Las medidas de estímulo monetario o de estímulo fiscal no serán efectivas, en parte por las dificultades que les impone el entorno, y en parte porque los que se requiere en el fondo para que nuestra economía crezca sosteniblemente son políticas estructurales y de reforma institucional
Por fin, hace un par de semanas, la Junta Monetaria decidió
bajar en un cuarto de punto porcentual la tasa de interés líder de política
monetaria, reduciéndola a un nivel de 2.75%. Esta reducción era largamente
deseada por los exportadores y por gran cantidad de analistas a la luz de las
condiciones de estabilidad de precios y de la evidente tendencia a la
apreciación del quetzal registradas a lo largo del año. Cabe indicar que no se
registraba un descenso en la tasa líder desde mediados de 2015 y que, ahora, la
tasa se ubica en su nivel más bajo de los últimos diez años.
Siendo realistas, el efecto de dicha reducción quizá
nunca se llegue a manifestar en una depreciación cambiaria ni en una
aceleración del crédito bancario (ni tampoco, por ende, en una reactivación de
la economía), por varias razones. Primero, porque las condiciones monetarias
alrededor del mundo empiezan -lenta pero consistentemente- a restringirse, con
lo cual concluye el largo período de tasas de interés muy bajas a nivel
mundial, situación que, aunada a las restricciones prudenciales y legales que
las autoridades estadounidenses están imponiendo a sus bancos para operar en
plazas riesgosas (como la guatemalteca), se traducirán en un encarecimiento del
costo del financiamiento hacia nuestro país.
Si a esto agregamos la reciente rebaja en la
calificación de riesgo-país que nos impuso la calificadora Estándar &
Poor’s, se vislumbra el inicio de un ciclo de financiamiento externo a
Guatemala con tasas de interés más elevadas. Ante ello, la rebaja en la tasa
líder del Banguat servirá solamente para morigerar el efecto de dicha alza en
el costo del crédito externo, que ya ha empezado a sentirse en el ambiente
financiero nacional.
Tampoco pueden ponerse muchas esperanzas en una
reactivación económica por la vía del gasto gubernamental, no solo porque el
Congreso improbó el presupuesto solicitado por el Ejecutivo para 2018 (que, en
la mejor tradición keynesiana, pretendía expandir el gasto público en salarios
e infraestructura), sino también porque (incluso si el presupuesto hubiese sido
aprobado) el tamaño del gobierno en la economía guatemalteca (menos del 11% de
la producción nacional) limita cualquier efecto expansivo de la política
fiscal.
Además, ambas políticas -reducción de tasas de interés
y expansión del gasto público- son políticas de estímulo de la demanda agregada
que, para ser efectivas, tienen que ir acompañadas de un cambio en las
percepciones de los agentes económicos, hoy sumidos en un clima de
incertidumbre y en una sensación de que no hay un norte claro que oriente las
políticas públicas del país. Si no se da ese cambio en los “espíritus animales”
–como les decía Keynes-, es poco lo que las políticas de demanda agregada
pueden hacer para estimular la economía pues -como también Keynes escribió- “se
puede llevar el caballo al agua, pero no se le puede obligar a beber”.
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