La prosperidad se genera mediante la
inversión y la innovación, pero éstas sólo se producen si existen los
incentivos adecuados
En la columna anterior, relativa al Movimiento por una
Economía Positiva que fue lanzado en Le Havre, Francia, comenté que cualquier
nuevo enfoque que busque una mayor sostenibilidad social, política y ambiental
de la economía solo podrá realizarse sobre la base de instituciones viables. La
ponencia en dicho foro del profesor John Tirman, Director Ejecutivo del Centro
de Estudios Internacionales del Massachusetts Institue of Tehchnology –MIT-, puntualizó
que, para superar la pobreza, un país debe contar con instituciones robustas,
funcionales e incluyentes.
La conclusión de Tirman se basa en un reciente libro sobre
las causas del fracaso de los estados –Why
Nations Fail-, escrito por Daron Acemoglu (de MIT) y James Robinson (de
Harvard). Según estos autores, el fracaso de las naciones no radica en la
escasez de capital (como los académicos sostenían en los años sesenta), ni en la
aplicación de políticas económicas erróneas (como se creía en los años
ochenta); tampoco se explica por la cultura, el clima, o la geografía.
Son las instituciones las que determinan el destino de
las naciones. Según Acemoglu y Robinson, el éxito llega cuando las
instituciones políticas y económicas son incluyentes y pluralistas, creando así
incentivos para que los ciudadanos inviertan en el futuro. En contraste, las naciones
fallan cuando las instituciones son "extractivas", utilizadas por el
poder político para favorecer sólo una pequeña élite que saca provecho económico
para sí.
Estos expertos recalcan que las instituciones
políticas son tan importantes o más que las instituciones económicas; apoyan su
tesis con evidencia histórica, desde el auge y caída de Venecia, pasando por la
colonización de América, hasta la reciente exitosa evolución de Botswana. En
todos los casos, las instituciones políticas incluyentes produjeron una amplia
distribución del poder político, así como límites de dicho poder en forma de elecciones
democráticas y constituciones escritas. Por su parte, las instituciones
económicas exitosas abarcan los derechos de propiedad, el cumplimiento de
contratos, la facilidad de iniciar nuevas empresas, mercados competitivos y la
libertad de los ciudadanos para elegir su actividad productiva.
Su argumento es que la prosperidad, en el mundo
actual, descansa sobre bases políticas. Económicamente, la prosperidad se
genera mediante la inversión y la innovación, pero éstas sólo se producen si
existen los incentivos adecuados: los inversionistas y los innovadores deben confiar
en que, si tienen éxito, no van a ser expoliados por los poderosos. Políticamente,
pues, requieren de un sistema de gobierno que reúna dos condiciones: un poder político
centralizado, e instituciones de poder incluyentes.
Sin un poder centralizado habrá desorden, que es
anatema para la inversión. El que se necesite un Estado fuerte (no
necesariamente grande) para prosperar, no es un tema controversial. Pero que se
necesiten instituciones incluyentes es algo más polémico, en vista del éxito reciente
de la anti-democrática China. Acemoglu y Robinson argumentan que, aunque el
orden puede acelerar el crecimiento económico y reducir la pobreza, la ausencia
de instituciones incluyentes impedirá el pleno ascenso a la prosperidad
moderna. Su explicación es que dicha ausencia empodera a una pequeña élite
política para centrarse en satisfacer sus propios intereses, creando
"instituciones extractivas" que chocan con, y prevalecen sobre, los
de las mayorías.
Los Estados extractivos
están atrapados en el círculo vicioso de la cleptocracia, la supresión de la
innovación tecnológica y de la libertad económica y personal, lo cual los
conduce al fracaso y la pobreza. Los Estados incluyentes, en contraste, tienen
pesos y contrapesos al poder, son innovadores y prosperan gracias al empuje de
la competencia de intereses en el marco del estado de derecho y de los derechos
de propiedad.
Para que un Estado evite ser fallido, las élites
políticas deben tomar la decisión de abandonar las instituciones extractivas y
ceder el poder a las instituciones incluyentes, aunque sea tan sólo por el
temor de que sobrevenga la ingobernabilidad, el caos o el surgimiento de
movimientos populistas radicales. Un fundamento clave de la prosperidad es la
lucha política contra los privilegios y la corrupción.
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