La reforma del sistema electoral y de partidos políticos es tan importante que, si ocurriera, podría lograr varios de los fines que se persiguen hoy con la reforma constitucional al sector Justicia, particularmente en lo referente a la independencia de jueces, magistrados, fiscales y contralores respecto del poder político.
Este año se han producido algunas reformas
institucionales importantes que, meritoriamente, el Congreso ha logrado aprobar
(por ejemplo, a la Ley Orgánica del Congreso, a la Ley de la SAT o a la Ley de
Contrataciones). Y actualmente está en discusión una trascendental reforma
constitucional al sector Justicia. Pero aún están pendientes muchas reformas
institucionales imprescindibles; la madre de todas ellas debe ser la reforma
del sistema electoral y de partidos políticos.
Porque resulta que la “vieja política” está vivita y
coleando. Esa que, a lo largo de muchos años, se ha configurado para buscar el
poder con políticos que –como dijo un analista- “roban para llegar, y llegan
para robar”. Esa vieja forma de hacer política está golpeada por los
acontecimientos desencadenados por la CICIG y el Ministerio Público en abril
del año pasado. Pero aún está activa y reponiéndose rápidamente de sus dolencias.
Para constatarlo basta ver la forma en que, con toda
desfachatez, proliferaron las propuestas de enmiendas al Presupuesto del Estado
2017 que buscaban, por ejemplo, quitar controles al manejo de la planilla de
empleados, o incrementar el aporte fiscal a oscuras ONGs, o aumentar el
presupuesto del ineficiente y sospechoso Registro de Información Catastral o de
la oscura unidad de edificios estatales. Algunas de estas enmiendas,
lamentablemente, se aprobaron y costarán al fisco cerca de Q100 millones.
Basta ver también cómo,
en el marco de la reforma constitucional, el artículo que endurecía el recurso
del antejuicio fue rápidamente desaprobado, sin debate y sin explicaciones en
medio de una sesión desordenada y pésimamente conducida en la que emergieron
muchas de las prácticas sucias de la vieja política que habían estado
adormecidas durante meses. De hecho, ahora toda la reforma al sector justicia corre
peligro de fracasar al haber quedado en manos de una clase política carente de
credibilidad, visión de estado y elegancia.
Algunas de las más
importantes reformas propuestas para el sector justicia tienen que ver con la
relación entre ésta y el estamento político. Se quiere reformar el método de
elección de las principales autoridades de justicia (los magistrados de la
Corte Suprema y de la de Constitucionalidad, o el jefe del Ministerio Público)
y de otros entes de control (el Contralor de Cuentas), tratando de aislar dicha
elección de cualquier injerencia político-partidista, debido a la desconfianza
y el rechazo que la política y los políticos generan en nuestra sociedad. Esto
es una anomalía: en los países avanzados precisamente son los parlamentos y los
jefes de Estado –es decir, los políticos democráticamente electos- quienes
(mediante mecanismos con controles y balances) eligen a tales autoridades.
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