No todas, pero sí la mayoría de esas causas son responsabilidad de los guatemaltecos
Lo normal en las últimas décadas era que la economía
nacional (medida por el Producto Interno Bruto) creciera a un ritmo algo arriba
del 3.5% anual. Desde hace tres años ese ritmo se ha venido reduciendo y ahora estamos
creciendo a uno de solamente 2.5%. Aparentemente no es para tanto, pero en
realidad la situación se asemeja a la de un carro que avanzaba a 80 km por hora
y, de repente, desacelera a 40: si no tienes puesto el cinturón, te darás un
fuerte golpe en la cara.
Hay varias causas que explican esta desaceleración. Se
ha producido un choque de términos de intercambio (nuestras principales
exportaciones han bajado de precio en los mercados internacionales, mientras
que las importaciones han subido) que ha reducido la capacidad de consumo de
toda la economía. Nuestra moneda se ha apreciado en relación con las de los
países vecinos, lo cual hacer perder competitividad y desincentiva la producción
local. Algunas actividades que en años previos solían ser dinámicas se han
ralentizado (como la del sector eléctrico) o, incluso, se han desplomado (como
la actividad minera, afectada por el retraso de las decisiones judiciales que
la tienen paralizada). Además, el gasto público, tanto de funcionamiento como
de inversión, se ha mantenido muy restringido desde mediados de 2015, ante el
temor y falta de capacidad del aparato gubernamental para ejecutar las compras
y contrataciones conforme a las reglas de transparencia que ahora se exigen.
No todas, pero la mayoría de esas causas son culpa
nuestra. Quizá la principal causa de la desaceleración económica que es
atribuible al propio país, es el generalizado clima de falta de confianza que
se refleja en varias encuestas. Las decisiones económicas se ensombrecen en un
entorno en el que proliferan las invasiones, las protestas y la conflictividad
social; donde se percibe una ausencia de políticas públicas priorizadas; con
una agenda legislativa de reformas institucionales paralizada; y, con una
peligrosamente creciente polarización política. El pesimismo prevaleciente entre
empresarios, inversionistas y consumidores configura un escenario en que los
“espíritus animales” generan una profecía que se auto-cumple: si auguro que el
escenario económico empeorará, así será.
La situación es difícil, aunque hay salidas. Existen
medidas que pueden tomarse para atenuar los efectos de la desaceleración desde
el ámbito de las políticas fiscal y monetaria, con las que podría estimularse
la demanda agregada de la economía. Pero quizá más importante que eso sería
tratar de revertir esa sensación de pesimismo que está imperando en los
espíritus animales, lo que implica transfigurar el ambiente de polarización
política, de confrontación social y de ausencia de políticas públicas
priorizadas.
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