Más lejana aún se ve la posibilidad de alcanzar tasas de crecimiento del 6 por ciento
Se avizoran nubarrones en el horizonte económico
-decíamos hace un par de semanas- debido a una confluencia de factores. En el
ámbito internacional, el debilitamiento en el comercio mundial y menores flujos
de inversión transfronteriza; y, en el ámbito doméstico, los elevados niveles
de incertidumbre política y una caída en la confianza de consumidores e
inversionistas. Las previsiones oficiales indican que la producción nacional
-medida por el PIB- crecerá apenas arriba del 3% este año, y no se espera sino
más de lo mismo en 2020. Este parsimonioso crecimiento (que se ha repetido por
cinco años) está por debajo del 4% al que, en promedio, solía crecer nuestra
economía en el lustro anterior. Así, parece cada vez más lejana la posibilidad
de alcanzar el anhelado crecimiento económico mayor al 6% que necesitamos para
evitar continuar rezagándonos de la mayoría de economías en desarrollo que han
crecido consistentemente a una mayor velocidad que Guatemala.
La respuesta ortodoxa de política económica para aumentar
el crecimiento económico del mediocre 3% actual al histórico 4% sería aplicar
medidas de aumento del gasto público (política fiscal) o de la oferta de dinero
(política monetaria). En las actuales circunstancias del país, sin embargo,
estas medidas no son fáciles de aplicar. Del lado fiscal, el gasto público está
constreñido no solo por los modestos ingresos del gobierno (la recaudación de
impuestos está cada vez más alejada de la meta), sino también por la extrema
rigidez del presupuesto del Estado y, más aún, por la extrema incapacidad
técnica e institucional que impide la implementación de proyectos
-especialmente de infraestructura-.
Por el lado monetario, el Banco de Guatemala podría
reducir su tasa líder de interés (para reducir el costo del crédito a las
empresas y a los individuos) o inyectar quetzales a la economía adquiriendo
parte de la sobreabundante oferta de dólares en el mercado (con lo que, al
mismo tiempo, ayudaría al sector exportador -como lo hizo el año pasado-
moviendo un tanto hacia arriba el tipo de cambio). Sin embargo, la poca
penetración del sistema financiero en la economía real (el crédito bancario al
sector privado representa menos del 38% del PIB, cuando ese porcentaje en
Latinoamérica es del 49% y en Sudeste de Asia es del 150%) impide que las
medidas monetarias se transmitan efectivamente a la economía real.
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