domingo, 17 de junio de 2012

Austeridad versus Estímulo Fiscal


La crisis de desempleo en Estados Unidos y la crisis de la deuda pública y privada en Europa, han puesto en contraposición a quienes abogan por una expansión fiscal y monetaria para combatir el desempleo, por un lado, y aquellos que predican las bondades de la austeridad para recobrar la confianza en los mercados, por el otro. En la práctica, se trata de encontrar una combinación equilibrada entre lo uno y lo otro.

Los líderes del G8 (el club de las economías más poderosas del mundo) declararon en su más reciente cumbre que el crecimiento económico y la creación de empleos eran la prioridad en su agenda, lo que marca un aparente cambio de enfoque en su política económica, en reacción quizá a las protestas callejeras y a los resultados electorales recientes en Francia y Grecia, que han puesto en evidencia que el rechazo de las masas a las políticas de austeridad fiscal es políticamente difícil de ignorar.
Sin embargo, la reciente retórica anti-austeridad, en la práctica, se topará ante la cruda realidad de varios países que abusaron de su capacidad de endeudarse y que, inevitablemente, deberán reducir su nivel de gastos mediante duras políticas de austeridad. En la práctica, el debate sobre austeridad versus estímulo fiscal no debería tratarse de escoger uno en vez del otro, sino de encontrar una combinación equilibrada de medidas de austeridad y de estímulo que mejor se adapten a las circunstancias particulares que difieren mucho de un país a otro y de un momento a otro.
Lo mismo que es irresponsable, por un lado, inventar amenazas inflacionarias inexistentes con tal de oponerse a la aplicación de medidas que estimulen la demanda agregada, también lo es, por el otro, empujar políticas de estímulo (fiscal o monetario) de manera irresponsable sin evaluar su sostenibilidad y consecuencias en el largo plazo. En efecto, cualquier política de estímulo debe ser evaluada no sólo por sus efectos inmediatos, sino por sus consecuencias en el tiempo, como bien lo saben los economistas keynesianos responsables (no los populistas) que buscan que los beneficios del gasto público expansivo que se haga hoy sean mayores a los costos que acarreará el pago de dicho gasto en el futuro.
En ese sentido, las medidas de estímulo fiscal podrían requerirse en circunstancias en las que los elevados niveles de desempleo orillan a los trabajadores desocupados a perder sus capacidades y hábitos que los hacen sujetos de ser re-empleados. En tales circunstancias (como las que se están dando hoy en Estados Unidos o en España) las medidas de estímulo que permitan aumentar el empleo de forma sostenible estarán justificadas.
Sin embargo, un problema con este tipo de medidas es que, si no están bien focalizadas (en los sectores económicos o en las áreas geográficas específicamente afectadas por el desempleo) pueden resultar demasiado caras o ineficientes. Otro problema es que, siendo justificables en un país, no son extrapolables a otros. Por ejemplo, en el caso de Grecia, el excesivo gasto fiscal es el problema, no la solución.
En el caso griego y otros similares no hay, por desgracia, salidas fáciles. La austeridad, aunque dolorosa, es la única medicina viable: el aumento de impuestos y la reducción de gastos fiscales (incluyendo difíciles reducciones en la burocracia y en las pensiones) es necesaria no sólo para poner la casa en orden, sino para infundir un sentido de responsabilidad y de solidaridad en toda la sociedad, así como para recobrar la confianza de los inversionistas y prestamistas externos para apoyar los esfuerzos griegos de ajustar su economía a su realidad productiva.
El desafío clave para los hacedores de política económica en estos día turbulentos, no sólo en Europa o Estados Unidos, sino también en realidades como la de Guatemala, es el de conciliar las políticas de crecimiento y empleo, con las necesidades de consolidación de las finanzas públicas, ya que ambas son necesarias. La combinación de crecimiento económico con responsabilidad fiscal es un requisito cada vez más exigido por parte de los mercados financieros para que los gobiernos y el sector privado puedan tener acceso al crédito.
Lo anterior implica que en aquellos países que no están excesivamente endeudados (como Estados Unidos o Guatemala) es factible y deseable que la austeridad no sea tan estricta ni dolorosa, siempre y cuando existan planes creíbles para asegurar que la sostenibilidad fiscal se mantenga en el largo plazo. La palabra clave aquí es “creíble”. Lo contrario es la demagogia populista que ofrece la solución mágica de aumentar el empleo a través de un mayor gasto público sin reconocer que, si éste no es sostenible, el remedio resultará, a la larga, peor que la enfermedad.

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