lunes, 22 de febrero de 2021

Lo Bueno, lo Malo y lo Feo

 LUCES Y SOMBRAS DEL DESEMPEÑO ECONÓMICO DE GUATEMALA

Es un hecho que la economía guatemalteca decreció en 2020 mucho menos de lo que lo hicieron los demás países del Continente; pero también es cierto que nuestro repunte económico en 2021 será menos dinámico que el de esos otros países. Es importante poner en claro las razones por las cuales nuestra economía ha sido demostradamente estable y resiliente ante esta (y la anterior) crisis mundial pero, a la vez, su velocidad de crecimiento ha sido estructuralmente lenta e insuficiente, acentuando nuestro rezago en términos de ingresos y bienestar de la población.

Lo bueno de nuestro país (es decir, lo que permitió que el impacto económico de la pandemia fuera menos severo) tiene que ver con que, al contar con unas condiciones monetarias y fiscales sólidas, fue posible adoptar oportunamente las medidas que soportaron la demanda interna -pública y privada-. Asimismo, el admirable esfuerzo de nuestros compatriotas migrantes -que en buena medida acudieron a sus ahorros para enviar remesas a sus familiares acá en casa-, así como la notable diversificación de nuestra base exportadora, sostuvieron el consumo de los hogares y la producción agroindustrial. Todo ello en un entorno en el que, afortunadamente, la velocidad de los contagios, aunque severa, nunca se tornó catastrófica.

Lo malo -el gran lastre- de nuestra economía es que, aunque tres de los cuatro motores de la producción nacional (el consumo de los hogares, el gasto público y las exportaciones) resistieron el embate de la pandemia, el cuarto motor (la inversión) se desplomó. Lo que es peor, la inversión era desde antes de la crisis el motor más pequeño e ineficiente del aparato productivo, razón por la cual el crecimiento económico de Guatemala ha sido el segundo más lento de toda Latinoamérica en los últimos cuarenta años y nuestras perspectivas de largo plazo continúan siendo menos que mediocres.

Lo feo es que, detrás de esa paupérrima tasa de inversión subyace una famélica red de instituciones públicas que, por un lado, genera un ambiente de perenne incertidumbre y, por otro, impide que el Estado preste los servicios públicos esenciales que está llamado a proveer (seguridad, justicia, educación y salud primarias, infraestructura vial), todo lo cual se traduce en una baja productividad sistémica y en un clima adverso para que los negocios y los empleos florezcan.

La tarea clave es la de corregir lo malo (y lo feo), pero sin destruir lo bueno. En el afán de reformar el Estado, no debemos caer en el error echar por la borda las pocas -pero cruciales- fortalezas de nuestra economía: la estabilidad macro, la apertura comercial, la diversificación de la base productiva y la inclinación natural del guatemalteco al libre emprendimiento. Pero igualmente, en el afán de preservar la estabilidad y resiliencia macroeconómica, no debemos caer en el inmovilismo que no admite (o ni siquiera ve) la necesidad vital de reformar las instituciones estatales. El desafío que enfrenta hoy Guatemala es el de preservar las virtudes de su economía y, a la vez, corregir sus profundas debilidades estructurales. Para ello se necesitan luces y determinación, pero también prudencia.

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