El verdadero desafío de las autoridades es el de ir “modulando” las medidas de distanciamiento social
La pandemia de covid-19 conlleva un duro golpe para la
economía nacional y mundial a medida que los gobiernos adoptan medidas radicales
de distanciamiento social, las que implican un abrupto frenazo de la producción
de bienes y servicios. Esto es, evidentemente, un gran problema, pero no es (como
parecía al principio) un dilema. Y no lo es porque, simplemente, para combatir
el nuevo coronavirus no hay otra política pública viable que no sea la de un
estricto distanciamiento social.
Al inicio de la pandemia, las autoridades sanitarias
tenían ante sí dos opciones de política. Por un lado, la inmunización gradual
(o estrategia de inmunidad de grupo) que implicaba aislar solamente a los
segmentos de población vulnerables (ancianos y personas con enfermedades
crónicas) y dejar que el resto de la población se contagiara gradualmente. Por
otro lado, aplicar medidas de distanciamiento social (estrategia de mitigación/supresión)
que implican la separación física de las personas. Puesto que hasta hoy no
existe ni vacuna ni medicamento contra el extremadamente infeccioso covid-19, en
la práctica no se presenta ningún dilema (ni desde el punto de vista económico
ni, mucho menos, desde el punto de vista de la salud pública) en cuanto a cuál
de las dos estrategias escoger.
En efecto, la experiencia de la última gran pandemia,
la Influenza Española (1918-1920), proporciona una evidencia estadística muy
clara: las ciudades y estados que aplicaron medidas de distanciamiento social
más prontas y restrictivas para “aplanar” la curva de contagios fueron las que
lograron un mejor desempeño económico (durante y después de la crisis) en
comparación con las ciudades y estados que fueron más reticentes a imponer
medidas de distanciamiento social. En estos últimos lugares, la elevada
mortalidad y el caos social ocasionado por el contagio desenfrenado generó un daño
económico mayor al que habría ocasionado una estricta política de
distanciamiento social.
Entonces, siendo la estrategia de mitigación/supresión
la única opción disponible en esta etapa de la crisis, pero sabiendo que dicha
estrategia ocasiona un desplome de la economía (que daña a los trabajadores por
cuenta propia, las empresas, las cadenas de oferta, los empleos y el clima de
confianza en general), el verdadero desafío de las autoridades es el de ir
“modulando” las medidas de distanciamiento social, relajándolas tan pronto como
la velocidad del contagio lo permita, pero volviéndolas a endurecer en cuanto
las circunstancias lo exijan, sabiendo que las pandemias suelen darse por oleadas
que es necesario gestionar -hasta que, por fin, aparezcan los medicamentos o
vacunas adecuadas-.
Durante esta primera oleada (que será la más grave y
difícil de manejar), la política económica más razonable es la de llenar el
vacío temporal que está dejando la caída del consumo y de la inversión privados
con gasto público fresco, orientado a la emergencia en salud, a la ayuda humanitaria
para quienes están perdiendo sus ingresos y al apoyo empresarial para quienes
enfrentan una quiebra inminente. El gobierno de Guatemala ya cuenta con una
importante ampliación presupuestaria de más de Q11 millardos para realizar
dicho gasto: la clave ahora es establecer los mecanismos para desembolsarlo con
la eficiencia y con la transparencia que este momento histórico demanda.
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