Cuando las instituciones de control del gasto público no funcionan, el combate a la corrupción solo puede venir (como última instancia) del ámbito penal; pero ello resulta casi siempre insuficiente. Así pasó, hace algunos años, en Italia
La semana pasada colapsó el puente Morandi en Génova,
Italia, con la cauda de 38 fallecidos. Los dedos acusadores contra los posibles
responsables de la tragedia apuntan a diversas direcciones: unos dicen que fue
culpa del deterioro propio de las estructuras de concreto reforzado con acero
(que alrededor del mundo han estado demostrando que son más vulnerables de que
lo que se creyó cuando empezaron a construirse a mediados del siglo pasado);
otros, que los responsables son las autoridades y empresas encargadas del
mantenimiento de los puentes; y, otros, que fue culpa de la corrupción que
afectó la calidad de la construcción desde su inicio en 1967.
Este hecho, inevitablemente, evoca similitudes (y
despierta alarmas) con casos más cercanos a nosotros, como el del puente Belice
(que ojalá sea reparado pronta, eficaz y oportunamente) o los muchos otros
puentes y demás infraestructura vial del país que colapsan cada invierno con la
caída de las lluvias habituales. Y las similitudes con Italia no quedan en eso.
A inicios de los años noventa se desarrolló allí el
proceso conocido como Manos Limpias (en italiano Mani Pulite), llevado a cabo por el poder judicial italiano para
combatir la arraigada corrupción, involucrando una intrincada red de los
principales partidos políticos del momento y de diversos grupos empresariales, y
ocasionando una enorme convulsión en la vida política italiana, que acabó con el
Partido Socialista Italiano y con la carrera política de su Primer Ministro
Bettino Craxi (quien murió en Túnez, prófugo de la justicia).
Manos Limpias surgió en el momento cúspide de la
corrupción gubernamental italiana, en la que una perversa simbiosis entre la
clase política y las contrataciones del Estado pervirtieron a las
administraciones públicas, lo cual se manifestó en la desnaturalización y total
inoperancia de las instituciones encargadas del control y la supervisión del
gasto gubernamental. La degeneración de ese sistema de controles y prevención
ocasionó un vacío que llevó a los jueces a asumir (por la vía penal) un rol de
suplencia de lo que las instituciones de control (por la vía administrativa) no
pudieron hacer en materia de combate a la corrupción.
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