No hay política monetaria exitosa sin el apoyo de una política fiscal disciplinada. Los errores fiscales tienen,
inevitablemente, consecuencias nefastas en la estabilidad monetaria y
financiera de cualquier país
La semana pasada tuve la oportunidad de participar en
un coloquio sobre la Historia Monetaria de Latinoamérica que tuvo lugar en
Bogotá, organizado por el Liberty Fund, donde se analizó la evolución y
experiencias de las instituciones monetarias en varios países de la Región a lo
largo de 150 años. Algunas de esas experiencias llaman la atención sobre graves
errores de política pública que bien vale la pena tener presentes porque pueden
guardar lecciones útiles para nuestra realidad actual.
Muchos de esos errores –si es que no todos- tienen que
ver con decisiones de naturaleza fiscal que, eventualmente, ocasionan
distorsiones y crisis en el área monetaria. En Chile, por ejemplo, al finalizar
la Primera Guerra Mundial se produjo una escasez aguda de divisas debido a que
la industria del salitre, que representaba una proporción excepcionalmente alta
de las exportaciones, se vio afectada por abrupta caída de la demanda mundial.
El fisco chileno decidió apoyar mediante préstamos a la industria salitrera
para que mantuvieran (artificialmente) su nivel de producción.
Para otorgar esos préstamos, el fisco emitió
cantidades cada vez mayores de “vales de tesorería”, que se convirtieron
paulatinamente en medios de pago que, inevitablemente, alimentaron una
inflación indeseable que perduró entre 1919 y 1925. Este fue un caso típico en
que una decisión fiscal, adoptada para favorecer a una industria particular,
tenía consecuencias negativas sobre la mayoría de la población afectada por la
inflación.
De manera similar, en Brasil, entre 1906 y 1912, el
gobierno decidió que los productores de café necesitaban del apoyo estatal para
superar una crisis generada por precios bajos; aprovechando la posición
dominante del país como principal productor mundial de café, el Estado adquirió
un préstamo externo por millones de libras esterlinas para retirar del mercado
la producción de café y, así, elevar artificialmente sus precios
internacionales.
Aunque fue efectiva en cuanto a beneficiar a los
caficultores, esta medida de apoyo gubernamental provocó un súbito aumento en
la oferta de dinero doméstico (debido al ingreso de divisas del empréstito
externo) que, inevitablemente, ocasionó presiones inflacionarias. De nuevo, el
beneficio fiscal para un sector particular provocaba un daño a la mayoría de la
población.
Un ejemplo aún más espeluznante lo encontramos en
Argentina, 1946, cuando el país sufría uno de sus ya recurrentes episodios
inflacionarios. Haciendo gala de ingenio, el recién inaugurado presidente Perón
decidió aplicar una solución drástica: incautó todos los depósitos bancarios;
los bancos debieron registrar a nombre del Banco Central todos los depósitos de
sus clientes; el Banco Central se convirtió en una dependencia de la
presidencia de la República; y, se prohibió a los bancos efectuar préstamos sin
autorización previa del Estado. Esa política redujo, claro está, la inflación,
pero a costa de destruir completamente el sistema financiero y el flujo de
crédito para la producción. Inevitablemente, Perón tuvo que dar marcha atrás
tres años después.
Aunque estas experiencias parecen extremas, no está de
más tenerlas presentes para evitar cometer errores parecidos en Guatemala. Vale
la pena recordar que en nuestro país, aunque hemos logrado mantener unas
condiciones monetarias remarcablemente estables desde hace un par de décadas,
tenemos un sistema monetario que requiere de determinadas condiciones para
seguir manteniendo la estabilidad. El régimen de libre negociación de divisas
–vigente desde 2002, y que también fue objeto de análisis en el coloquio de
Bogotá- implica que en el momento en que el público llegue a perder la
confianza en la moneda nacional, la estabilidad que hemos disfrutado todo este
tiempo empezará a desmoronarse.
Los errores fiscales tienen, inevitablemente, consecuencias nefastas en
la estabilidad monetaria y financiera de cualquier país. Por esta razón, entre
otras, es que resulta tan fundamental mantener el déficit fiscal bajo control y
evitar aumentos abruptos en la deuda pública (vía emisión de bonos no
presupuestados, por ejemplo), especialmente ahora que las condiciones de
abundante liquidez en los mercados internacionales que vivimos en el último
quinquenio, amenazan con empezar a revertirse más temprano que tarde.
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