultura es, de acuerdo con la definición de la UNESCO, el
conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y
afectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social y abarca, además de
las artes y las letras, los modos de
vida, las maneras de convivir, los sistemas de valores, las tradiciones y las
creencias.
La economía, por su parte, es la rama del conocimiento
humano que estudia el fenómeno de la escasez. En la medida en que las
manifestaciones culturales (especialmente las artísticas o estéticas) son
bienes escasos destinados a satisfacer las necesidades del espíritu humano,
dichas manifestaciones pueden y deben ser objeto de análisis económico.
Al respecto, la semana pasada tuve el privilegio de impartir
una charla sobre Economía y Cultura en el seminario de formación “Las Industrias
Culturales y Creativas en Guatemala: El sector de las Artes Escénicas en Medios
Urbanos”, organizado por OIKÓS (Observatorio Andaluz para la Economía de la
Cultura y el Desarrollo) y el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala.
Del intercambio con los participantes resultó evidente que la cultura y la
diversidad cultural son una fuente de desarrollo, no solamente en términos de
crecimiento económico, sino también como medio de ampliar las opciones de
oferta y elección que concede a los ciudadanos acceso a una existencia
intelectual, afectiva, moral y espiritual más satisfactoria.
Las manifestaciones culturales (libros, música,
filmes, artesanías, artes plásticas y escénicas) utilizan recursos para su
realización que son valorados y transados en el sistema económico, y generan
productos que tienen un valor de uso y de cambio para los que los demandan. Estas
actividades tienen una dimensión económica, pues los procesos en los que se
desarrollan tienen características de producción, intercambio y consumo. De
manera que una parte considerable de la cultura genera un impacto similar al de
otros sectores económicos, por lo que las actividades culturales dan lugar a un
sector productivo que genera riqueza: el “sector cultural” de la economía.
En la medida en que se ha hecho cada vez más evidente
que la cultura y sus actividades producen flujos económicos, rentas y empleos
que pueden ser cuantificados, su estudio se ha revelado en años recientes como un
campo muy amplio para el desarrollo teórico y aplicado de las ciencias
económicas, dando lugar a una especialización conocida como Economía de la
Cultura, que es la aplicación de la Ciencia Económica a la producción,
distribución y consumo de los bienes y servicios culturales.
La Economía de la Cultura, que como disciplina
académica se está expandiendo principalmente en los países desarrollados, ha
estado incursionando en el estudio de, por lo menos, tres aspectos de la
cultura. En primer lugar las artes escénicas, como cultura viva en sus
diferentes manifestaciones (por ejemplo, mediante estudios sobre el impacto económico
que generan los festivales culturales). En segundo lugar, las industrias
culturales, como cultura reproducible (por ejemplo, el análisis de la industria
editorial o la de la música). Y, en tercer término, el patrimonio histórico o cultura
acumulada (por ejemplo, mediante estudios del valor del acervo cultural
material o inmaterial).
El tema es de particular relevancia para un país como
Guatemala donde, de acuerdo a un estudio técnico elaborado en 2007 por el
economista de la cultura Ernesto Piedras, el sector cultura genera el 7.26% del
PIB –el triple que en Colombia o Chile-, crece a una tasa anual de 7.3% –más
dinámico que la mayoría de sectores- y da empleo al 7.14% de la PEA.
La cultura es un ámbito por excelencia de la intervención pública que
requiere instrumentos que la apoyen en la formulación de políticas culturales y
económicas. El desarrollo de la Economía de la Cultura, aún incipiente en
Guatemala, puede contribuir a generar tales instrumentos y a crear la necesaria
conciencia que debe existir en todos quienes participan en la cadena de valor
del sector cultural (en las etapas de creación, producción, distribución y
consumo de los bienes y servicios culturales) respecto a que la creatividad es
capaz de generar actividad económica y bienestar material y espiritual.
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