lunes, 27 de febrero de 2012

Tráfico Insoportable

El tráfico citadino es insoportable y ocasiona costos (tangibles e intangibles) que claman por respuestas efectivas de parte de las autoridades municipales y del gobierno central. Al menos a simple vista no se aprecia una estrategia coherente en este tema, sino que se ven solamente medidas aisladas, remedios que a veces salen peor que la enfermedad, o grandes ideas soñadoras que traigan la solución mágica a este grave problema. En la práctica, lejos de soñar en megaproyectos, más valdría pensar en soluciones económicamente viables al problema del tránsito.

§ POLÍTICAS PÚBLICAS
TRÁFICO INSOPORTABLE
Enero trae consigo la reanudación de los atascos del tránsito en la ciudad de Guatemala, más insoportables con cada año que pasa. Los problemas de congestionamiento en las calles no solo son un una molestia para el capitalino, sino que contribuyen a la mala calificación que recibe nuestra ciudad como un posible centro para hacer negocios. El tráfico excesivo impone innegables costos económicos a la comunidad, además de causar problemas de contaminación, ruido, excesiva dependencia del petróleo, y deterioro de la calidad de vida.
Lo anterior hace que surjan toda clase de ideas para reducir los embotellamientos de tránsito. Una de las ideas que más ha sonado en los últimos años es la de construir un Anillo Metropolitano que, supuestamente, ayudaría a descongestionar el tránsito vehicular pues, al circunvalar la ciudad, evitaría que los vehículos que transitan del Océano Atlántico hacia el Pacífico circulen por sus calles.
Aunque la idea suena lógica, su costo es tan elevado que es imprescindible hacer estudios que comprueben, primero, si en verdad es significativo el número de vehículos que, viniendo de otros puntos del país hacia la capital, no tiene como destino final esta ciudad sino que simplemente deben cruzarla para llegar a otros destinos. Es muy probable que un estudio concienzudo al respecto arroje que la mayor parte del transporte viene a la ciudad porque este es su destino final y, por ende, en poco ayudaría un Anillo Metropolitano a descongestionar el tráfico.
Incluso en el caso de que sí existiera un gran número de vehículos que deseara atravesar la ciudad, un Anillo tampoco sería la solución más eficiente, pues sería suficiente con un ramal (medio anillo, pues) que conecte el norte con el sur del área metropolitana. De cualquier forma, antes que el desfogue de este tipo de transporte (que ni siquiera sabemos si es importante), hay otro temas que podrían requerir un tratamiento más prioritario. Por ejemplo, la circulación de tráileres y contenedores por las calles de la ciudad (algo inadmisible en otras latitudes, incluso en ciudades más pequeñas que la nuestra), o el injustificable y sucio parche (mega-tapón al tránsito) que representa la Terminal de la zona 4.
Lejos de soñar en megaproyectos –como el Anillo Metropolitano-, más valdría pensar en soluciones económicamente viables al problema del tránsito. Para empezar, es necesario favorecer y hacer viables formas de transporte distintas a los vehículos automotores: desde el tren subterráneo (o elevado) hasta el viaje en bicicleta o a pie. Eso sin satanizar (prohibir) el uso de los automóviles que, después de todo, constituyen un medio válido (y muy conveniente) de transporte, así como una legítima aspiración individual y un signo de modernidad y progreso.
Lo malo con el congestionamiento de vehículos es que evita que ciertos viajes de crítica importancia ocurran oportunamente: el paso de una ambulancia en una emergencia o el viaje de un desempleado a una entrevista de trabajo son más importantes (económica y socialmente) que el transporte de una señora a su cuchubal o de un jovencito a una discoteca. Una manera económicamente eficiente que ha sido implementada con éxito en otras ciudades (Londres o Singapur, por ejemplo) para racionalizar el uso de las calles es el establecimiento de pagos (peaje) por su uso.
La lógica detrás del establecimiento de peajes en las ciudades es sencilla: cuando un conductor usa una calle, recibe un beneficio (la movilidad provista por la calle) e incurre en unos costos (gasolina, mantenimiento del vehículo, tiempo de manejo). Lo que no tiene que pagar es el costo de la congestión que genera su propio ingreso a la calle, que es soportado por todos los que circulan en ella. Esta externalidad negativa implica que demasiados conductores van a querer utilizar la calle, a menos que el costo de hacerlo se internalizara mediante el pago de un peaje por congestión.
Este tipo de soluciones no es, claro está, muy popular y, por ende, no es muy atractivo para los políticos. Pero las soluciones de largo plazo al tráfico vehicular excesivo (según la experiencia internacional) no pasan por la construcción de más calles, ni por la prohibición a circular, sino por hacer que los conductores paguen por su derecho a circular, aunque no sea popular.

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