domingo, 23 de octubre de 2011

El Temporal Sin Nombre

La naturaleza se ensañó de nuevo con Guatemala. Y, de nuevo, las lecciones vuelven a ser las mismas. Los enormes costos de la catástrofe (humanos y económicos) podrían haber sido mejores si el Estado hubiese hecho algún esfuerzo mínimo en materia de prevención de desastres, que es la primera línea de defensa de un país propenso a este tipo de fenómenos. Pero la segunda, y más contundente, línea de defensa es conseguir un nivel más alto de desarrollo económico y social. Está claro que, mientras más desarrollado es un país, menores son los costos provocados por los desastres naturales (recuerden, si no, los efectos tan distintos de un terremoto en Haití y otro (más fuerte y menos costoso) en Chile).

§ POLÍTICAS PÚBLICAS
EL TEMPORAL SIN NOMBRE

La experiencia de los dos desastres anteriores (Stan y Ágata) no ha sido del todo ejemplar
El clima se ha ensañado nuevamente con Guatemala. El Temporal Sin Nombre, con sus copiosas lluvias de los últimos días, ha puesto de manifiesto, otra vez, la precariedad de nuestra infraestructura y, peor aún, la enorme vulnerabilidad en la que viven miles de compatriotas que ni siquiera tuvieron la oportunidad de ser alertados de la amenaza climática que arrasó con cosechas, caminos, viviendas y, por desgracia, vidas humanas.
Apenas el año pasado la tormenta tropical Ágata segó la vida de más de 150 guatemaltecos, destruyó más de 30 puentes y dañó 25 mil viviendas. Antes de eso los huracanes Mitch (1998) y Stan (2005) habían causado pérdidas aún mayores a las de Ágata, y habían puesto de manifiesto que los desastres naturales, además del terrible costo humano que conllevan, acarrean también consecuencias económicas negativas a corto y mediano plazos. A corto plazo porque los daños al stock de capital (maquinaria, cultivos, infraestructura) significa una pérdida de riqueza nacional; y, a mediano plazo, porque dicha pérdida reduce la capacidad productiva de familias y empresas en las regiones afectadas, lo cual, si no es compensando con un importante aumento en la inversión por reconstrucción, se traduce un reducción permanente de la producción de bienes y servicios.
Evidentemente, cuando ocurren desastres naturales como el actual Temporal Sin Nombre, el gobierno juega un rol crucial, pues es el llamado a prestar y coordinar los servicios de alivio a los damnificados, así como las obras de rescate y emergencia, lo cual ocurre durante e inmediatamente después de que se produce el desastre. También el gobierno debe emprender los esfuerzos posteriores de reconstrucción y rehabilitación de la infraestructura pública.
Lo ideal sería que estas importantes labores las desempeñara el gobierno con prontitud, efectividad y calidad evitando a toda costa que, en las inevitables premuras con que se debe actuar, se produzcan actos de corrupción y pillaje de los escasos recursos públicos. Lamentablemente, la experiencia de los dos desastres anteriores (Stan y Ágata) no ha sido del todo ejemplar: se produjeron enormes retrasos en la reconstrucción y la calidad de la infraestructura ha demostrado (con gran claridad en los últimos días) ser muy escasa.
El grueso del costo de un desastre natural, sin embargo, recae principalmente sobre los ciudadanos y las empresas. Por una parte, el valor de las vidas perdidas o afectadas es incuantificable. Por otra, el costo de oportunidad de las labores productivas perdidas durante la emergencia y la transición, así como las pérdidas de equipo, cosechas e inventarios, es algo que no puede ser repuesto ni subsanado por el Estado.
Pero existen dos temas puntuales que todo gobierno puede y debe impulsar, mediante las políticas públicas adecuadas, para reducir los costos asociados a los desastres naturales: prevención y desarrollo. Para un país tan vulnerable como Guatemala, la puesta en práctica de políticas permanentes y coherentes de prevención de desastres, por un lado, y la búsqueda sistemática del desarrollo integral, por otra, son esfuerzos que el gobierno, en conjunto con el sector empresarial y la sociedad civil organizada, deben poner en práctica para que en el futuro estos fenómenos no tengan un saldo humano y económico tan negativo.
En una país propenso a los desastres, es menester adoptar medidas preventivas para proteger la vida y la propiedad (previsión, sistemas de alerta temprana, ordenamiento territorial, códigos de construcción, etcétera). Sin embargo, para muchas personas de bajos ingresos los costos de emplear medidas de precaución pueden resultar prohibitivos, por lo que requieren del auxilio del Estado.
A la vez, no hay que perder de vista que la experiencia demuestra que mientras más desarrollado económicamente es un país, menor será su grado de vulnerabilidad ante los desastres naturales (y menores los costos que tales desastres ocasionan): de manera que las políticas que propicien el crecimiento de la producción, mayores niveles de educación y el fortalecimiento de las instituciones son tanto o más importantes que las políticas de mitigación y de prevención para salvar vidas y propiedades ante los inevitables desastres que, como este Temporal Sin Nombre, nos seguirán afectando en el futuro.
COMENTARIOS DE LOS LECTORES

¿Que tendrán los chilenos que no tienen los guatemaltecos?
En 2010 ellos (los chilenos) sufrieron un terremoto de magnitud 8.8 con una duración de casi 3 minutos (como referencia para los que lo vivimos, el de Guatemala del 76 fué de 7.5 y duró 39 segundos), devastó su infraestructura ($1200 de US$ se estimó que costaría la reconstrucción en 3-4 años) y su economía sufrió un duro golpe.
Pero ya están casi recuperados a menos de 2 años de lo ocurrido.
Nosotros nisiquiera hemos reconstruido lo del Mitch del 98.
¿Que nos hará falta digo yo?
¿Será que tenemos problemas de aprendizaje?

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