La oposición de la Contraloría de Cuentas a las modificaciones a su Ley Orgánica podría impedir que se apruebe cualquier reforma a dicha ley. Sin embargo, han tenido eco en la opinión pública, quizá debido a que la desconfianza que inspira un
dictamen respaldado por el partido de gobierno es mayor que la que despierta una
muy ineficiente Contraloría.
Tenemos una Contraloría General de Cuentas –CGC- con
una asombrosa inclinación a rehuir de sus responsabilidades. Dice no poder
auditar las obras que han generado la vergonzosa “deuda de arrastre” (las
cuales amenazan con costarle Q3,500 millones a las futuras generaciones de
guatemaltecos), pese a que el Ministerio de Comunicaciones pregona tener un
listado de las mismas.
También dice la CGC que no puede fiscalizar los
fideicomisos que ejecutan obra pública, con todo y que manejan multimillonarias
sumas de dinero proveniente del erario público, tanto a nivel de gobierno
central como municipal. Tampoco se responsabiliza la Contraloría por la
fiscalización de las obras que realiza una miríada de ONGs por delegación del gobierno,
los consejos de desarrollo y las municipalidades. Ni siquiera se ha sabido de
algún informe de la CGC que revele cómo se han empleado los millones de
quetzales que, por años, los contribuyentes de todo el país hemos regalado a
los transportistas urbanos de la Capital.
Estos son, apenas, unos ejemplos evidentes de la
calidad de ente fiscalizador que tenemos en Guatemala. Y, con semejantes
credenciales, viene ahora la máxima autoridad de la Contraloría a decirnos que
si el Congreso osa cambiarle su Ley Orgánica de manera diferente a la que ella
quiere, que mejor entonces “cierren la Contraloría”… como si hubiese estado
operando eficientemente estos años.
El alboroto que armó la contralora en torno al
dictamen de la Comisión de Legislación que –supuestamente- debilita las
capacidades fiscalizadoras de la CGC, hizo (pese a la baja credibilidad de esta
institución) que varios columnistas y editorialistas mordieran el anzuelo y
repitieran en coro las quejas de la contralora, sin analizar la consistencia de
las mismas; esta curiosa reacción se explica porque quizás la desconfianza que
inspira un dictamen respaldado por el partido de gobierno es mayor que la que
despierta la opinión de una Contraloría tan cuestionada.
Pero cuando se analiza objetivamente el referido
dictamen en lo concerniente a las reformas propuestas a la Ley Orgánica de la
Contraloría, lejos de apreciarse un conjunto de normas que mermen sus
capacidades, se ve un grupo de reformas tendientes tanto a fortalecer la
función fiscalizadora de la CGC respecto de todos los activos, pasivos,
derechos, ingresos y egresos de todas las entidades que conforman el Estado, como
a fortalecer la figura del Contralor dotándolo de mejores condiciones para ejercer
su función de manera independiente.
El dictamen contiene reformas que mejoran la especificación
de los objetivos de la CGC conforme a su mandato constitucional; que amplían
sus atribuciones y competencias para que pueda fiscalizar a ONGs, organismos internacionales,
fideicomisos y cualquiera que administre fondos públicos; que fortalecen la independencia
del Contralor respecto del poder político; que fortalecen la profesionalización
del recurso humano en la CGC; que obliga a la CGC a hacer público el resultado
de su fiscalización, pero que también la dota de plenas facultades para el
ingreso ilimitado y sin restricciones a cualquier entidad fiscalizada; que la
obligan a evaluar la obra pública en cualquier etapa de su ejecución; y, que
crea la falta de “resistencia a la fiscalización” para cualquier funcionario
que obstaculice las labores de la CGC.
Seguramente hay algunos aspectos a fortalecer en el
dictamen (como el tema de las multas y sanciones) pero, por lo demás, lo que
parece molestar a la contralora es que se le quite su facultad de utilizar
discrecionalmente (como lo ha hecho hasta ahora) los recursos provenientes de
las arbitrarias multas que suele imponer a discreción y que han servido para
otorgar prebendas, bonos y beneficios –sin control alguno- a sus trabajadores.
En lo que podrían tener razón la contralora es en que quizá debió haber
habido más debate en el seno de las comisiones legislativas, en torno a unas
propuestas de reforma que son positivas y que buscan fortalecer a la CGC. Pero
oponerse a tales reformas sólo porque sí, únicamente contribuye a que se siga
posponiendo el urgente fortalecimiento institucional que permita combatir el
cáncer de la corrupción que carcome a todo el Estado y amenaza al sistema
democrático: exactamente lo que anhelan las fuerzas más oscuras del país.
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