La crisis de desempleo en Estados Unidos y la crisis de la deuda pública y privada en Europa, han puesto en contraposición a quienes abogan por una expansión fiscal y monetaria para combatir el desempleo, por un lado, y aquellos que predican las bondades de la austeridad para recobrar la confianza en los mercados, por el otro. En la práctica, se trata de encontrar una
combinación equilibrada entre lo uno y lo otro.
Los líderes del G8 (el club de las economías más
poderosas del mundo) declararon en su más reciente cumbre que el crecimiento
económico y la creación de empleos eran la prioridad en su agenda, lo que marca
un aparente cambio de enfoque en su política económica, en reacción quizá a las
protestas callejeras y a los resultados electorales recientes en Francia y
Grecia, que han puesto en evidencia que el rechazo de las masas a las políticas
de austeridad fiscal es políticamente difícil de ignorar.
Sin embargo, la reciente retórica anti-austeridad, en
la práctica, se topará ante la cruda realidad de varios países que abusaron de
su capacidad de endeudarse y que, inevitablemente, deberán reducir su nivel de
gastos mediante duras políticas de austeridad. En la práctica, el debate sobre
austeridad versus estímulo fiscal no debería tratarse de escoger uno en vez del
otro, sino de encontrar una combinación equilibrada de medidas de austeridad y
de estímulo que mejor se adapten a las circunstancias particulares que difieren
mucho de un país a otro y de un momento a otro.
Lo mismo que es irresponsable, por un lado, inventar
amenazas inflacionarias inexistentes con tal de oponerse a la aplicación de
medidas que estimulen la demanda agregada, también lo es, por el otro, empujar
políticas de estímulo (fiscal o monetario) de manera irresponsable sin evaluar
su sostenibilidad y consecuencias en el largo plazo. En efecto, cualquier
política de estímulo debe ser evaluada no sólo por sus efectos inmediatos, sino
por sus consecuencias en el tiempo, como bien lo saben los economistas
keynesianos responsables (no los populistas) que buscan que los beneficios del
gasto público expansivo que se haga hoy sean mayores a los costos que acarreará
el pago de dicho gasto en el futuro.
En ese sentido, las medidas de estímulo fiscal podrían
requerirse en circunstancias en las que los elevados niveles de desempleo
orillan a los trabajadores desocupados a perder sus capacidades y hábitos que
los hacen sujetos de ser re-empleados. En tales circunstancias (como las que se
están dando hoy en Estados Unidos o en España) las medidas de estímulo que
permitan aumentar el empleo de forma sostenible estarán justificadas.
Sin embargo, un problema con este tipo de medidas es
que, si no están bien focalizadas (en los sectores económicos o en las áreas
geográficas específicamente afectadas por el desempleo) pueden resultar
demasiado caras o ineficientes. Otro problema es que, siendo justificables en
un país, no son extrapolables a otros. Por ejemplo, en el caso de Grecia, el
excesivo gasto fiscal es el problema, no la solución.
En el caso griego y otros similares no hay, por
desgracia, salidas fáciles. La austeridad, aunque dolorosa, es la única
medicina viable: el aumento de impuestos y la reducción de gastos fiscales
(incluyendo difíciles reducciones en la burocracia y en las pensiones) es
necesaria no sólo para poner la casa en orden, sino para infundir un sentido de
responsabilidad y de solidaridad en toda la sociedad, así como para recobrar la
confianza de los inversionistas y prestamistas externos para apoyar los
esfuerzos griegos de ajustar su economía a su realidad productiva.
El desafío clave para los hacedores de política
económica en estos día turbulentos, no sólo en Europa o Estados Unidos, sino
también en realidades como la de Guatemala, es el de conciliar las políticas de
crecimiento y empleo, con las necesidades de consolidación de las finanzas
públicas, ya que ambas son necesarias. La combinación de crecimiento económico
con responsabilidad fiscal es un requisito cada vez más exigido por parte de
los mercados financieros para que los gobiernos y el sector privado puedan
tener acceso al crédito.
Lo anterior implica que en aquellos países que no están excesivamente
endeudados (como Estados Unidos o Guatemala) es factible y deseable que la
austeridad no sea tan estricta ni dolorosa, siempre y cuando existan planes
creíbles para asegurar que la sostenibilidad fiscal se mantenga en el largo
plazo. La palabra clave aquí es “creíble”. Lo contrario es la demagogia
populista que ofrece la solución mágica de aumentar el empleo a través de un
mayor gasto público sin reconocer que, si éste no es sostenible, el remedio
resultará, a la larga, peor que la enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE LOS LECTORES: