viernes, 19 de octubre de 2012

¿Por Qué Fracasan las Naciones?


La prosperidad se genera mediante la inversión y la innovación, pero éstas sólo se producen si existen los incentivos adecuados

En la columna anterior, relativa al Movimiento por una Economía Positiva que fue lanzado en Le Havre, Francia, comenté que cualquier nuevo enfoque que busque una mayor sostenibilidad social, política y ambiental de la economía solo podrá realizarse sobre la base de instituciones viables. La ponencia en dicho foro del profesor John Tirman, Director Ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales del Massachusetts Institue of Tehchnology –MIT-, puntualizó que, para superar la pobreza, un país debe contar con instituciones robustas, funcionales e incluyentes.
La conclusión de Tirman se basa en un reciente libro sobre las causas del fracaso de los estados –Why Nations Fail-, escrito por Daron Acemoglu (de MIT) y James Robinson (de Harvard). Según estos autores, el fracaso de las naciones no radica en la escasez de capital (como los académicos sostenían en los años sesenta), ni en la aplicación de políticas económicas erróneas (como se creía en los años ochenta); tampoco se explica por la cultura, el clima, o la geografía.
Son las instituciones las que determinan el destino de las naciones. Según Acemoglu y Robinson, el éxito llega cuando las instituciones políticas y económicas son incluyentes y pluralistas, creando así incentivos para que los ciudadanos inviertan en el futuro. En contraste, las naciones fallan cuando las instituciones son "extractivas", utilizadas por el poder político para favorecer sólo una pequeña élite que saca provecho económico para sí.
Estos expertos recalcan que las instituciones políticas son tan importantes o más que las instituciones económicas; apoyan su tesis con evidencia histórica, desde el auge y caída de Venecia, pasando por la colonización de América, hasta la reciente exitosa evolución de Botswana. En todos los casos, las instituciones políticas incluyentes produjeron una amplia distribución del poder político, así como límites de dicho poder en forma de elecciones democráticas y constituciones escritas. Por su parte, las instituciones económicas exitosas abarcan los derechos de propiedad, el cumplimiento de contratos, la facilidad de iniciar nuevas empresas, mercados competitivos y la libertad de los ciudadanos para elegir su actividad productiva.
Su argumento es que la prosperidad, en el mundo actual, descansa sobre bases políticas. Económicamente, la prosperidad se genera mediante la inversión y la innovación, pero éstas sólo se producen si existen los incentivos adecuados: los inversionistas y los innovadores deben confiar en que, si tienen éxito, no van a ser expoliados por los poderosos. Políticamente, pues, requieren de un sistema de gobierno que reúna dos condiciones: un poder político centralizado, e instituciones de poder incluyentes.
Sin un poder centralizado habrá desorden, que es anatema para la inversión. El que se necesite un Estado fuerte (no necesariamente grande) para prosperar, no es un tema controversial. Pero que se necesiten instituciones incluyentes es algo más polémico, en vista del éxito reciente de la anti-democrática China. Acemoglu y Robinson argumentan que, aunque el orden puede acelerar el crecimiento económico y reducir la pobreza, la ausencia de instituciones incluyentes impedirá el pleno ascenso a la prosperidad moderna. Su explicación es que dicha ausencia empodera a una pequeña élite política para centrarse en satisfacer sus propios intereses, creando "instituciones extractivas" que chocan con, y prevalecen sobre, los de las mayorías.
Los Estados extractivos están atrapados en el círculo vicioso de la cleptocracia, la supresión de la innovación tecnológica y de la libertad económica y personal, lo cual los conduce al fracaso y la pobreza. Los Estados incluyentes, en contraste, tienen pesos y contrapesos al poder, son innovadores y prosperan gracias al empuje de la competencia de intereses en el marco del estado de derecho y de los derechos de propiedad.
Para que un Estado evite ser fallido, las élites políticas deben tomar la decisión de abandonar las instituciones extractivas y ceder el poder a las instituciones incluyentes, aunque sea tan sólo por el temor de que sobrevenga la ingobernabilidad, el caos o el surgimiento de movimientos populistas radicales. Un fundamento clave de la prosperidad es la lucha política contra los privilegios y la corrupción.


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