En los países avanzados, las leyes de adquisiciones y contrataciones públicas están en constante adaptación a un entorno cambiante. Para que funcionen, se apoyan en un buen servicio civil y en un eficiente sistema de control y fiscalización del gasto público.
Recientemente el Ministro de Finanzas Públicas compareció
ante la Comisión de Finanzas del Congreso, donde anunció que sus planes para el
presente año incluyen trabajar en una nueva reforma a la ley de contrataciones
del Estado. Ciertamente, una buena ley de contrataciones es muy importante para
hacer eficientes y más transparentes los procesos de adquisición de bienes y
servicios por parte de las entidades gubernamentales.
Sin embargo, no existe en el mundo una ley de
contrataciones que sea perfecta ni permanente, pues este tipo de marco legal es
-por su propia naturaleza- muy cambiante, ya que debe adaptarse constantemente
a la evolución de las prácticas y de la tecnología en la provisión de servicios
públicos, a la vez que debe evolucionar permanentemente en la medida en que los
mañosos y aprovechados van encontrando cómo hacer trampas a la legislación. Es
más, la existencia de una buena ley de contrataciones no es, por sí misma, el
elemento más importante para mejorar la calidad del gasto público ni para
eliminar las prácticas de clientelismo y corrupción que plagan las compras
gubernamentales. Lo verdaderamente importante es elevar la calidad y el
cumplimiento de la ley en todas las etapas del proceso de adquisiciones y de
gestión del gasto público.
Estas etapas incluyen, primero, la de planificación y
presupuestación del gasto, para cuya efectividad es esencial, por un lado, el
cumplimiento del marco legal correspondiente, es decir, la Ley Orgánica del
Presupuesto y el presupuesto anual (incluyendo sus normas presupuestarias) y,
por otro, el establecimiento de prioridades del gasto en función de los
objetivos de política pública del gobierno. La segunda etapa es la de la ejecución
propiamente dicha de las compras y contrataciones, la cual requiere de la
participación de funcionarios estatales capaces. Y la tercera etapa es la de la
auditoría, control y evaluación de la calidad del gasto público por parte de
las instituciones fiscalizadoras. Es en estas tres etapas donde deben centrarse
las reformas.
Dedicar demasiado esfuerzo a una enésima reforma al
marco de adquisiciones públicas puede ser contraproducente si, a causa de ello,
se distrae la atención de las reformas verdaderamente importantes para mejorar
la transparencia, eficiencia y calidad del gasto público. El proceso de
planificación y presupuestación del gasto estatal es ineficiente porque no se
cumplen las leyes y los reglamentos. Y estos no se cumplen porque, por un lado,
el funcionariado público carece de las habilidades y calidades necesarios para
priorizar y planificar y, por el otro, porque las entidades de control
(unidades de auditoría interna y Contraloría General de Cuentas) incumplen con
sus mandatos de vigilar y fiscalizar el gasto público.
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