Las pensiones de los jubilados estatales son, ciertamente, bajas. Pero pretender subirlas por arte de magia (sin análisis técnico, sin considerar la situación de las finanzas estatales, sin tener idea de cómo funcionan los sistemas de pensiones) puede ser catastrófico. Y eso fue justamente lo que recién hicieron el Congreso y los dirigentes sindicales del magisterio.
La semana pasada la dirigencia magisterial y el
Congreso de la República le asestaron un golpe artero a la ciudadanía
contribuyente, con una decisión que puede descalabrar las endebles finanzas del
Estado. Sin oponer resistencia, sin dar explicaciones, sin discusión técnica
alguna, sin intercambio de argumentos, el Congreso cedió a la exigencia
magisterial de eximir a los empleados públicos de su responsabilidad de
financiar parcialmente el aumento de las pensiones que el legislativo había
aprobado semanas atrás.
Ambos –magisterio y Congreso- juegan con fuego. No le
basta a los dirigentes magisteriales con dejar sin clases a sus alumnos durante
dos días de manifestaciones, ni con haber negociado un pacto colectivo
ilegítimo que lesiona los intereses del Estado, ni con la insatisfacción de
muchos padres de familia con la calidad de la enseñanza pública; ahora exhiben
una falta total de solidaridad para con los guatemaltecos menos favorecidos, al
obligar al gobierno a desviar recursos (que podrían dirigirse a combatir la
desnutrición o la crisis hospitalaria) hacia el pago de las pensiones de los
empleados públicos.
Y no le basta al Congreso con los escándalos en los
que han incurrido varios diputados, ni con el engaño a la sociedad civil con la
aprobación espuria de cambios a la Ley Electoral que no reforma sino que
consolida el nefasto sistema político vigente, ni con el chantaje –consagrado
en ley- para mantener bajo interrogatorio a los funcionarios públicos bajo pena
de cárcel si no acuden al Congreso; ahora llevan su irresponsabilidad al
extremo de comprometer la sanidad de las finanzas públicas (y con ella la
estabilidad macroeconómica) al cargarle a los ingresos ordinarios del gobierno
el costo de la decisión legislativa de aumentar (sin análisis técnicos de
respaldo) las pensiones de los empleados públicos.
El costo fiscal de esta ligereza legislativa será de
casi Q500 millones este año, y después superará los Q800 millones anuales.
Cualquiera sabe que los programas de pensiones, para ser sostenibles, deben ser
financiados con los aportes tanto de los empleados como de los empleadores y
mantener los montos de sus prestaciones en niveles compatibles con sus flujos
de ingresos. De lo contrario, esos programas quiebran, tal como ha sucedido con
el de Clases Pasivas del Estado, que ya en el presupuesto de 2016 presentaba un
déficit de más de Q2,700 millones.
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