ES CRUCIAL RETOMAR
PRONTO LA SENDA DE LA SOSTENIBILIDAD FISCAL
Alrededor
del mundo -y Guatemala no es la excepción- la pandemia de COVID-19 ha dado
lugar a una respuesta de política fiscal expansiva sin precedentes. Ante la
aguda caída de la producción en el segundo y tercer trimestres del año, el
gasto gubernamental se hizo necesario para apoyar al sistema de salud pública,
así como para ayudar a las familias afectadas por el confinamiento y para
ayudar a las empresas a evitar la quiebra. Por ello, las ampliaciones
presupuestarias extraordinarias que el Congreso le autorizó al gobierno este
año superaron los veinte millardos de quetzales, elevando el déficit fiscal a
un nivel histórico equivalente al 6 por ciento del PIB.
Además,
las acciones de política fiscal expansiva -para apoyar la demanda agregada de
la economía- continuarán el año próximo: el presupuesto del Estado para 2021
propuesto por el Ejecutivo implicará un déficit fiscal aún elevado (para los
estándares históricamente bajos de nuestro país). Aunque la necesidad de los
estímulos fiscales ante la actual crisis esté justificada, es prudente
reflexionar sobre la necesidad de evitar que dichos estímulos no descarrilen la
sostenibilidad de las finanzas públicas, que es un activo sumamente apreciado
por la comunidad financiera internacional.
Aunque
la deuda pública de Guatemala, medida como proporción del PIB, aún pareciera muy
moderada y sostenible, cuando se le mide como porcentaje de los ingresos
tributarios ya no lo parece tanto. Antes de la pandemia, ese porcentaje ya
había alcanzado la frontera del 250% (que los analistas financieros
internacionales estiman como el máximo nivel tolerable para una economía como
la guatemalteca), después de las ampliaciones presupuestarias de este año se
disparó hasta un 300% y el próximo año superará el 350%. Lo que es peor, solo
el pago de intereses presupuestados para 2021 equivaldría a un 2% del PIB (una
quinta parte de los ingresos tributarios) y con una tendencia creciente; en
otras palabras, ya comienza a materializarse la insostenibilidad fiscal en el
drenaje que año con año se percibe por el pago de los intereses de la cada vez
mayor deuda pública.
Aunque
las condiciones financieras -nacionales e internacionales- permiten por ahora
que los déficits fiscales se financien con relativo poco estrés para la
economía, es necesario ser extremadamente precavidos. Para el gobierno, los
costos de endeudarse pueden elevarse rápidamente en algún momento del futuro
cercano, desencadenando una crisis fiscal. Es menester asegurar una
consolidación gradual de las finanzas públicas para evitar ese escenario. El
gobierno necesitará plantear un plan creíble de mediano plazo, idealmente
surgido de un proceso de diálogo, que incluya no solo medidas para mejorar la
movilización de ingresos tributarios, sino que también discuta las profundas
taras, ineficiencias y corruptelas que empuercan el gasto público.
Un
reciente estudio de la Universidad Rafael Landívar y la Asociación de
Investigación y Estudios Sociales -ASÍES- sobre la sostenibilidad de la deuda
pública guatemalteca, revela los grandes riesgos macroeconómicos si no se
consolidan las finanzas públicas. Una de las medidas que se hace cada vez más
evidente y necesaria, es el establecimiento de reglas fiscales que obliguen al
fisco a cumplir ciertos parámetros numéricos en materia de endeudamiento y
déficit fiscales. Muchos países han plasmado tales reglas en leyes llamadas “de
responsabilidad fiscal”. Quizá sea tiempo de empezar a discutir una ley como
esa para nuestro país, de forma técnica, previsora y responsable, antes de que
la crisis fiscal nos reviente en la cara, de la forma terrible en que, por ejemplo,
les reventó a nuestros vecinos de El Salvador y Costa Rica.
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