domingo, 2 de septiembre de 2012

Soluciones Instantáneas

No siempre lo que parece fácil y menos fatigoso es lo que, al final de cuentas, funciona y perdura.Conviene aprender y aplicar la lección de Erick Barrondo: caminando con perseverancia podemos alcanzar nuestras metas.


La sociedad guatemalteca, quizá fatigada –con resignación, más que con acedia- por la extrema lentitud con la que camina hacia el desarrollo y el bienestar, da indicios de preferir las soluciones inmediatas, instantáneas, casi mágicas a sus problemas. Esta tendencia puede apreciarse  tanto en la esfera personal y familiar, como los ámbitos institucional y estatal. La virtud de la perseverancia –por la cual las demás virtudes dan su fruto, como dijo Arturo Graf- parece estar fuera de moda.
Impera la cultura del atajo fácil y del mínimo esfuerzo. La cultura de aspirar al home-run aunque nos ponchemos en el intento. Cuánto guatemalteco hay que añora hacer el negocio del siglo que lo saque de pobre de un golpe, aunque ello pase por llevar algún paquete sospechoso a Panamá, o vigilar un aterrizaje clandestino en la finquita de algún pariente, porque “¡qué aburrido!” tomar el camino difícil de estudiar y trabajar durante años y someterse al lento proceso de esperar algún ascenso o un mejor empleo con base en nuestros méritos personales.
Como que es más fácil buscar aquel contrato con el gobierno que de una sola vez haga prosperar a la empresa familiar, aunque ello implique sobrevaluar la obra o acceder a pagar una comisión indebida, en vez de seguir el aburrido camino de cumplir con los requisitos que la ley demanda para participar en un proceso de licitación cuyo resultado es tan incierto.
Parece que resulta más cómodo abogar en favor del equilibrio ecológico exigiendo moratorias radicales a la actividad minera o hidroeléctrica, en vez de comprometerse en la búsqueda de opciones equilibradas y de negociaciones que permitan obtener los frutos que, en materia de producción, empleo e ingresos, puede generar la explotación racional de los recursos naturales (que pertenecen a todos los guatemaltecos) sin comprometer la sostenibilidad ambiental.
Requiere menos esfuerzo abogar por mayores oportunidades para la juventud del país a través de una ley de la juventud que intente abarcar toda la compleja problemática de los jóvenes, que trabajar con tesón para que se diseñe y se cumpla una política nacional sobre el tema, basada en la construcción de las instituciones que la apliquen sin contaminarla con politiquería.
Es presumiblemente más cómodo pretender que el desarrollo rural puede alcanzarse elaborando una lista de deseos y empaquetándola en una ley, que trabajar en poner orden en la miríada de instituciones que, a día de hoy, han sido incapaces de articular e implementar políticas de Estado que trasciendan gobiernos y que atiendan los problemas de pobreza y baja productividad que aquejan al área rural guatemalteca.
Aparentemente es más sencillo fingir que se ayuda al adulto mayor haciéndole la caridad de regalarle un escueto bono mensual (que, de paso, desincentiva a los trabajadores a cotizar en un sistema sostenible de pensiones), en vez de tener que aplicarse en la ardua tarea de construir un sistema de seguridad social que procure integrar cada vez más trabajadores al sistema de pensiones y atención médica que coordina el IGSS.
Aparentemente resulta menos complicado pretender la construcción del tejido social, el combate a racismo y el fomento de la inclusión mediante una declaración formal en la Constitución, en vez de emprender un complejo(y, previsiblemente, prolongado) proceso de diálogo, de mutuo conocimiento entre grupos étnicos y de reconocimiento del pasado (por más doloroso que sea), después del cual surja poco a poco la concordia, la convivencia pacífica, el respeto a las diferencias y el fin de la discriminación.
Pareciera que es más sencillo apuntarle a eliminar los obstáculos y los molestos pesos y contrapesos que impiden gobernar con fluidez mediante una reforma constitucional ad-hoc, en vez de obligar a todas las entidades, funcionarios y servidores públicos a cumplir y hacer cumplir (o –en caso sean insuficientes o anticuadas- modificar) las leyes y reglamentos vigentes.
Pero no siempre lo que parece fácil y menos fatigoso es lo que, al final de cuentas, funciona y perdura. Tanto en el ámbito familiar como en los asuntos del Estado, es la dedicación, la perseverancia y el trabajo cotidianLa búsqueda de soluciones instantáneas a los complejos problemas de la vida nacional genera, por lo regular, un desperdicio de recursos y de esfuerzos que desemboca en un gran desencanto por parte de la ciudadanía y en un debilitamiento de la credibilidad de las instituciones públicas. Las políticas que prometen soluciones instantáneas suelen ser impulsadas a costa de sacrificar otras políticas de largo plazo que, en contraste, requieren de esfuerzo, paciencia y gestión continua, que además han sido exitosas en otras latitudes pero que, para su desgracia, no son políticamente “rentables”.
Desafortunadamente, a la mayoría de políticos se les dificulta aceptar que los cambios graduales, por medio y dentro de las instituciones existentes, son los que en última instancia pueden transformar a la sociedad, sus relaciones económicas fundamentales y sus estructuras políticas. Aunque más lentas y políticamente menos “sexys”, las reformas graduales son, normalmente, más efectivas y sostenibles que las grandes revoluciones: la historia nos ha enseñado, desde la Revolución Francesa en 1789 a la caída del Muro de Berlín en 1989, que un shock brusco no es la mejor manera de producir un cambio constructivo.
En el mundo moderno, China e India son dos ejemplos incuestionables de cómo las reformas graduales –impulsadas con perseverancia y buen juicio- pueden ayudar a los países en desarrollo a prosperar. Ambos países sufrían de elevados índices de pobreza extrema, pero durante las últimas décadas pusieron en práctica las políticas de estado adecuadas que les han permitido crecer a un ritmo vibrante y, lo que es más importante, les ha permitido sacar de la pobreza a millones de sus ciudadanos.
Esa experiencia demuestra que lo que se necesita en nuestros países es menos ingenio y más empeño; menos alquimistas que inventen la piedra filosofal para resolver todos los problemas, y más gestores que trabajen con empeño y perseverancia. Al respecto, resulta providencial la esclarecedora lección dictada por nuestro compatriota Erick Barrondo, ejemplo vivo de lo que el sacrificio,  la constancia y el esfuerzo cotidiano pueden lograr: no es necesario correr, si caminando con perseverancia podemos alcanzar nuestras metas, de manera más eficiente.
En lugar de embarcarse en ambiciosas reformas radicales en búsqueda de cambios instantáneos, los países en desarrollo como Guatemala deben identificar aquellos pocos obstáculos cruciales que impiden el desarrollo de sus economías y enfocarse en resolver primero estos problemas. Una vez las economías empiecen a crecer, entonces habrá espacio, tiempo y dinero para profundizar los cambios graduales y eficaces del sistema. Reformar, por ejemplo, el tamaño y la profundidad del gobierno es, sin duda, algo necesario en el largo plazo, pero una reforma más urgente es superar los graves problemas de corrupción y de pobre gestión e ineficiencia del gasto público. Un gobierno que no vela por el buen uso de los impuestos o que maneja mal el gasto –aunque sea por pura incompetencia-, producirá más pobreza para sus ciudadanos y desalentará la inversión y el crecimiento.
La resolución de estos problemas cruciales no es tarea fácil, ya que en la práctica requieren de un cambio sistémico; pero la realización de dicho cambio necesita del compromiso de la administración pública y del apoyo ciudadano que quizá no se generen espontáneamente, razón por la cual se necesita de la voluntad e impulso políticos para premiar e incentivar el trabajo de los funcionarios que contribuya al referido cambio sistémico, así como para castigar la negligencia y falta de honradez.
Lo anterior es válido para todos los países, pero lo es más para aquellos que exhiben indicadores inaceptablemente bajos de bienestar, como los que presenta el Índice de Desarrollo Humano, publicado por el PNUD, que ubica a Guatemala en una posición inferior al promedio mundial y ocupando el puesto 131 de 184 países evaluados. Ello  pone en evidencia la necesidad de implementar políticas públicas que sean efectivas y que se traduzcan en una reforma gradual que sirva a los ciudadanos y no a los intereses particulares de políticos o grupos de poder. Sólo así los ciudadanos y los inversionistas sentirán que en realidad pueden prosperar, y lo empezarán a hacer.o bien hecho –y no la búsqueda de soluciones instantáneas- lo que produce bienestar perdurable.

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