En este continente de contrastes, aún quedan
países con indicadores vergonzosos
En las últimas semanas se han publicado una serie de
indicadores que, como piezas de un rompecabezas, revelan poco a poco el retrato
de una Latinoamérica que lucha –con escasos resultados- por acercarse a los
niveles de vida y bienestar de las naciones desarrolladas.
Uno de los indicadores que más revuelo e incomodidad
ocasiona es el Índice de Percepción de la Corrupción que desde 1995 calcula y
publica periódicamente la ONG Transparencia Internacional. Este índice se
construye con 13 fuentes de datos, entre encuestas y evaluaciones, en cada uno
de los 176 países evaluados. La mayoría de países latinoamericanos continuaron mostrando
signos de corrupción rampante, pues casi toda la región figura entre los dos
tercios de las naciones con un índice de transparencia inferior a 50, en una
escala donde 100 representa el nivel más alto de limpieza.
Uruguay fue el país latinoamericano mejor calificado
con un punteo de 73 (aún lejos de los líderes Dinamarca y Nueva Zelanda que
alcanzaron 91 puntos). Le siguió Chile con 71, un peldaño menos que el año
pasado. Costa Rica cayó un punto a 53. Brasil, la mayor economía de Latinoamérica,
se mantuvo en un índice de corrupción de 42, al mismo nivel que Bosnia, Serbia
y Sudáfrica. México y Argentina tuvieron un índice de limpieza de 34, igual que
Gabón. Guatemala, por su parte, apenas obtuvo 33 puntos (empatando en la
posición 133 de 176 con países como Níger y Etiopía) Fue una de las peores calificaciones
en América Latina, superada sólo por Venezuela con 20, el peor de la región
comparable con la situación de Camboya o Eritrea.
Otro indicador publicado recientemente tiene que ver
con la calidad de la nutrición en Latinoamérica, de acuerdo con un estudio de
la FAO, que indica que, aunque la región redujo el porcentaje de personas con
hambre de 14.7% a 7.9% en los últimos 20 años, simultáneamente han empeorado
los niveles de obesidad: un 23% de los latinoamericanos adultos y un 7% de los
niños en edad preescolar son obesos. Los países que presentan mayor proporción
de adultos obesos son Venezuela, con un 31%, Argentina y Chile, con 29%. En
Guatemala el 21% de los adultos son obesos y otro 39% tienen sobrepeso.
Pero en este continente de contrastes, y pese a la
mejora regional en el combate a la desnutrición, aún quedan países con
indicadores vergonzosos: los países con mayores índices de hambre en su
población son Haití (49.8%), Guatemala (30.5%), Paraguay (22.3%), Nicaragua (21.7%)
y Bolivia (21.3%).
Otro revelador indicador de la realidad
latinoamericana de hoy lo da el informe del Programa para la Evaluación
Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés), realizado por la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que mide
los conocimientos en matemáticas, ciencias y lectura de más de medio millón de
alumnos de secundaria en 64 países (Guatemala no está incluida). El informe revela
que los países de la región han experimentado un retroceso de los niveles
educativos en los últimos tres años.
Los índices revelan que la educación en América Latina
está por debajo del estándar promedio de la OCDE de 494 puntos. El mejor
calificado de los países latinoamericanos es Chile (51º, con 423 puntos),
seguido de México (53º, 413), Uruguay (54º, 409), Costa Rica (55º, 407), Brasil
(56º, 391), Argentina (57º, 388 puntos), Colombia (58º, 376) y Perú (59º, 368).
De nuevo, paradójicamente, el mismo informe revela que
los estudiantes latinoamericanos muestran un alto grado de felicidad con su
escuela, y que esa felicidad parece ser inversamente proporcional a su
desempeño académico. Perú aparece en tercer lugar en esa estadística, seguido
de Colombia (5), México (7), Costa Rica (8), Uruguay (13), Chile (25) y Brasil
(27), todos ellos por encima de la media de la OCDE.
Estas piezas de información configuran el retrato –parcial, claro está-
de una Latinoamérica llena de paradojas y contrastes, donde la corrupción
parece haberse enraizado en lo más profundo de la sociedad; donde la población
está mal alimentada, pues conviven multitudes de obesos con masas de
desnutridos; donde los estudiantes son más ignorantes (y, por ende, menos
productivos) que sus pares en el mundo desarrollados, pero que
–latinoamericanos al fin- son más felices a pesar (¿o será a causa?) de su
ignorancia.
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