Hace algunos días un amigo me pidió una explicación, lo más simple que fuera posible, acerca de la situación macroeconómica de Guatemala: ¿tenemos, o no, una economía sana? Una explicación de tal naturaleza debe partir de una definición de lo que puede entenderse como una “economía sana”.
Para evaluar la sanidad macroeconómica de cualquier
país hay que enfocarse en dos características fundamentales: su predictibilidad
y su dinamismo. En efecto, por un lado, cuando la evolución de la economía es
predecible –lo que en gran medida significa que es estable-, será mucho más
fácil para los agentes económicos que la conforman (consumidores, empresas domésticas,
inversionistas extranjeros, entidades de gobierno) tomar decisiones. El grado
de estabilidad y predictibilidad de la economía incide directamente sobre la
capacidad de la gente para tomar decisiones de comprar (consumir), construir
casas y edificios, o emprender nuevos negocios (invertir).
Por lo tanto, el hecho de que la economía sea
predecible es una condición necesaria para que la macroeconomía de un país (no
importa que sea rico o pobre) esté sana. La presencia de esta característica –predictibilidad-
puede evaluarse mediante la medición del comportamiento de los precios
(inflación), así como a través de otras variables que, como el déficit fiscal
(la diferencia entre los ingresos y los gastos del gobierno) y el déficit
externo (la diferencia entre lo que vendemos y compramos del exterior), nos
ayudan a medir los desequilibrios económicos que pueden trastornar la
estabilidad y trocarla por caos.
La segunda característica clave de la sanidad
económica es su dinamismo, que indica si la misma está creciendo y a qué
velocidad lo hace. Esta característica es mucho más importante para los países
pobres que para los ricos, ya que mientras más pobre sea un país, más rápido
necesita crecer a fin de que los frutos de la actividad económica se traduzcan
en bienestar para su población. El crecimiento económico se refiere a la
cantidad de bienes y servicios que produce la economía y se mide,
principalmente, mediante el cálculo del Producto Interno Bruto (PIB) y de los
indicadores que de éste se derivan, como el ingreso per cápita y la
productividad.
Tomando en cuenta la situación de ambas
características –predictibilidad y dinamismo- en el caso actual de Guatemala,
es posible calificar a nuestra economía como
"medio-sana" (o “medio enferma”, si nos ponemos pesimistas). Esto porque,
con relación a la característica de predictibilidad, la economía guatemalteca
califica muy bien ya que exhibe indicadores de precios relativamente estables y
niveles de déficit externo razonablemente manejables en el mediano plazo. En
contraste, en la característica de dinamismo nuestra economía muestra, desde
hace muchos años, indicadores de crecimiento terriblemente mediocres.
De manera que, si bien la estabilidad es una condición
necesaria para tener una economía sana, no resultará suficiente para que dicha
sanidad se refleje en un mayor nivel de bienestar para todos los guatemaltecos
si no va acompañada de un ritmo de crecimiento más acelerado en la producción
de bienes y servicios. El reto esencial que esta situación plantea a la
política económica es cómo mejorar la segunda característica sin poner en
peligro la primera.
Para ello, lo primero es no caer en la tentación
simplista de creer que el escaso dinamismo de nuestra economía ocurre “por
causa” de la estabilidad, cuando en realidad ocurre “a pesar” de ella. Por
desgracia, algunos sociólogos y politólogos del mundo académico guatemalteco,
quizá desencantados con las políticas económicas ortodoxas, caen en el error de
creer que abandonando las medidas que han ayudado a consolidar la estabilidad
(como, por ejemplo, la prohibición al banco central para que otorgue préstamos
al gobierno) se podrá dinamizar el crecimiento económico.
Al contrario, en lo que debe centrarse la política económica es en propiciar
las condiciones básicas para el crecimiento entre las que se incluyen, además
de la estabilidad económica, la inversión que necesariamente debe hacer el
gobierno para mejorar el capital humano (salud y educación), físico
(infraestructura) y social (imperio de la ley e instituciones eficientes). Eso
lleva tiempo y esfuerzo, pero es ineludible.
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