lunes, 22 de julio de 2019

Reactivación Económica: ¿Para Cuándo?

Más lejana aún se ve la posibilidad de alcanzar tasas de crecimiento del 6 por ciento

Se avizoran nubarrones en el horizonte económico -decíamos hace un par de semanas- debido a una confluencia de factores. En el ámbito internacional, el debilitamiento en el comercio mundial y menores flujos de inversión transfronteriza; y, en el ámbito doméstico, los elevados niveles de incertidumbre política y una caída en la confianza de consumidores e inversionistas. Las previsiones oficiales indican que la producción nacional -medida por el PIB- crecerá apenas arriba del 3% este año, y no se espera sino más de lo mismo en 2020. Este parsimonioso crecimiento (que se ha repetido por cinco años) está por debajo del 4% al que, en promedio, solía crecer nuestra economía en el lustro anterior. Así, parece cada vez más lejana la posibilidad de alcanzar el anhelado crecimiento económico mayor al 6% que necesitamos para evitar continuar rezagándonos de la mayoría de economías en desarrollo que han crecido consistentemente a una mayor velocidad que Guatemala.

La respuesta ortodoxa de política económica para aumentar el crecimiento económico del mediocre 3% actual al histórico 4% sería aplicar medidas de aumento del gasto público (política fiscal) o de la oferta de dinero (política monetaria). En las actuales circunstancias del país, sin embargo, estas medidas no son fáciles de aplicar. Del lado fiscal, el gasto público está constreñido no solo por los modestos ingresos del gobierno (la recaudación de impuestos está cada vez más alejada de la meta), sino también por la extrema rigidez del presupuesto del Estado y, más aún, por la extrema incapacidad técnica e institucional que impide la implementación de proyectos -especialmente de infraestructura-.

Por el lado monetario, el Banco de Guatemala podría reducir su tasa líder de interés (para reducir el costo del crédito a las empresas y a los individuos) o inyectar quetzales a la economía adquiriendo parte de la sobreabundante oferta de dólares en el mercado (con lo que, al mismo tiempo, ayudaría al sector exportador -como lo hizo el año pasado- moviendo un tanto hacia arriba el tipo de cambio). Sin embargo, la poca penetración del sistema financiero en la economía real (el crédito bancario al sector privado representa menos del 38% del PIB, cuando ese porcentaje en Latinoamérica es del 49% y en Sudeste de Asia es del 150%) impide que las medidas monetarias se transmitan efectivamente a la economía real.

Más lejana aún se ve la posibilidad de alcanzar tasas de crecimiento del 6%, pues para ello no basta las medidas fiscales y monetarias, sino que se requiere de una profunda reforma del Estado y de sus instituciones que permita aumentar la productividad sistémica de la economía. En el corto plazo, el único factor que podría hacer variar este escenario lúgubre es un cambio en las expectativas de los agentes económicos. Esa inyección de optimismo (necesaria para el éxito tanto de las políticas de reactivación, como de la reforma institucional) solo puede venir del ámbito político. De allí la importancia de que las autoridades que resulten electas estén en capacidad, desde el mismo mes de agosto próximo, de transmitir un mensaje de tranquilidad, responsabilidad y certeza que la economía nacional pide a gritos.

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