lunes, 16 de agosto de 2021

CALAMIDAD

 LA ESTRATEGIA PARA ENFRENTAR LA PANDEMIA NO PUEDE BASARSE EN MEDIDAS DE DISTANCIAMIENTO SOCIAL

Guatemala está en la peor ola de contagios desde que empezó oficialmente la pandemia en marzo del año pasado. Luego de más de un mes de estar registrando más de dos mil contagios diarios, el Gobierno decidió finalmente establecer un estado de calamidad (a ser ratificado por el Congreso) cuya medida más conspicua es la prohibición de salir de casa durante las horas en que la gran mayoría de ciudadanos suele estar precisamente en casa, durmiendo. ¿Servirá de algo el toque de queda para reducir la velocidad de los contagios? En realidad, no mucho.

Los confinamientos solo logran detener los contagios cuando son estrictos (de 20 o más horas al día) y circunscritos a territorios específicos. Inevitablemente, siempre tienen un costo económico y social. Los países ricos pueden darse el lujo de establecer confinamientos porque están en capacidad de compensar los costos correspondientes. En países pobres el confinamiento solo tiene lógica en una situación como la del año pasado cuando, ante el desconocimiento sobre el comportamiento del virus y sobre los protocolos médicos más adecuados para su tratamiento, se recurrió a los mismos con el fin principal de ganar tiempo para que el sistema de salud estuviera en condiciones de atender la inevitable ola de casos y darles un tratamiento adecuado o, al menos, una muerte digna; todo ello en espera de que eventualmente se alcanzara la inmunidad de rebaño o, en el mejor de los casos, surgiera una vacuna.

Hoy no solo se conocen bastante bien el ciclo y protocolos médicos para tratar el Covid-19, sino que, además, existen ya diversas vacunas. Los confinamientos estrictos son (política y socialmente) impracticables en países como el nuestro ya que, si bien impedirían que la gente muriera de Covid, provocarían que muriese de hambre. La estrategia correcta para combatir la pandemia tiene tres ingredientes: reducir los contagios con una campaña masiva y efectiva de vacunación; reducir la letalidad fortaleciendo el sistema de salud pública; y, hacer cumplir las medidas estándar de prevención (mascarilla, distanciamiento social, limitación de reuniones).

Para aplicar tal estrategia se necesitaba tiempo, dinero y un estado funcional. El gobierno contó con tiempo y dinero. La vacunación masiva pudo empezarse desde marzo de este año (como en muchos de nuestros países vecinos); había dinero, había vacuna, pero hizo falta una gestión eficiente. Por su parte, el fortalecimiento del sector salud debió haber sido la prioridad uno del gasto público y pudo emprenderse con firmeza desde hace más de un año: hubo tiempo y recursos para aumentar sustancialmente el número de camas, medicamentos, personal y recursos para atender dignamente a los enfermos. Las vergonzosas imágenes que han circulado del hospital temporal del Parque de la Industria son una prueba triste y palpable de la precariedad de las instituciones estatales y de la injustificable pérdida de tiempo y de recursos con que se ha encarado la pandemia. Esas debilidades, por desgracia, no se resuelven con la declaratoria de un estado de excepción.

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