lunes, 20 de junio de 2022

LOS DILEMAS DE LA POLÍTICA MACROECONÓMICA

LAS MEDIDAS MONETARIAS DEBEN RESPALDARSE CON UN PLAN DE AUSTERIDAD FISCAL

Nuestra economía, como la del resto del mundo, está amenazada por una doble crisis: una crisis alimentaria (que comentamos la semana anterior) y otra inflacionaria, ambas exacerbadas por la guerra en Ucrania. Los datos de mayo revelaron que la inflación en Guatemala se aceleró: los precios al consumidor fueron 5.8 por ciento más altos que un año antes y ya están por encima de la meta de la política monetaria. Mucha de la culpa la tienen los precios de los combustibles y de los alimentos. Pero preocupa más que la inflación subyacente (que excluye los precios de combustibles y alimentos) alcanza ya niveles no vistos en varios años, lo que refleja un contagio de la inflación importada a otros componentes de la canasta básica.

Ante este escenario, el banco central debe evaluar si conviene (y en qué magnitud) elevar más su tasa de interés líder. Si las tasas de interés suben muy rápidamente, se puede ocasionar un daño a la actividad económica y deprimir el nivel de precios a mediano plazo. Pero, al mismo tiempo, es menester que el banco central envíe un mensaje respecto de su compromiso de mantener la inflación bajo control. El dilema es que un apretón monetario muy fuerte puede provocar una recesión; pero también ocurre que una inflación desbocada es, sin duda, peor que una pequeña recesión. Otro dilema es que el banco central debe regresar a la lámpara al genio del exceso de oferta monetaria que dejó escapar al inicio de la pandemia, cuando le otorgó al gobierno un crédito de varios millardos de quetzales. Ello exige detener la inyección millonaria de quetzales que realiza cuando compra dólares en su afán de evitar que el tipo de cambio baje.

Estos dilemas serían más fáciles de resolver si, para empezar, se aceptara que no existen soluciones mágicas para esta crisis. Se trata de un choque de oferta sin precedentes, completamente exógeno, que implica un costo, sin posibilidad de escape, tanto para consumidores como para productores. Cuanto antes se acepte que la inflación será más alta, que se ralentizará la producción y que todo el mundo debe apretarse el cinturón (empezando por el gobierno), más fácil será minimizar los daños.

Se necesita una adecuada mezcla de políticas macroeconómicas que complemente los esfuerzos por el lado monetario con un cuidadoso plan de austeridad fiscal. Lejos de seguir prorrogando los ineficientes subsidios, la política fiscal debe centrarse en atender a los sectores más afectados por la crisis con medidas más eficientes (como las transferencias de efectivo) temporales, focalizadas y fiscalizables, financiadas mediante readecuaciones del presupuesto que no impliquen un aumento del déficit fiscal. No caería mal, además, alguna campaña para que la población cobre conciencia de la naturaleza exógena y de la magnitud de esta crisis y que, en consecuencia, modifique sus comportamientos para racionalizar el consumo de energía y combustibles. Esta crisis -como todas las anteriores- va a pasar, pero las medidas para paliarla no deben poner en peligro los fundamentos macroeconómicos que han permitido que las calificadoras de riesgo ubiquen a Guatemala como una de las economías con mayor estabilidad y confianza de la Región.

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