sábado, 26 de mayo de 2012

No Hay Atajos

El desarrollo integral del país no se va a lograr por arte de magia. Por mucho que quisiéramos tener la piedra filosofal que nos sacara del atraso y la pobreza (que si las minas, o las exportaciones, o las economías campesinas), el desarrollo económico y social sostenible se trata de todo un esfuerzo sistémico que requiere de mucha perseverancia y tiempo.



Hace algunas semanas el gobierno manifestó que aspiraba a que en 2012 el producto interno bruto –PIB- creciera a una tasa de 4%. Esa aspiración, lamentablemente, luce demasiado optimista en opinión de casi todos los analistas y expertos que estudian la economía del país: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Cepal, el Consensus Forecast, la Economist Intellingence Unit, Copades, Asíes, o el propio Banco de Guatemala, dan todos pronósticos de crecimiento económico que oscilan entre un 3% y un 3.3% anual para el presente año.
Las razones para no ser tan optimistas son evidentes: el PIB nacional se mueve fundamentalmente con el consumo privado (que explica más del 85% del PIB) el cual crece casi inercialmente, y aunque las remesas familiares podrían darle un poco de dinamismo, éstas están limitadas por el lento crecimiento de la economía estadounidense; el comercio exterior, que a veces infunde algo de velocidad al crecimiento, está siendo afectado por la incertidumbre y lentitud imperante en la economía global; el gasto del gobierno es estructuralmente muy pequeño y, con una ejecución bajísima en los primeros meses del año, muy poco puede hacer para mover la producción nacional; y la inversión, que podría ser un factor clave para impulsar el PIB, necesitaría un impulso milagroso para dar frutos en el corto plazo.
Es cierto que para impulsar el crecimiento económico el gobierno ha anunciado algunas reformas para favorecer el clima de negocios, incluyendo mejoras en la regulación y el desarrollo de la infraestructura orientada a la exportación, así como el impulso de oportunidades en los sectores minero y energético que, no exentas de controversia, requerirán de un manejo cuidadoso para buscar un equilibrio entre un entorno atractivo para los inversionistas y las preocupaciones (algunas justificadas y otras descabelladas) de la sociedad civil y las comunidades involucradas.
Pero las condiciones para que la economía crezca a la velocidad (de 6% anual) que se necesita para combatir eficazmente la pobreza requieren mucho más que esfuerzos aislados. La receta para crecer es muy concreta, fácil de ver pero difícil de aplicar, y consta de tres ingredientes básicos. Primero, hay que mejorar el capital humano, fundamentalmente mediante la inversión en educación y en salud para la población; un estudio reciente del FMI indica que si el número de años de educación superior que en promedio reciben los guatemaltecos se elevara al nivel de los tres grandes países latinoamericanos, el crecimiento económico de Guatemala sería 1.6% mayor al actual.
Segundo, hay que aumentar el capital físico, tanto en infraestructura pública como en inversión privada: el mismo estudio del FMI indica que si la inversión nacional (medida como porcentaje del PIB) subiera del actual 17% a un 25% (el promedio de los tres países latinoamericanos más grandes), nuestro PIB crecería un 1.2% por encima del actual 3% anual. Y, tercero, hay que mejorar las instituciones que cimenten mecanismos eficaces para la solución de conflictos, protejan los derechos ciudadanos y fortalezcan es estado democrático de derecho, todo ello sin descuidar otras áreas complementarias como el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica, la apertura al comercio exterior (que tiene un demostrado impacto positivo sobre el crecimiento) o  la promoción de las MiPyMEs (fundamental para dar oportunidades a los sectores sociales menos favorecidos).
La aplicación de esta receta implica todo un esfuerzo sistémico que requiere de mucha perseverancia y tiempo. Lamentablemente, por más que queramos, no hay atajos. Las autoridades deben tenerlo claro y afinar sus prioridades.
Ante todo, deben asumir el liderazgo para que la población no se confunda con los argumentos confusos de quienes se oponen a las hidroeléctricas y al mismo tiempo se oponen a la generación de energía contaminante; de quienes se oponen a las transnacionales y, al mismo tiempo, se oponen a los empresarios nacionales; de quienes se oponen a los tratados de libre comercio y al mismo tiempo se oponen al proteccionismo de los países industrializados; de quienes se oponen a legalizar el trabajo a tiempo parcial y, a la vez, protestan contra el desempleo. No es nada fácil, pero es factible. Otros países lo han logrado.

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