La actual moda –implantada por los nacionalismos alrededor del mundo– de erigir barreras al comercio, está teniendo y tendrá efectos dañinos para todos
La economía mundial está en dificultades; los
pronósticos de crecimiento de la producción apuntan claramente a una
desaceleración. Una de las principales causas de este panorama han sido las
medidas proteccionistas aplicadas por el actual gobierno estadounidense y las
consiguientes represalias adoptadas por China y otros países. Pareciera que a
los hacedores de política económica en esos países se les ha olvidado que uno de
los motores que ha propulsado el acelerado desarrollo que el mundo ha
experimentado en los últimos noventa años ha sido el intercambio de bienes,
cada vez más libre y creciente, entre las naciones.
Resulta difícil, en estos tiempos populistas,
convencer a los nacionalistas de que el comercio es, a la postre, beneficioso
para ambas partes... pero lo es. Basta con ver cómo, en todo el mundo y a
través de la historia, los países que abrieron sus fronteras al comercio fueron
los que más prosperaron: la Grecia clásica, la China medieval, la Italia
renacentista, la Holanda de la edad de oro, la Inglaterra del siglo XIX, los
Estados Unidos de la posguerra mundial y, recientemente, los Tigres Asiáticos y
China.
El intercambio comercial entre países produce riqueza.
Cuando un país exporta, obtiene un beneficio –incluso si la riqueza obtenida no
se distribuye equitativamente (lo que es un problema social que cada país debe
resolver), ello no significa que los ciudadanos estén peor que antes del
intercambio comercial-. Al reducir sus barreras al comercio, los gobiernos
permiten a sus ciudadanos exportar aquellos bienes que mejor saben producir e
importar todo lo demás, con la posibilidad de escoger lo mejor que el mundo
tiene para ofrecerles.
Al abrir sus fronteras, los países ricos también
estimulan el crecimiento de los países más atrasados, lo cual beneficia a ambas
partes. Al importar bienes más baratos de los países en desarrollo, los países
ricos no solo ofrecen a sus propios consumidores una mayor gama de productos,
sino también generan empleos en los países donde la gente está desesperada por
obtener mayores ingresos (o por emigrar). Dándoles a los países menos avanzados
la oportunidad de crecer a través del comercio, los países ricos pueden
simultáneamente expandir sus propias economías: cuando los países menos
avanzados logran crecer y aumentar su poder adquisitivo, seguramente importarán
más bienes y servicios de los países avanzados. A fin de cuentas, más comercio
conlleva más crecimiento, lo cual significa más empleos.
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