lunes, 22 de agosto de 2022

ECONOMÍA DE REMESAS

 DEPENDER EN DEMASÍA DE LAS REMESAS FAMILIARES ENTRAÑA RIESGOS

Como maná del cielo, el torrente de remesas familiares hacia Guatemala ha reconfigurado la economía, la arquitectura residencial y los patrones de consumo. El año pasado ingresó al país un flujo récord de remesas que rozó los US$15.2 millardos (eso es más que el total de exportaciones) y a junio de 2022 ya habían ingresado otros US$8.7 millardos. En los últimos años, las remesas familiares han representado más del 15 por ciento del PIB. Sabemos que el principal motor del PIB de Guatemala es el consumo de los hogares y que una gran parte de ese motor funciona con el combustible de las remesas, por lo que podemos afirmar que, en buena medida, nuestra economía es una economía de remesas.

Como en otros países (en Asia y África) que han vivido un fenómeno similar, las familias recipiendarias de remesas han podido elevar su nivel de bienestar material. Una encuesta -de hace cinco años, porque no hay más recientes- de la Organización Mundial de las Migraciones reveló que más de un millón y medio de hogares recibían remesas, beneficiando a más de seis millones de guatemaltecos. Casi la mitad de las remesas se destinó a comprar o ampliar la vivienda; más de la tercera parte se destinó a adquirir bienes de consumo (principalmente alimentos); y, el resto se destinó a adquirir insumos para negocios o a mejorar la salud y la educación de las familias. Existen estudios de otros países que muestran en particular que cuando las familias reciben remesas no solo mejora la calidad de su consumo, sino que también pueden aspirar a buscar trabajos mejor pagados y a que los niños dejen de trabajar, lo cual eleva su nivel educativo (especialmente de las niñas), siempre que la educación pública esté en capacidad de acogerlos adecuadamente.

Pero los resultados a largo plazo de una economía muy dependiente de las remesas no son tan claramente positivos. Los estudios al respecto no son concluyentes. Un flujo muy grande de remesas puede tener como contracara una escasez de mano de obra y un encarecimiento de costos de producción. O puede ocasionar -como ha ocurrido en Guatemala- una especie de “enfermedad holandesa” que aprecie el tipo de cambio y perjudique la competitividad del sector exportador. Pero el peligro más grande para una economía que depende demasiado del torrente de remesas, es que este, tarde o temprano, se seque súbitamente.

Para prepararnos para ese momento (inevitable, según la experiencia de otros países remesa-dependientes) es menester emprender las reformas de largo plazo (de fortalecimiento institucional y de mejora del clima de negocios) que la economía necesita para aumentar su productividad. Y, a corto plazo, las políticas públicas deben enfocarse en facilitar a los compatriotas que envían y reciben remesas una maximización de sus recursos. Esto pasa por mantener bajos los costos del envío de remesas, lo cual se logra procurando una abierta y sana competencia entre las empresas involucradas en las transferencias. Pero enviar las remesas es comparativamente más fácil que recibirlas: la bancarización de las familias recipiendarias y su acceso a tecnologías de comunicación debe ser una prioridad.

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