lunes, 4 de julio de 2022

CULTURA, MOTOR DE DESARROLLO

NO DEBEMOS SEGUIR DESPERDICIANDO EL ENORME POTENCIAL ECONÓMICO Y SOCIAL DE LA CULTURA

La semana pasada tuve la oportunidad de participar en un conversatorio, organizado por la Universidad Rafael Landívar, sobre cómo la cultura -vista desde las perspectivas de la Economía, el Derecho, la Política y las Humanidades- puede constituirse en un motor de desarrollo para Guatemala. Al respecto, el primer tema a destacar es que nuestro país, siendo uno de los más ricos del mundo -culturalmente hablando- en relación a su tamaño, ha estado desperdiciando durante años el enorme potencial que ello representa.

En todo el mundo, las actividades culturales generan riqueza para la economía y representan una proporción importante del valor de la producción (4.5 por ciento del PIB en España, 6.5 en Brasil y México, 6.8 en Estados Unidos y 8 por ciento en Gran Bretaña). Una estimación para Guatemala (calculada por el economista Ernesto Piedras en 2007) indicaba que la cultura generaba más del 7 por ciento del PIB y que era una de las actividades económicas más dinámicas, que daba empleo a más del 7 por ciento de la población activa. El potencial económico de la cultura es enorme: un estudio que elaboramos en 2011 con el Grupo Satélite indica que los alrededor de Q4 millones que “invirtieron” inicialmente las hermandades, autoridades y vecinos de la Antigua Guatemala para las actividades de Semana Santa de ese año, generaron una actividad económica cuyo valor bruto superó los ¡Q670 millones!

Este tipo de cálculos, desafortunadamente, casi no se realiza en nuestro país. Pese a nuestra enorme riqueza cultural, no contamos con un sistema que analice, rigurosa y periódicamente, la cultura como medio de generación de ingresos y empleo. Desde hace tiempo se ha insistido sobre la necesidad contabilizar el aporte económico de la cultura, como parte del sistema de Cuentas Nacionales. Y eso no va a ocurrir hasta que, como sociedad, cobremos conciencia de que la cultura debe ser vista no solo como una actividad productiva, sino también como un ecosistema de creatividad e innovación capaz de influir en el tejido social, el turismo y la calidad de vida de los ciudadanos.

Quienes primero debe cobrar conciencia son los propios agentes de la “economía naranja” -artistas, promotores culturales, chefs de cocina, artesanos, investigadores, editores y diseñadores de modas o de videojuegos- respecto del valor económico y social de sus creaciones que, a fin de cuentas, satisface las necesidades de algún consumidor. También las propias comunidades deben cobrar conciencia respecto del valor que para la colectividad representan las expresiones culturales. Y, claro está, las autoridades tienen que cobrar conciencia del potencial no solo económico sino de cohesión social y gobernabilidad que entraña la cultura. No debemos seguir desperdiciando el potencial económico del dinamismo cultural que vive Guatemala desde la firma de la paz. Un paso en la dirección correcta debería ser la cuantificación de su aporte económico, a través de un esfuerzo de sistematización de la contabilización del valor agregado que genera la cultura, tal como lo hacen muchos países que, incluso, poseen una menor diversidad y riqueza cultural que nosotros.

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