Ahora que tendrá lugar la cumbre de los Presidentes del Triángulo Norte de Centroamérca con el Vicepresidente de los Estados Unidos, es de crucial importancia que los temas de fortalecimiento institucional sean incluidos en la agenda del Plan Alianza para la Prosperidad: sin instituciones fuertes y eficientes no hay prosperidad posible
El pasado viernes vi uno de los diagnósticos más
concretos, claros y certeros que se han publicado recientemente sobre cómo la
debilidad institucional acarrea incertidumbre y perjudica, así, la generación
de empleos y de riqueza. Lo publicó el periodista Mario Antonio Sandoval, como
la opinión de un amigo suyo: “Parte de la problemática es la ausencia de
Estado. En toda economía, en toda sociedad, se requiere de normas y reglas.
Cuando esa estructura sistémica institucional no funciona, sucede lo que
enfrentamos: no tenemos pasaporte, no tenemos DPI, las carreteras son
prácticamente intransitables; los proyectos de inversión paralizados por
amparos frívolo; tomas de carretera y paralizaciones costosísimas; invasiones a
propiedades privadas en forma impune. Todo esto genera una ingobernabilidad que
hasta el más exitoso empresario no puede sobrellevar para generar riqueza,
inversión y empleo. Se profundiza que los pobres son más pobres, pero también
hasta los ricos son menos ricos. Y la idea debería ser que haya más ricos y
menos pobres. Estamos como estamos porque somos como somos.”
En ese contexto, la lucha contra la corrupción que se
ha venido librando desde 2015 resulta necesaria, pero no es, en absoluto,
suficiente para propiciar condiciones favorables para la actividad económica y
la consiguiente generación de empleos y riqueza. Sin un marco institucional
fuerte y eficiente, la persecución penal contra la corrupción solo dará frutos
efímeros. Es necesaria una reforma institucional que dé certeza jurídica y
gobernabilidad, factores ambos indispensables para un sano desempeño económico.
Una agenda mínima de reformas debería tocar, al menos,
cinco áreas fundamentales en las que ya existen propuestas (unas mejores que
otras) que podrían servir de base para un acuerdo nacional al respecto.
Primero, el sistema electoral, buscando fortalecer la independencia del
Tribunal Supremo Electoral, mejorar la representatividad de los funcionarios
electos (acercar al ciudadano con sus representantes) y la democratización del
sistema.
Segundo, el sector justicia, para fortalecer la
independencia de los jueces y magistrados y mejorar la eficiencia del Organismo
Judicial. Tercero, el servicio civil, empezando por tener un inventario
permanente y actualizado de todos los empleados públicos (para eliminar las plazas
fantasmas o redundantes), y siguiendo por reformar los sistemas de carrera que
definan los mecanismos de contratación, promoción y remoción de los empleados
públicos.
Cuarto, los sistemas de compras y contrataciones del
Estado, sobre los que hay que realizar un diagnóstico profundo, actualizar la
normativa y los procedimientos, y fortalecer los sistemas de auditoría interna
(UDAIs, o unidades de auditoría interna) y externa (Contraloría de Cuentas)
para vigilar que el uso de los recursos públicos se realice de manera
eficiente, proba y transparente. Y quinto, la regulación de las consultas
comunitarias, aprovechando la instrucción de la Corte de Constitucionalidad en
cuanto a emitir una ley que las regule, la cual debería ser de carácter general
y reflejar el espíritu y sentido del Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo.
Esta agenda acotada de reformas institucionales podría
ser la base de un acuerdo nacional para la gobernabilidad y el desarrollo. Pero
para que tal acuerdo se concrete, se requiere de gran voluntad política y de
diálogo por parte de los guatemaltecos, y del apoyo y acompañamiento de la
comunidad internacional interesada en que nuestro país no se convierta en un
estado fallido.
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