Hace poco más de un lustro dos economistas del MIT y de Harvard escribieron un exitoso libro (Por Qué Fracasan las Naciones) que mostraba cómo los países que carecen de instituciones económicas incluyentes –que resguarden los derechos de propiedad, creen igualdad de oportunidades y fomenten la inversión en nuevas tecnologías- son aquellos que fracasan en sus intentos de aumentar el crecimiento económico y lograr el bienestar para sus habitantes.
Sabemos que la carencia de instituciones conduce al
fracaso de las naciones; pero, ¿cómo hace para triunfar los países exitosos? Un
reciente reporte (Otuperformers:
High-growth emerging economies and the companies that propel them)del
McKinsey Global Institute identifica los factores comunes que caracterizan a
los países que han logrado mayores crecimientos de su ingreso per cápita en los
últimos años. Siete economías (China, Hong Kong, Indonesia, Malasia, Singapur,
Corea del Sur y Tailandia) han registrado tasas de crecimiento del PIB por
habitante mayores al 3.5 por ciento anual durante 50 años, mientras que otras
11 (entre las que se incluyen Azerbaiyán, Bielorrusia, Camboya y Vietnam) lo
han logrado durante 20 años, sacando así de la pobreza a cientos de millones de
sus habitantes. En contraste, el crecimiento del PIB por habitante de Guatemala
ha crecido en menos de 1 por ciento anual en promedio durante la última década.
Es posible establecer un patrón en el comportamiento
de esas naciones exitosas: ha existido en todas ellas un consenso respecto a la
prioridad de fomentar el crecimiento económico y de alinear la agenda pública
en torno al objetivo de elevar la productividad (producir más, con menos
recursos), centrándose para ello en tres aspectos que se refuerzan mutuamente:
productividad (para permitir mejores decisiones en la asignación de los
recursos), ingresos (para que esa inversión productiva retorne a la gente que
la creó), y demanda (para reinvertir ese ingreso en nueva productividad).
La mejora en la productividad requiere inversión en
infraestructura, en tecnología y en talento humano, así como promover la
competencia y la eficiencia de los mercados. Trasformar la productividad en un
mayor ingreso de las personas requiere flexibilidad de los mercados (incluyendo
el laboral) y paz social. Y aumentar la demanda requiere de políticas
macroeconómicas (fiscal y monetaria) ágiles y adaptables, mercados financieros
sanos y apertura al exterior. Y todo ello con base en un estado institucionalmente
eficiente. Tal es la receta de los países que han triunfado.
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