domingo, 19 de agosto de 2012

La Encrucijada de la Violencia


En las últimas semanas las noticias en materia de combate al crimen organizado y la violencia han sido positivas. Se han desarticulado más de 70 bandas criminales y, más importante aún, el número de homicidios (que es el indicador más fiable de violencia armada) ha continuado reduciéndose. Estos avances, aunque puedan parecer pequeños ante la magnitud del problema y en comparación a lo mucho que aún queda por avanzar, significan una bocanada de esperanza para un país que, conforme lo revelan diversas encuestas y estudios, se siente asfixiado por la violencia y la criminalidad.
Uno de estos estudios, titulado “Guatemala en la Encrucijada” y publicado hace algunos meses por el Secretariado de la Declaración de Ginebra, presenta un análisis muy completo, pero devastador, de la situación de violencia en el país hasta 2009.
La Declaración de Ginebra sobre Violencia Armada y Desarrollo es una iniciativa adoptada por 108 países que busca encontrar respuestas a la interrelación entre violencia armada y desarrollo. El estudio es muy significativo pues Guatemala, además de ser uno de los 14 países miembros del grupo central (dirigente) de la Declaración de Ginebra, es un importante caso de estudio por la forma perniciosa en que ha mutado la violencia luego del conflicto armado interno, y por los elevados costos que la misma impone  y que en 2005 superaban los 24 millardos de dólares (7.5% del Producto Interno Bruto).
Los costos que el crimen y la violencia armada tienen sobre el desarrollo se generan por diversos factores:  efectos fiscales por aumentos en gastos policiales; pérdidas de capital por la destrucción de infraestructura o propiedad privada; fuga de capitales  y depreciación de inversiones; deterioro del capital humano por enfermedades, desplazamientos y años de vida perdidos; aumento en los costos de transacción y pérdida de la confianza inversionista; aumento en los gastos en seguridad privada; y, gastos médicos derivados de la violencia.
Esos costos estuvieron aumentando durante varios años, ya que entre 1986 y 2008 los homicidios aumentaron en un 192% y la tasa de homicidios por habitantes durante ese mismo periodo también creció notablemente: 19.18 por cada 100 mil habitantes en 1986, a 35 en 2008. Por lo tanto, resulta muy alentador que en lo que va de 2012 se haya reducido en un 15.6% la cantidad de muertes violentas en comparación con el primer semestre del año pasado (una disminución de 453 homicidios). Estas mejoras confirman una tendencia a la baja en los indicadores de homicidios y de lesiones que empezó a registrarse desde el año pasado.
Ahora bien, los desafíos para lograr que las mejoras observadas hasta hoy se consoliden y permanezcan son monumentales. El estudio de la Declaración de Ginebra sugiere que el gobierno y la sociedad deben actuar en programas integrales que involucren cuatro elementos: las instituciones, los instrumentos, los perpetradores (delincuentes activos o potenciales) y las personas (víctimas o personas en riesgo).
Lo anterior conlleva el reto de aplicar políticas de combate a la delincuencia que rindan resultados visibles e inmediatos y, simultáneamente, políticas institucionales que aseguren la sostenibilidad de las mejoras. Entre las primeras destaca, por ejemplo, la rehabilitación del 110, el número telefónico de emergencia que, en cualquier sociedad civilizada, es el hilo de comunicación que permite a la ciudadanía sentirse protegida y conectada con sus fuerzas de seguridad. Y entre las segundas pueden mencionarse aquellas que dan cumplimento a la Ley Marco del Sistema Nacional de Seguridad: emitir la Política Nacional de Seguridad y su Agenda Estratégica, la institucionalización del Sistema Nacional de Inteligencia, la instauración de la Comisión de Asesoramiento, o el establecimiento de un sistema de carrera profesional en las fuerzas de seguridad.
Este fortalecimiento institucional es fundamental para que el Estado guatemalteco esté en capacidad de combatir la impunidad con la que operan las maras, el narcotráfico, los poderes ocultos y los grupos clandestinos, y volver a reclamar para sí, como corresponde, el monopolio legítimo del uso de la fuerza para ejercer control en todo el territorio nacional y propiciar así el desarrollo integral y el bienestar de la población.

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