LA CAMPAÑA ELECTORAL Y EL EJERCICIO DEL PODER ESTÁN CADA VEZ MÁS DIVORCIADOS
En la práctica del arte de la política en una democracia existen dos momentos diferentes. Primero, está el efímero momento de la campaña electoral y, luego, el momento -más prolongado- del ejercicio del cargo público. Antes, en Guatemala, ambos momentos estaban más o menos vinculados a través de las historias de vida, los planes de gobierno y las ofertas electorales que se presentaban en la campaña y que, en el contexto de las ideologías partidarias, le ponían un marco de referencia a las actuaciones de los funcionarios que resultaban electos. Hoy, en cambio, ambos momentos están cada vez más divorciados.
Ni las propuestas, ni los planes, ni las ideologías, ni las hojas de vida. Ya ni siquiera las láminas, las pelotas de fútbol o los espejitos (el elector puede ser ignorante, pero no es baboso). En los tiempos del TikTok lo que verdaderamente importa en la fase de campaña son los personajes: quien logre conectar con el elector (por su sonrisa, su forma de contar chistes, sus videos, sus pasos de baile o sus ocurrencias) tiene mucha más oportunidad de ser electo. El votante elige personajes, no estadistas; el elector busca entretenimiento, no discernimiento. En el momento de la campaña, los políticos entregan -por el lado de la oferta- lo que los ciudadanos -por el lado de la demanda- piden.
Pero, aunque todos los focos se centran en el breve momento de la campaña electoral, el momento verdaderamente trascendente para el país es el de los largos cuatro años (o más) de ejercicio del poder alcanzado en las urnas. La clave aquí ya no es el personaje, sino la persona misma que ejerce el cargo (su carácter, personalidad, principios). En esta etapa, lo que se espera es que la persona tome decisiones difíciles que no siempre serán populares a corto plazo, pero que redundarán en el mejor interés del país a largo plazo. El papel del gobernante debería ser el de liderar y brindar orientación, no simplemente seguir la opinión pública. Sin embargo, también es esencial que el gobernante siga siendo responsable ante la gente y se asegure de que las decisiones tomadas se alineen con los valores y principios de la sociedad a la que sirven. Y, aquí, el ciudadano debería cumplir un rol fundamental: el de vigilar, acompañar, exigir y fiscalizar a los funcionarios que, con su voto, encumbró en el poder.
En el primer momento político -el de la campaña
electoral- los políticos parece que aprenden rápidamente a adaptarse a las
volubles demandas de un electorado que se conforma cada vez con menos. Es en el
segundo momento -el del ejercicio del cargo- en el que los principales actores
políticos en nuestro país tienen un desempeño muy insatisfactorio. Los
políticos no pueden, ni quieren, aspirar a ser estadistas, por todas las
decisiones complejas que ello implica. Y, por su lado, la sociedad civil y sus
organizaciones no pueden, ni quieren, cumplir con los compromisos de vigilancia
continua e involucramiento en la cosa pública que se requieren para ser
auténticos ciudadanos.
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