Es cierto que la deuda pública de Guatemala es baja cuando se mide como porcentaje del PIB, pero eso no significa que podamos recurrir al endeudamiento como base de un crecimiento económico sostenido
Recientemente al
Banco de Guatemala publicó sus previsiones macroeconómicas, en las que el
crecimiento de la producción nacional para 2019 estará alrededor de un 3.4%
anual, basado en la estabilidad de las principales condiciones macroeconómicas,
incluyendo una inflación bajo control, un tipo de cambio y unas tasas de
interés relativamente invariables y, por el lado fiscal, un déficit fiscal
creciente pero aún bajo (en comparación con otros países similares) y una deuda
pública pequeña (en relación con el tamaño de la producción del país).
Básicamente el mismo escenario de estabilidad y prudencia macroeconómica que ha
sido reconocido por las calificadoras internacionales como la principal
fortaleza del país.
Pero siendo este
crecimiento absolutamente insuficiente, surgió (en las redes sociales, vale
aclarar) un breve debate entre algunos economistas respecto de si, con las
cifras presentadas, estaba servida la mesa para arrancar un periodo de
crecimiento más dinámico y sostenido de mediano y largo plazo. El planteamiento
que más se discutió fue que las condiciones existentes (especialmente el bajo
monto de la deuda pública), aunadas al proceso de urbanización y al bono
demográfico, podían abrir la posibilidad de emprender, mediante el
endeudamiento público, un esfuerzo de inversión en infraestructura que disparara
ese periodo de crecimiento sostenido.
Ciertamente, un
necesario aumento en el gasto para revertir el terrible retraso de nuestra red
de infraestructura daría un impulso al crecimiento de la producción nacional.
Pero la cuestión clave del planteamiento es si dicho crecimiento –basado en
inversión en infraestructura- podría ser sostenible per se, y la respuesta es
claramente que no lo sería. El crecimiento económico basado en un incremento
masivo del gasto público (aunque sea para infraestructura) siempre es efímero,
y existen numerosos casos alrededor del mundo y a lo largo de la historia que
así lo ratifican.
La deuda pública
de Guatemala es baja cuando se mide como porcentaje del PIB, pero es elevada si
se mide como fracción de sus ingresos fiscales, lo que define la capacidad de
pago del Estado. Es por eso que analistas y calificadoras coinciden en que un
aumento anual de la deuda pública nacional, incluso tan pequeño como de un 0.5%
del PIB (aunque se destine exclusivamente a infraestructura) es (en ausencia de
un aumento de los ingresos fiscales) insostenible y pondría en riesgo la
preciada estabilidad macroeconómica. Por otra parte, encomendar de golpe una
masiva inversión en infraestructura a la precaria (y presumiblemente corrupta)
institucionalidad pública existente sería una receta para el fracaso.
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